¿Cotiza el bono que España crece más que Portugal con menos déficit que Francia?

La incertidumbre política, la incapacidad para atajar el gasto y la falta de reformas neutralizan el generoso crecimiento

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con el presidente de Francia, Emmanuel Macron, y el entonces primer ministro de Portugal, Antonio Costa, en Bruselas en 2022.Borja Puig de la Bellacasa (Pool)

Hace un mes, los mercados financieros cruzaron las trayectorias de los rendimientos de la deuda francesa y española por vez primera desde que ambas se emiten en euros. Los seguidores de la virtud fiscal celebraron el sorpaso de los bonos españoles sobre los galos con tanto entusiasmo como sorpresa y resignación cuando hace ya unos cuantos meses la deuda portuguesa sobrepasó la solvencia de la española. Como en los mapas geográficos, en lo fiscal España limita al norte con Francia y al oeste con Portugal, y tendrá que decidir qué ejemplo seguir, hacia dónde mirar, para cumplir las exigencias europeas de reducir cada año su pasivo.

Los planes enviados a Bruselas prevén llevar en 2031 el déficit al 0,8% del PIB y la deuda hasta el 90,6%, con un limitadísimo avance del gasto público, impropio del Gobierno a juzgar por su track record, y solo superable si se vuelven a subir los impuestos. Pero nada sabemos del Presupuesto que empiece a hacer posible este aterrizaje fiscal en un escenario de estabilidad parlamentaria cogida con alfileres, ni del plan de reformas estructurales exigibles para disponer de un margen de maniobra de siete años.

Cada uno de los tres Tesoros nacionales (francés, portugués y español) tiene lo que se ha trabajado en los últimos años: Portugal ha consolidado el crecimiento tras recortar los gastos y subir los impuestos cuando le ahogaba el lazo del rescate, mientras Francia ha mostrado una inexplicable indolencia fiscal que la ha colocado en la diana de los mercados, con el macronismo negándose año tras año a subir los ingresos, con una situación política explosiva que dificulta meter al país en el quirófano del ajuste y con un desempeño económico muy pobre. España está a medio camino de ambos: ha optado desde hace años por activar la palanca de los impuestos, pero renunciando a recortar los gastos; sigue en terreno de nadie, y reduce la deuda solo por la inercia del ciclo, que está explotando con retardo.

Conviene anticipar que cada país se comporta fiscalmente en función de su situación en el mundo, del tamaño de su economía, de su poder de convicción en el mercado, de su ubicación geoestratégica. Francia sorteó las dificultades en la crisis del euro hace 14 años porque era un poderoso miembro fundador de la Unión y una economía demasiado grande para caer, mientras España tuvo que encajar el rescate de medio sistema financiero, y Portugal, el auxilio completo a su Estado. Y el comportamiento ulterior ha tenido bastante que ver con el sacrificio exigido y con el grado de aprovechamiento de las lecciones aprendidas.

Portugal precisó un rescate de 78.000 millones de euros en abril de 2011, con dolorosos recortes de gasto (congelación de pensiones y sueldos públicos, supresión de dos pagas extras a ambos colectivos, recortes del seguro de paro y gasto sanitario, abono al erario del 50% del ingreso de la extra de Navidad de ese año, prohibición de las jubilaciones anticipadas, renuncia a la conexión del AVE con España y despido de 44.000 funcionarios), y no menos dolorosos incrementos de impuestos (fuerte subida del IVA y de las cotizaciones laborales, alza de tributos a las rentas de capital) y la venta de emblemáticas empresas públicas.

El tipo de interés de la deuda a diez años había llegado a cotizar en el secundario al 17%, con la prima de riesgo sobre Alemania por encima de 1.500 puntos básicos, y déficit del 10%. En 2014, Portugal comenzó una remontada de su crecimiento, de control del déficit y de recuperación del crédito de su deuda, y en 2017 llevó el desequilibrio fiscal a un saldo negativo del 2,1%, el mínimo desde 1974. Su pasivo público cerrará este año en el 95,1%, con un superávit fiscal anual superior al 1%. Consecuencia de todo ello, de un crecimiento económico sostenido y un sólido compromiso político de rigor fiscal, combinado con un atractivo plan de estímulo fiscal a jóvenes y a empresas externas para invertir en Portugal, el Tesoro luso paga hoy por el bono el 2,8%, menos que España (2,98%), menos que Francia (3,03%).

Francia estuvo en la diana de los mercados en 2011, pero salvó las invectivas tras el “whatever it takes” de Mario Draghi en julio de 2012. Ahora es el auténtico enfermo fiscal de Europa, con un déficit que cerrará el año en el 6%, y que descenderá a la confortable zona del 3% en 2029 si somete a una cura de caballo su gasto público. Con la geometría parlamentaria más endiablada de la V República, el jefe del Ejecutivo, Michel Barnier, ha puesto a los franceses ante el espejo: “La deuda pública colosal que tenemos (3,22 billones de euros, el 112% del PIB) es una espada de Damocles que puede poner al país al borde del precipicio”.

Prepara una fuerte subida de impuestos a rentas elevadas y a empresas con altos beneficios y un paquete de recorte de gastos de 40.000 millones de euros. Hace siete años que no suben los ingresos, más allá de lo que los activa la inflación, porque Emmanuel Macron siempre ha apostado por las rebajas fiscales, sin contrapesar sus decisiones con un recorte de las vastísimas facturas. La cuestión ahora es si su debilidad parlamentaria logrará imponer el doble ajuste, mientras encaja la presión ultra por su derecha y del nuevo frente popular por su izquierda, y todo ello en un escenario de paupérrimo crecimiento de la riqueza.

A medio camino de la indolencia del norte y del activismo del oeste se mueve España. Encarna un escenario político de parecida inestabilidad a la de París, con media docena de partidos de divergentes intereses coaligados, y carece de la voluntad decidida de atajar el gasto que exhibe Lisboa, respondiendo a cada demanda aliada con nuevas facturas y nuevos impuestos para abonarlas. Fruto de tal mestizaje, dispone de un escenario dibujado en el agua y entregado a Bruselas que promete llevar el déficit cerca de cero y la deuda al 90,6% del PIB en 2031 con una desconocida disciplina en el gasto, pero con la espoleta de los impuestos entre los dedos por si la situación lo reclama. Un escenario del que dudan varias instituciones nativas y externas si no cambian las circunstancias.

El plan largo diseñado carece de los raíles presupuestarios para moverse y de una guía de reformas seria que estimule el crecimiento potencial, y sin el cual todo es una buena intención, pero una mala idea. La posibilidad de que haya un Presupuesto sigue en el aire, con varios partidos coaligados reclamando regalías de fin de ciclo político que obligarían a replantear los números. Además, las promesas a Bruselas pueden no ver la luz si el callejón sin salida se salda con un anticipo electoral que amerite una buena corrida de gasto para inclinar voluntades. Malos tiempos para un ajuste.

Entre tanto, los mercados siguen confiando en que España honrará su deuda (siempre queda la salvaguardia de último recurso del BCE, como tantos y tantos años a unos cuantos países), de la que los financiadores dicen, en función de la rentabilidad y el precio de sus bonos, que dada la holgura del crecimiento que exhibe, encubre mucho margen de mejora. A fin de cuentas, crece más que Portugal y genera la mitad de déficit que Francia, pero cotiza a la par.

José Antonio Vega es periodista

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