Del negocio digital al autónomo: ¿estamos listos para que la IA decida?
La nueva frontera no es técnica, sino cultural y requiere de organizaciones más sabias y flexibles
El futuro no pertenece a los que automatizan procesos, sino a los que saben pensar con tecnología y juicio humano a la vez. Llevamos más de una década donde las organizaciones hemos insistido de forma constante en la importancia de la transformación digital. Este cambio muchas veces se igualaba a automatizar procesos, mejorar la eficiencia o plataformizar y desintermediar sectores como hicieron Uber o Spotify . ...
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El futuro no pertenece a los que automatizan procesos, sino a los que saben pensar con tecnología y juicio humano a la vez. Llevamos más de una década donde las organizaciones hemos insistido de forma constante en la importancia de la transformación digital. Este cambio muchas veces se igualaba a automatizar procesos, mejorar la eficiencia o plataformizar y desintermediar sectores como hicieron Uber o Spotify . Pero ahora el punto de inflexión es más profundo. La capacidad generativa puede pensarse como motor de pensamiento, pero la inteligencia artificial agéntica ya es un cuerpo en acción que puede actuar y decidir con autonomía, con su propia capacidad de discernimiento. Las organizaciones ya se ven ante el reto de operar con un grado de autonomía que trasciende la digitalización clásica.
La autonomía introduce algo realmente nuevo: la capacidad de actuar. Ese cambio es lo que se empieza a denominar negocio autónomo, un modelo de cinco capas que evolucionan de forma encadenada. La primera engloba las operaciones autónomas, en los que los procesos se ajustan solos, detectan desviaciones y corrigen rumbo sin necesidad de los humanos. Sobre este terreno aparecen los humanos aumentados, una colaboración natural entre profesionales y agentes inteligentes que amplifican la capacidad de trabajo.
A ello se suman los productos autoadaptativos, que se rediseñan en tiempo real en función del uso y del entorno. Más adelante entran en juego los llamados agentes-clientes, algoritmos capaces de comparar, negociar y consumir en nombre del usuario. Y todo esto, sustentado en una economía programable, donde pagos, contratos y transacciones se ejecutan automáticamente bajo reglas codificadas.
En conjunto, estas cinco capas no describen un futuro especulativo, sino una hoja de ruta inmediata. Y, cuando se integran, la IA deja de ser una herramienta añadida para convertirse en el sistema nervioso de la organización. Esta prioridad contrasta con la falta de alineamiento y la incomprensión del papel real que deben asumir los humanos ante este cambio. Un estudio reciente de Gartner muestra que el 59% de las iniciativas de IA no llegan a producción. No por falta de tecnología, sino por falta de alineamiento humano.
El desafío no es solo tecnológico, sino, sobre todo, humanista. Porque la autonomía tecnológica solo es sostenible si se equilibra con propósito, empatía y juicio ético. La promesa de la autonomía no se logra solo con más modelos, más agentes o más automatización. Se logra cuando las personas comprenden por qué la IA está ahí, y cómo amplifica el impacto de la organización.
En este contexto aparece otra transformación crucial: el nuevo liderazgo humano. Tomemos el caso del líder tecnológico: el CIO (o director de sistemas) ya no es un simple guardián de la infraestructura, sino que es un arquitecto del valor de la inteligencia artificial. Su función pasa de implementar tecnología a diseñar cómo piensa, aprende y evoluciona la organización.
La nueva frontera no es técnica, sino cultural: construir organizaciones donde humanos y máquinas colaboren de forma natural, ética y transparente. Donde la autonomía tecnológica libere tiempo para lo que realmente importa: pensar, crear, conectar.
El negocio que aprende a pensar
La historia nos enseña que los grandes saltos de la humanidad siempre han surgido de la unión entre arte y ciencia, entre razón y emoción. Hoy, los líderes con visión tienen la oportunidad de redefinir la relación entre personas y tecnología. El salto del negocio digital al autónomo no es tecnológico: es cognitivo. Pasa de la eficiencia a la inteligencia contextual. De ejecutar tareas, a entender intenciones. A construir empresas más autónomas, sí, pero también más humanas. Donde la IA no solo ejecute, sino inspire. Donde el progreso no solo mida productividad, sino propósito.
La creatividad y la curiosidad, más que nunca, son esenciales para guiar la tecnología. Las preguntas frecuentes en internet –como si la IA reemplazará los trabajos humanos– reflejan incertidumbre, pero también la oportunidad de liderar con claridad. Lo que los titulares presentan como amenaza es, en realidad, un llamamiento a reorganizar decisiones, responsabilidades y capacidades dentro de la organización.
Lo que a menudo se presenta en titulares como una amenaza no es más que un síntoma de algo más profundo: la necesidad de redefinir cómo se coordinan decisiones, responsabilidades y capacidades dentro de las organizaciones. Los algoritmos sin dudas nos permiten ser más precisos y eficientes, pero sin la capa humana los resultados no van a ser los que queremos. No se trata solo de palabras bonitas, sino de construir bases resilientes para las organizaciones del futuro.
El desafío no es aspiracional, sino operacional: construir organizaciones capaces de convivir con sistemas autónomos sin perder claridad sobre su propósito ni sobre el impacto de cada decisión. La curiosidad no es solo un valor humano; es una competencia organizativa necesaria para adaptarse a tecnologías que aprenden y evolucionan.