Pekín empuña la mano débil en la II guerra comercial de Trump

La exposición de las exportaciones chinas a EE UU, mayor que en sentido contrario, inclina la balanza

Donald Trump, entonces presidente de EE UU, y Xi Jinping, presidente chino, en 2019 en Osaka (Japón).Kevin Lamarque (REUTERS)

“Para mí, la palabra más bonita del diccionario es arancel”, dijo Donald Trump en una entrevista el mes pasado en el Club Económico de Chicago, y añadió: “Es mi palabra favorita”.

Ahora que es presidente electo de Estados Unidos, esa palabra estará en la punta de la lengua de todas las autoridades chinas reunidas en Pekín esta semana para elaborar una estrategia que impulse el lento crecimiento de su economía. Tendrán que tener en cuenta la posibilidad de que Trump cumpla su promesa de imponer un arancel del 60% a todas las exportaciones de la República Popular.

No está claro si los líderes chinos se toman esa amenaza al pie de la letra o como una táctica de negociación; los medios de comunicación estatales han estado inusualmente callados en el periodo previo a estas elecciones estadounidenses. Pero los grupos de expertos de la República Popular advierten de que será mucho más difícil negociar con Trump que durante la anterior guerra comercial. Es una apreciación razonable.

Quizá el principal factor que debilita la posición de China es su incumplimiento de la promesa de comprar 200.000 millones de dólares más en bienes y servicios estadounidenses, según los términos del acuerdo de Fase Uno que puso fin a las subidas de aranceles en enero de 2020 en la primera guerra comercial sino-estadounidense. Esto significa que cualquier nueva promesa que Pekín haga a Washington para desescalar el conflicto tendrá menos peso.

China también es más vulnerable que antes por la decisión de Xi Jinping de redoblar su política industrial basada en la exportación para compensar la debilidad crónica del consumo interno. Si sus exportadores reorientan los productos a otros mercados de Europa y Asia para compensar la pérdida, esos países podrían redoblar la subida de sus propios gravámenes en defensa propia. La cuota global de China en el comercio mundial podría finalmente dejar de crecer, o reducirse significativamente.

Pekín tampoco puede igualar a Washington en cuanto al daño económico potencial de los nuevos aranceles. EE UU sigue siendo el mayor mercado exterior de China, con exportaciones de más de 500.000 millones el año pasado, en torno al triple del valor de las importaciones chinas procedentes de EE UU, según datos de aduanas. Si el gravamen propuesto por Trump se materializa, prácticamente podría reducir a la mitad la tasa de crecimiento del PIB chino, del 5%, en 12 meses, han advertido los economistas de UBS.

También hay menos margen para que el banco central chino utilice la depreciación del renminbi a fin de suavizar el golpe. Los analistas de Citi estiman que el yuan podría caer casi un 12% desde su nivel actual frente al dólar por el impacto de un arancel del 60% y en ausencia de respuesta por parte de Pekín. Cualquier otra flexibilización monetaria para apoyar el crecimiento correría el riesgo de avivar más flujos de salida e iría en contra del deseo de Xi de una moneda fuerte.

Todo esto puede sonar extravagantemente apocalíptico, y por ahora los índices bursátiles de la China continental, incluido el CSI 300, no se han desplomado. Pero los analistas decían más o menos lo mismo sobre la perspectiva de la primera guerra comercial, justo hasta la salva inicial de Trump.

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¿Hasta qué punto es sólido el escudo de silicio de Taiwán? Esa es la pregunta que mantendrá en vilo a Taipéi mientras Trump se prepara para tomar posesión de nuevo. Aunque las exportaciones de esta economía de 800.000 millones de dólares a EE UU están aumentando gracias al fabricante de chips Taiwan Semiconductor Manufacturing (TSMC), las amenazantes políticas del presidente electo podrían socavar el comercio que ha apuntalado la protección de la isla.

En los últimos cinco años, Taiwán se ha enfrentado a la creciente presión militar de Pekín, que considera la isla como territorio propio. Aun así, se supone que los enormes costes de una guerra en este polo de los semiconductores deberían de disuadirla. TSMC, valorada en 860.000 millones, fabrica en la isla casi todos los chips más avanzados del mundo para Nvidia, Apple y otros. Cualquier interrupción en esas fábricas tendría enormes repercusiones para los ejércitos y el PIB de todo el mundo.

Además, a pesar de la prolongada política estadounidense de ambigüedad estratégica hacia Taiwán, Taipéi cuenta con Washington como su aliado y proveedor de armas más importante; Joe Biden fue más allá y afirmó que no descarta el uso de la fuerza militar de EE UU en caso de invasión china. La relación no ha hecho sino reforzarse con el auge de la demanda de chips que alimentan la inteligencia artificial. Entre enero y septiembre, las exportaciones de Taiwán a EE UU superaron los envíos a China, alcanzando los 84.000 millones, un aumento del 60% respecto al mismo periodo del año anterior.

Trump anuncia un enfoque diferente: acusa a la isla de robar el negocio de semiconductores de EE UU, se queja de que los fabricantes de chips reciben subvenciones para construir fábricas en Norteamérica, y afirma que Taipei debería pagar a Washing­ton por su defensa. También propone un arancel general del 10% sobre las importaciones estadounidenses procedentes de todo el mundo. Aunque la Administración del presidente de Taiwán, Lai Ching-te, describió ayer las relaciones bilaterales como “sólidas como una roca”, también advirtió de que no podía descartar que Pekín pusiera a prueba en las próximas semanas la posición de Trump sobre la isla incrementando las tácticas de “zona gris”, como el aumento de las patrullas de barcos y aviones que cruzan la frontera no oficial.

Gran parte de lo que ocurra en Washing­ton está fuera del alcance de Lai, pero hay algo que sí puede hacer: aumentar el desem­bolso en seguridad. Su Gobierno ha presupuestado para defensa solo el 2,45% del PIB, unos 20.000 millones de dólares, para el próximo año. Está por debajo del objetivo del 3% que se fijó hace casi dos décadas y menos de lo que le aporta EE UU. Haya escudo de silicio o no, es prudente gastar en uno de verdad.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías



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