El juego de suma cero entre la cantidad y la calidad del empleo
Tras tres años de la reforma laboral, persiste la alta rotación y el tiempo parcial acapara la precariedad salarial
Tres años hace ya de la contrarreforma laboral de Yolanda Díaz, enlace sindical en el Gobierno, para reconquistar derechos supuestamente conculcados en la reforma que posibilitó la recuperación de la economía y del empleo tras la catástrofe de 2008-2013. Tres años en los que crecimiento y empleos se han convertido en motores mutuos, con generoso desempeño nominal, pero en los que la calidad, que nunca fue atributo abundante, ha perdido posiciones. La norma mudó la terminología de los contratos como quien muda ropa ajada por traje nuevo, pero la naturaleza del mercado es más tozuda que sus ropajes y la precariedad resiste.
La mayoría de las perversiones que se imputaban al modelo de mercado antes, persisten ahora, suavizadas unas y engordadas otras, y han aparecido otras nuevas no menos perversas. La gran dualidad entre empleos estables y precarios no ha desaparecido, y conserva valores relativos similares, y la elevada tasa de rotación de temporales, subempleados y desempleados, sigue adherida al mercado laboral como el musgo a las rocas húmedas, como rasgo natural de una actividad cada vez más terciarizada y de alta estacionalidad. El balance correctivo del mercado en enero, época de estacionalidad media-baja, es un buen ejemplo.
La revisión bienintencionada de la nomenclatura de los contratos, las exigencias de control horario previo a la imposición de la reducción del tiempo de trabajo y el intervencionismo en los costes salariales y de cotizaciones ha propiciado que el avance de la actividad haya sido atendido en gran medida con una buena dosis de reparto del empleo existente, que ha perjudicado notablemente a la calidad, que se construye en torno a la retribución.
Los altos volúmenes de contratación temporal de 2021, año de la reforma Díaz, han descendido ahora en un 33%: desde los 4,308 millones de finales de 2021 a los 2,87 millones de ahora, tal como refleja la Encuesta de Población Activa. En paralelo, los asalariados con relación laboral indefinida se han incrementado en un 24%, desde los 12,6 millones de entonces a los 15,7 de finales de 2024. Este movimiento, que tomado aisladamente permite concluir que se ha erradicado la temporalidad y la precariedad contractual, tiene una réplica en el avance de los contratos a tiempo parcial.
Este tipo de relación laboral, ya ensayado de forma intensa antes de la revisión de las contrataciones de 2021 con más 2,7 millones de trabajadores acogidos a esta fórmula, se ha disparado hasta superar con creces los tres millones de contratados, con una absorción muy intensa por parte de las mujeres (2,2 millones) y un protagonismo preferente en el mantenimiento de la brecha salarial por sexo, pero con presencia creciente de los hombres, con más de 800.000 asalariados.
Pero el colectivo de asalariados a tiempo parcial no acaba ahí. Engloba también a la figura estrella de la reforma: los fijos discontinuos. Esta tipología, practicada en el sector privado y en el público, no es otra cosa que un contrato a tiempo parcial de jornada anualizada, en el que unos cuantos meses se trabaja y se cobra la nómina de la empresa, y otros pocos meses, se alojan en el desempleo y cobran la nómina del Servicio Público de Empleo (SEPE).
La EPA da cuenta de la existencia a finales de 2024 de 706.000 trabajadores con una relación contractual fija discontinua (el doble que en 2019), que llevaría el colectivo del tiempo parcial cerca de los cuatro millones de asalariados. Y si le sumamos el colectivo de empleados temporales, el viejo concepto de precariedad alcanza los 6,64 millones de asalariados en términos brutos. (Un paréntesis: hay una pequeña parte que tiene las dos condiciones, temporal y a tiempo parcial, y que agrupa a cerca de 800.000 personas. Y también un colectivo de 1,9 millones que trabaja a tiempo parcial, pero que disfruta del estatus de fijo.
En definitivas cuentas, que la rebaja pretendida de la temporalidad, que registra las tasas más modestas del siglo, se ha logrado a consta de elevar también a los valores más altos del siglo las de parcialidad. Una mejora aparente, fundamentada en la definición normativa del contrato, pero con la persistencia, cuando no el deterioro, de la remuneración percibida. Porque en la disyuntiva entre tiempo completo y tiempo parcial está la verdadera madre del cordero de la calidad del empleo, ya que la estabilidad siempre dependerá más de la buena marcha de la economía (y de la empresa) que del nombre del vínculo.
Los últimos datos analíticos disponibles sobre la remuneración están en la Encuesta de Estructura Salarial de 2022, que refleja un salario anual medio de 31.000 euros para los contratados a jornada completa, por 13.000 euros escasos en los contratados a jornada parcial, con una implicación muy intensa de la mujer, que absorbe dos tercios de los empleos de esta tipología. Los cambios en los contratos, el reparto del empleo existente y las fuertes subidas del SMI, han concentrado a cada vez más trabajadores en las rentas inferiores a la media, hasta el punto de que el sueldo más común apenas superase los 14.500 euros.
Cuando España incorporó al corpus laboral el contrato a tiempo parcial, ya el siglo pasado, se buscaban alternativas para quien quería trabajar solo unas horas. Y como tal funcionó hasta hace unos años; pero ahora lo está haciendo como escape a las limitaciones del temporal, en el que actividades de alta estacionalidad como la agricultura, la construcción, el turismo o algunos servicios públicos, se habían refugiado de forma viciosa.
Casi la mitad de los asalariados a tiempo parcial (1,36 millones) no tienen este contrato por gusto, sino por no encontrar uno a tiempo completo. Como muy bien relataba una reciente crónica en este periódico, se trata del 44,5% del colectivo, el nivel más bajo desde la gran recesión, cuando superaba el 60% tal condición. Es un colectivo que coincide con el que la EPA identifica como subempleados, aquellos que querrían trabajar más horas, y que llega a 1,7 millones, con jornada media de 22 horas semanales. Pero en el envés de esta hoja aparecen los contratados a tiempo parcial por su gusto, que no quieren jornada completa, y que son menos de uno de cada diez.
En la rotación de los ocupados, la mejora es muy limitada, a juzgar por los contratos realizados, tal como desgrana un informe de The Adecco Group España. En 2024 se firmaron casi quince millones, como si todos y cada uno de los asalariados del sector privado hubiesen cambiado de trabajo. Seis de cada diez fueron temporales, y de ellos, uno de cada cinco, de tiempo parcial. Cuatro de cada diez de los temporales duraron menos de una semana, y nueve de cada diez, no superaron los tres meses. De los fijos, el 35% era discontinuo y el 10%, adscrito a obra.
En definitiva, que todo sigue como estaba, pero lo llamamos de otra manera más amable para que parezca menos doloroso. Lo más complicado de cambiar del mercado es su naturaleza, reflejo de la estacionalidad de la actividad. Y solo podrá dar nuevos pasos, más formales que reales en la calidad, con cambios en la estructura de los costes, de todos los costes. Pero eso lo escribiremos en el agua de otro estanque.
José Antonio Vega es periodista.