Ir al contenido

Los retornos de los ‘lobbys’ de Washington son ahora mucho menos predecibles

El estilo de dirección de Trump ha amplificado las amistades e intensificado los castigos contra los enemigos

Un enfoque extremadamente personalista de la política está agravando los malos hábitos del lobbying. El estilo de Donald Trump ha destrozado los procesos de contratación pública, amplificado las amistades e intensificado los castigos contra los enemigos, creando un nuevo y diferente auge en K Street, sede de los traficantes de influencias de Washing­ton. Los retornos...

Para seguir leyendo este artículo de Cinco Días necesitas una suscripción Premium de EL PAÍS

Un enfoque extremadamente personalista de la política está agravando los malos hábitos del lobbying. El estilo de Donald Trump ha destrozado los procesos de contratación pública, amplificado las amistades e intensificado los castigos contra los enemigos, creando un nuevo y diferente auge en K Street, sede de los traficantes de influencias de Washing­ton. Los retornos de dicha inversión son ahora mucho menos predecibles.

Las cifras cuentan parte de la historia. Los 2.500 millones de dólares gastados en intentar influir en la política en el primer semestre representaron un alza del 12% respecto a 2024. Algunas industrias atacadas por la Administración, como la de renovables, elevaron sus presupuestos aún más, al igual que otras organizaciones que antes mantenían un perfil más bajo en los pasillos del poder federal o que suelen actuar de forma encubierta a través de contactos diplomáticos. Los recién llegados a la capital, como los entusiastas de las criptomonedas, también están gastando sumas exorbitantes.

El estilo de Trump está remodelando a su vez el negocio de la persuasión. Su disposición a frenar los procesos judiciales contra la influencia foránea, despedir a los responsables de deontología y solicitar abiertamente compromisos de inversión corporativa cambia de forma drástica la forma en que las empresas y otros grupos de presión se dirigen al Gobierno.

Todo esto va mucho más allá de los típicos acuerdos entre bastidores de la ciudad. Las autoridades están solicitando favores y fondos de forma más abierta que las Administraciones anteriores. Acercarse al presidente y sus lugartenientes es ahora más que nunca una parte esencial de la planificación estratégica corporativa, para completar fusiones, lograr exenciones de aranceles, eludir regulaciones y evitar insidiosas presiones e intervenciones. Además, las investigaciones académicas sobre la influencia que suelen tener los lobbys en las políticas son, en el mejor de los casos, contradictorias, pero las probabilidades se están inclinando a su favor, lo que amenaza con socavar la confianza en los funcionarios electos y distorsionar los mercados y la economía de forma duradera.

Los influencers profesionales que orbitan alrededor del presidente están obteniendo grandes beneficios, aunque los resultados sean desiguales. Por ejemplo, Ballard Partners, dirigida por el estratega republicano Brian Ballard y que antes empleaba a la jefa de gabinete de la Casa Blanca, Susie Wiles, y a la fiscal general, Pam Bondi, ha saltado a lo más alto de la clasificación de los intermediarios, tras añadir a su lista de clientes a Chevron, JP Morgan, Palantir y decenas más. La firma también trabaja para la Universidad Harvard y el bufete de abogados Kirkland & Ellis, ambos objetivos de Trump.

IA y criptos

Algunas de las industrias que más tienen que ganar con los cambios políticos y normativos, o con su prevención, cuentan también con hondos bolsillos. Las start-ups de inteligencia artificial, por ejemplo, están gastando mucho dinero para ayudar a configurar los marcos legales que regirán la tecnología durante años. OpenAI dedicó 620.000 dólares a lobby en el segundo trimestre, un 30% más que el año anterior, antes de que la Casa Blanca publicara en julio su proyecto de política de IA. Según la información analizada por Politico, otras 500 empresas también declararon haber hecho actividades de lobby en relación con el aprendizaje automático.

