España, un cohete en forma de K
Brechas sociales, generacionales y territoriales, agrandándose, hacen que no todos los ciudadanos puedan subirse
Aceptado, incluso por nuestra descolocada derecha negacionista, que la economía española “va como un cohete”, se empieza a plantear las tres preguntas fundamentales que venimos eludiendo en el empobrecido marco del debate político monotemático en que nos movemos: ¿hacia dónde va el cohete? ¿Quiénes van en el cohete? Y ¿hasta cuándo tendrá combustible el cohete? La OCDE acaba de elevar, de nuevo, las previsiones de crecimiento para España, señalando que en 2025 y 2026 seremos la locomotora de crecimiento dentro de la zona euro (crecemos ocho veces más que Alemania y cuatro más que Italia y Fran...
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Aceptado, incluso por nuestra descolocada derecha negacionista, que la economía española “va como un cohete”, se empieza a plantear las tres preguntas fundamentales que venimos eludiendo en el empobrecido marco del debate político monotemático en que nos movemos: ¿hacia dónde va el cohete? ¿Quiénes van en el cohete? Y ¿hasta cuándo tendrá combustible el cohete? La OCDE acaba de elevar, de nuevo, las previsiones de crecimiento para España, señalando que en 2025 y 2026 seremos la locomotora de crecimiento dentro de la zona euro (crecemos ocho veces más que Alemania y cuatro más que Italia y Francia) y otras grandes economías.
¿Hacia dónde va el cohete? El cohete despega, pues, pero no parece que se dirija hacia un cambio de modelo productivo, como venían pidiendo los partidos hoy en el Gobierno, cuando eran oposición. En trazo grueso, seguimos asentados en una economía de servicios, incluyendo turismo, donde crecen los sectores de siempre, con baja capacidad tecnológica y mano de obra poco cualificada. Y, con la excepción de los servicios no turísticos, nuestra competitividad exterior sigue asentada en ser más baratos antes que en hacerlo mejor, con mayor valor añadido. En estos años es evidente que el grado de digitalización de nuestras empresas se ha incrementado, así como que se han desarrollado nuevas empresas tecnológicas de alto valor añadido en sectores como la defensa, el aeroespacial o el sanitario, pero, parece, que el impacto de los Next Generation no ha sido tanto como el esperado.
La implantación de la IA es, todavía tímida y su primer efecto se está notando más en el empleo que en la productividad en un tejido empresarial que sigue dominado por las pequeñas y microempresas. Con avances en productividad y en I+D+i, Insuficientes para reducir la brecha con la media europea, el cohete parece seguir el mismo rumbo de antes, sin que apenas se perciba, todavía, ningún cambio de rumbo significativo.
¿Quiénes van en el cohete? Los datos son abrumadores y altamente letales para un gobierno supuestamente progresista, ya que se ha disparado la brecha entre pobres y ricos durante estos años: los beneficios empresariales, los valores bursátiles y la riqueza patrimonial han crecido mucho más que los salarios reales (alimentos, transporte y vivienda crecen a mayor ritmo que los salarios) de unos trabajadores que han visto, además, como la no deflactación de la tarifa ha subido su carga impositiva. La OCDE también ha señalado a España como uno de los países ricos con más desigualdad de oportunidades que, además, se ha incrementado para las generaciones más jóvenes porque el ascensor social se ha averiado, estancando la movilidad social. En los últimos años, la distancia entre los más ricos y el resto de la sociedad no ha hecho más que crecer en España.
Un 25% de paro juvenil, una inaceptable concentración de trabajadores pobres entre los jóvenes (ganan menos de lo que necesitan para vivir por contratos a tiempo parcial no deseado y por horas extras no cobradas), la imposibilidad de acceso a la vivienda para los jóvenes (antes de la crisis, un alquiler representaba el 50% del sueldo. Hoy, es más del 90%) y el aumento de jóvenes muy formados, pero en cosas que ya no demanda el mercado han abierto una clara brecha generacional (y social) con unos pensionistas dueños de sus viviendas, que ven revalorizadas sus pensiones por el IPC y mantienen a su disposición otras prestaciones sociales y sanitarias.
El riesgo de pobreza en España afecta a más de 12 millones de personas (26% de la población), siendo la pobreza infantil que ronda el 30% lo que nos sitúa a la cabeza de Europa. Más de cuatro millones de personas viven con menos de 644 euros al mes y las políticas sociales, como el ingreso mínimo vital, naufragan entre el desconocimiento y la burocracia, mientras los comedores sociales y las ONG no dan abasto para cubrir las necesidades de las familias. Pero seguimos sin hacer la reforma fiscal prometida, ni las otras reformas necesarias (y conocidas) en el Estado para mejorar su eficiencia redistributiva. Políticas socialdemócratas ausentes del programa de este gobierno.
Mantener el viejo modelo de financiación autonómica, gracias al exceso de liquidez generado por el crecimiento y por la inflación como impuesto silencioso, hace que las diferencias en el gasto público por habitante entre CC AA sean muy importantes y creciendo. En concreto, 950 euros per cápita separa al territorio mejor financiado del peor, agrandando una desigualdad en provisión de servicios públicos entre españoles según el lugar de residencia, por no haber tenido la fuerza política para abordar la reforma de un modelo injusto, que ha caducado y que se debe pactar con el principal partido de la oposición algo “prohibido” por la polarización reinante.
Brechas sociales, generacionales y territoriales, agrandándose, hacen que no todos los ciudadanos puedan viajar en el cohete de la economía española, abriendo los brazos de la K entre aquellos al alza, que pueden y otros, a la baja relativa, que son excluidos, generando esa sensación, basada en datos, de que la recuperación de la economía no está llegando a todos de forma equitativa porque, como vengo defendiendo, no se están haciendo políticas socialdemócratas desde este Gobierno más próximo al populismo del titular en redes.
¿Cuánta fuerza propulsora le queda al cohete? El modelo de crecimiento ha cambiado: del consumo público y las exportaciones estamos pasando al consumo doméstico y la inversión, en un contexto de desaceleración mundial que incide sobre nuestras menores tasas de crecimiento. Es pronto para predecir frenazos o fuertes declives. Sobre todo, porque seguimos teniendo la baza de reactivar, en serio, la tan necesaria construcción de viviendas. Pero ello redundaría en el regreso silencioso al anterior modelo de crecimiento tan denostado por los partidos del Gobierno, incapaces de imponer ni una política de redistribución, ni el deseado cambio de modelo productivo. Nuestra K, un éxito administrativo, que oculta un gran fracaso político.