Medio siglo de ambición europea: el espacio exige un nuevo pacto
Hay que repensar el papel de la ESA, para que responda a las necesidades estratégicas del continente

La Agencia Espacial Europea (ESA) celebra su 50 aniversario. Medio siglo de cooperación científica que ha permitido a Europa situarse entre los grandes actores del planeta. Pero el contexto en el que nació –civil, experimental, centrado en la investigación– poco tiene que ver con la realidad actual. Hoy el espacio es un dominio estratégico de la defensa donde se juegan la soberanía, la seguridad y la competitividad tecnológica de las naciones.
La ESA nació como un laboratorio de conocimiento, una organización diseñada para experimentar y demostrar capacidades tecnológicas en colaboración entre las naciones europeas, de las cuales España fue socio fundador. Y durante décadas cumplió con brillantez esa misión. Europa puso en órbita satélites meteorológicos, construyó la constelación Galileo, lideró misiones científicas pioneras y consolidó una industria robusta. Sin embargo, el mundo ha cambiado más rápido de lo que su modelo institucional ha podido adaptarse.
Las rivalidades tecnológicas, la competencia por el espectro, las ciberamenazas y la creciente militarización del entorno espacial obligan a repensar el papel de la ESA. Ya no basta con ser un actor civil o científico. Europa necesita una agencia con mandato gubernamental, capaz de ejecutar misiones difíciles y responder a las necesidades estratégicas de los Estados.
Esta transformación no implica renunciar a la cooperación o al espíritu científico que definieron su origen, sino dotarla de una nueva orientación política y operativa. En otras palabras, pasar de la experimentación a la soberanía estratégica del continente.
El cambio debe empezar por nuestros propios Gobiernos, que tienden a ver a la ESA como un organismo civil. Esa percepción limita su capacidad de acción en un momento en el que Estados Unidos, Rusia o China abordan el Espacio como una prioridad de Estado, con inversiones sostenidas y objetivos estratégicos claros.
Europa, en cambio, invierte mucho menos: en España, por ejemplo, el gasto apenas alcanza el 0,05 % del PIB, frente a porcentajes cuatro veces superiores en las principales potencias. Esa brecha erosiona la autonomía tecnológica y reduce la capacidad de competir en sectores clave como las telecomunicaciones seguras, la vigilancia orbital o los sistemas de navegación.
La próxima reunión interministerial de la ESA, en noviembre, será un momento decisivo para corregir ese rumbo. Europa necesita una política que combine inversión, visión geopolítica y capacidad de ejecución. El apoyo firme de la Agencia Espacial Española será clave para que nuestro país tenga una voz relevante en ese debate y no quede relegado a un papel secundario. España no puede conformarse con el sexto lugar en la contribución a la ESA si aspira a tener un papel estratégico en este nuevo ecosistema.
Europa cuenta con un tejido industrial de alto nivel, con empresas y centros tecnológicos capaces de desarrollar esas soluciones duales. Pero hace falta un marco político que incentive la inversión y acelere la toma de decisiones. La ESA puede y debe ser ese motor, un organismo más soberano, operativo y alineado con las necesidades reales de los Estados miembros.
El 50 aniversario de la ESA puede marcar ese necesario punto de inflexión. Si nació para experimentar; hoy debe liderar. Su éxito futuro dependerá de que los gobiernos europeos la doten de recursos, ambición y mandato político para afrontar una nueva etapa, la del Espacio como infraestructura crítica, como fuente de autonomía y como instrumento de cohesión continental.