Los devotos del bitcoin y el ethereum han utilizado una avalancha de donaciones para campañas, propaganda en el Capitolio y relaciones públicas a fin de transmitir su mensaje contra las interferencias. Durante el ciclo electoral de 2024, grupos como el comité de acción política Fairshake dedicaron más de 100 millones a asegurar una mayoría procripto en el Congreso y derrotar a los escépticos. Las maniobras creativas también están cobrando mayor importancia. Coinbase, por ejemplo, instaló máquinas expendedoras de la marca en Washington que contenían unas 5.000 barras de chocolate personalizadas para “crear una fiebre por las criptomonedas en todo el Capitolio”.

Estos múltiples enfoques han llamado la atención de los aliados de Trump. El presidente del Comité Bancario del Senado, Tim Scott, republicano de Carolina del Sur, elogió en agosto a los aficionados a las monedas digitales y les agradeció que “se deshicieran” de su predecesor con 40 millones en donaciones para él. A cambio, los partidarios de las criptos consiguieron lo que más deseaban: reguladores comprensivos en puestos clave y una nueva ley a favor de las monedas estables este verano.

Intentar defenderse del presidente ha sido igual de caro, pero menos eficaz. Las instituciones de enseñanza superior están aumentando sus presupuestos para lobby­ing. Los miembros de la Association of American Universities gastaron en este tipo de iniciativas casi 10 millones en el primer trimestre por sí solo. La Universidad de Columbia triplicó con creces sus gastos.

Las farmacéuticas, acostumbradas a ejercer con éxito su influencia en Washington, también han gastado más sin obtener apenas resultados. Moderna destinó 800.000 dólares al lobbying en el primer semestre, casi tanto como en todo 2024. Esto no impidió que el Departamento de Salud, bajo la dirección del activista antivacunas Robert F. Kennedy Jr., rescindiera un contrato de 500 millones para vacunas de ARNm, el principal producto de la firma, que ha perdido casi el 70% de su valor de mercado en el último año.

Algo similar ocurre con la energía limpia. Los proveedores elevaron considerablemente sus presupuestos para lobbying, pero salieron con las manos vacías de las recientes negociaciones sobre la ley tributaria. Pese a reconocer que la financiación para reducir el uso de combustibles fósiles beneficiaba a sus electores, prácticamente todos los republicanos del Congreso votaron a favor de poner fin a las subvenciones ecológicas de la era Biden.

A los socios comerciales también les ha resultado difícil hacer llegar su mensaje al Despacho Oval. India y Vietnam contrataron empresas vinculadas a Trump para negociar la política comercial con EE UU y, sin embargo, se han quedado atascados con aranceles del 50% y el 20%, respectivamente, muy superiores al 15% de Japón o la UE.

Pero hay otras formas menos convencionales de atraer la atención de este presidente. Las empresas y los países han dado a conocer cifras de inversión de 12 dígitos que resuenan en Trump, especialmente si él forma parte de la revelación. Estas pueden ser incluso una forma más barata de ganarse su favor, ya que las sumas suelen proceder de iniciativas anunciadas antes, no son vinculantes o son mucho menores de lo que parecen, como fue el caso del acuerdo de Gran Bretaña para comprar aviones Boeing o el compromiso de Japón de 550.000 millones para la industria manufacturera de EE UU.

La Administración mantiene una tabla de puntuación de las empresas que le han sido “leales”, informó Axios en agosto, trazando una línea explícita entre la lealtad y el trato preferencial. Una lista aparte en la web de la Casa Blanca muestra los compromisos de las empresas, bajo el título “Efecto Trump”. A partir de ahí, solo hay un pequeño paso para adquirir participaciones en el capital o microgestionar empresas, desde Intel hasta Coca-Cola.

Un Gobierno guiado en gran medida por los mejores postores es muy ineficiente y propenso a la mala conducta. También infunde un cinismo más profundo sobre la democracia y un temor justificable a la corrupción. Otros países que han caído en esta trampa han sufrido hiperin­flación y han ahuyentado a los inversores. Estos desastrosos resultados son cada vez más posibles en EE UU, incluso sin que nadie haga lobby específico por ellos.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

Más información

Archivado En