El gigantismo de Wall Street es el principal riesgo para 2025
La escala de las acciones de EE UU implica que los inversores mundiales están más expuestos a ellas que nunca
Muchos grandes inversores se acercan a 2025 con una sensación de anticipación nerviosa. Puede parecer sorprendente: la economía mundial ha evitado hasta ahora un aterrizaje brusco, mientras la renta variable de EE UU va camino de ganar un 20% o más por segundo año seguido. El inminente regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y la persistente preocupación por la inflación dan a los gestores monetarios motivos para inquietarse. El mayor riesgo, sin embargo, puede ser su dependencia de Wall Street.
Dos años de rentabilidad mundial han aumentado aún más el peso de la renta variable de EE UU. El país representa ahora el 67% del índice MSCI All-Country World, un amplio índice de referencia que sigue a 2.650 cotizadas de mercados desarrollados y en desarrollo con un valor combinado de unos 80 billones de dólares. El siguiente país en importancia, Japón, representa menos del 5%. Aunque los índices mundiales subestiman el peso de los mercados chinos, es imposible ignorar el dominio de las empresas de EE UU. Y va en aumento: hace una década, representaban alrededor del 50% del MSCI.
La tendencia se refuerza a sí misma, además. A medida que las acciones de EE UU superan a las que cotizan en otros países, su ponderación en los índices de referencia mundiales aumenta de forma natural, obligando en la práctica a los inversores que siguen pasivamente un índice a invertir más dinero en los mercados del país. Entrar en el S&P 500 es ahora un billete dorado: las acciones de Palantir ganaron un 14% en un día de septiembre, después de que S&P confirmara que la firma de análisis de datos se incorporaría a su índice emblemático. No es de extrañar que firmas europeas como el gigante de los materiales de construcción Holcim estén ansiosas por unirse a ese club.
Pero, para muchos grandes inversores, la atracción gravitatoria de EE UU también plantea un dilema. A los gestores profesionales les gusta la diversificación. Repartir una cartera entre distintas regiones y clases de activos reduce el riesgo de pérdidas repentinas y, por tanto, debería de producir rendimientos más sostenibles a largo plazo. “No dejamos que nuestra exposición a EE UU aumente demasiado”, declaró hace poco a Breakingviews el responsable de un gran fondo de pensiones, al tiempo que admitía que hacerlo había sido dañino últimamente.
Por supuesto, las cotizadas son solo un componente de un universo de inversión mucho más amplio, que incluye bonos, materias primas, bienes inmuebles y activos alternativos. Pero pocos esperan que el gigante bursátil estadounidense se ralentice pronto. Los estrategas de la mayoría de los grandes bancos de inversión predicen que el S&P 500 cerrará 2025 entre 6.500 y 7.000 puntos, lo que supone una subida de entre el 7% y el 15%. Los analistas de Bank of America esperan que las empresas de EE UU registren un aumento de beneficios del 13% en 2025, frente al 10% de este año, ayudadas por la caída de los tipos. Los analistas de UBS señalan que cuando la Reserva Federal recorta los tipos fuera de una recesión, como está ocurriendo ahora, la Bolsa de EE UU gana de media un 18% en los 12 meses siguientes.
Los argumentos históricos a favor del excepcionalismo de Wall Street también son poderosos. En la última década, el S&P 500 ha obtenido una rentabilidad anual compuesta del 13%. En el mismo periodo, las acciones japonesas, europeas y de emergentes registraron ganancias equivalentes de solo el 6,1%, el 5,3% y el 3,4%, respectivamente, según Nicolas Colas, cofundador de DataTrek Research. Tampoco es un fenómeno reciente. Estudiando datos que se remontan a 1900, los académicos Elroy Dimson, Paul Marsh y Mike Staunton descubrieron que las acciones de EE UU produjeron una rentabilidad real media del 6,6% en dólares, frente al 4,5% de la renta variable internacional.
Así, habría que ser un inversor valiente para apostar en contra de esta tendencia, sobre todo teniendo en cuenta que las grandes tecnológicas de EE UU han establecido una temprana ventaja en inteligencia artificial. No obstante, hay varias razones para la cautela.
La primera es la concentración. Las empresas de EE UU más grandes son inusualmente dominantes. Los 10 valores más importantes del S&P 500 representan alrededor del 35% de su valor, la proporción más alta desde los 70, cuando los inversores acudían en masa a un puñado de empresas grandes y de alta calidad conocidas como las Nifty Fifty. Esto deja a los inversores expuestos a las fortunas de varias empresas de altos vuelos. La concentración también se refleja en el índice de referencia mundial. La ponderación del 4,5% de Apple en el MSCI All-Country World es casi igual a la de todas las acciones japonesas juntas, por ejemplo. En conjunto, las siete magníficas –el fabricante del iPhone, Nvidia, Microsoft, Amazon, Meta, Tesla y Alphabet– representan 16 billones de valor, o más de un quinto del total mundial.
Según casi cualquier indicador, las acciones de EE UU también están caras. Utilizando la medida de beneficios cíclicamente ajustados desarrollada por Robert Shiller, por ejemplo, cotizan a un múltiplo más alto que en casi cualquier otro momento fuera de la locura de las puntocom. También son más caras que sus homólogas internacionales. El S&P World ex-US, que mide las empresas internacionales de mediana y gran capitalización, cotiza a unas 18 veces los beneficios históricos. El índice de referencia estadounidense se valora en 28 veces. Y la divergencia va más allá de la tecnología: los grandes bancos y empresas industriales de EE UU disfrutan de una prima con respecto a sus homólogos de otros países.
Son buenas razones para creer que las ganancias adicionales pueden ser limitadas. El S&P 500 solo ha ganado una vez más de un 20% en tres años consecutivos, y eso fue a finales de los 90, señala Henry Allen, estratega de Deutsche Bank. Los analistas de Goldman Sachs prevén que el índice de referencia produzca una ganancia anualizada de solo el 3% en términos nominales durante la próxima década, lo que apenas basta para seguir el ritmo de la inflación.
Un periodo de retornos anodinos no significaría necesariamente el fin de los excepcionales resultados de la Bolsa de EE UU. Las leyes y normativas del país siguen ofreciendo un entorno favorable para los inversores en renta variable, y Trump parece considerar los rendimientos bursátiles una medida del éxito político. Ha contratado a Kevin Hasset, coautor del libro de 1999 Dow 36.000: the new strategy for profiting from the coming rise in the stock market (la nueva estrategia para beneficiarse de la próxima subida de la Bolsa), para presidir su Consejo Económico Nacional. Pero la escala y la influencia de las acciones del país significa que los inversores de todo el mundo están más expuestos que nunca a los altibajos del mayor mercado de valores. El mayor riesgo para los inversores en 2025 se esconde a plena luz.
Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías