Europa se queda sin cartas: no avanzar es retroceder

El bloque se está quedando sin margen, ni dinero, para seguir jugando la partida mundial de poder, hegemonía y bienestar

Vladimir Putin y el resto de los participantes en la reunión de BRICS, en Kazán (Rusia), el 24 de octubre.MAXIM SHIPENKOV (via REUTERS)

Semana negra para Europa. Y no porque la candidata Teresa Ribera haya reconocido en Bruselas lo que niega para España (la importancia de la nuclear en la transición limpia), sino porque han coincidido tres hechos que abundan en la idea de que Europa ha perdido paso en la carrera internacional y se está quedando rezagada: un papel del BCE sobre el retraso europeo frente a China; un reportaje en The Economist que muestra la distancia que nos ha sacado USA en asuntos estratégicos fundamentales, y la reunión en Kazán (Rusia) de 36 delegaciones de países conocidos como BRICS que han dado un respaldo al dictador de Rusia que mantiene una guerra imperialista en Ucrania. Mal empieza la legislatura para el nuevo Europarlamento y la recientemente propuesta Comisión Europea, que apenas han tenido tiempo de asimilar las implicaciones que están detrás de la crudeza del informe Draghi sobre Europa, sus carencias y sus necesidades en un panorama mundial dinámico y competitivo, donde no avanzar es retroceder.

El blog del BCE ha publicado un breve, pero demoledor artículo que refleja todos los problemas que tiene hoy Europa ante la transformación experimentada en China, que ha pasado de fábrica barata del mundo a competidor aventajado, sobre todo, de Europa (aunque también de USA). Entre 2000 y 2020, la zona euro perdió once puntos en la cuota de exportaciones mundiales de bienes no energéticos, mientras China ha ganado 16 y ya nos supera, en porcentaje. Poniendo foco, dos causas se encuentran detrás de este vuelco: China ha experimentado un cambio esencial en su aparato productivo, subiendo varios escalones en la cadena de valor, y ha pasado de exportar bienes intermedios que Europa utilizaba para sus producciones, a competir directamente en el producto final (automóvil o maquinaria, como ejemplos). Este upgrade se ha visto impulsado por sus avances en el sector tecnológico y el despliegue de la digitalización, aspectos en los que Europa se ha quedado retrasada.

La segunda causa de este sorpaso chino se encuentra en los precios: China exporta más barato, productos similares en calidad a los europeos o mejores, como demuestra la evolución del tipo de cambio real de sus monedas. Una parte de la explicación puede encontrarse, como aducen las autoridades europeas, en que China subvenciona sus exportaciones de manera incompatible con las reglas de la OMC, lo que justificaría los aranceles que se han puesto a sus automóviles. Otra parte se encuentra, sin duda, en el exceso de capacidad existente en China, porque su mercado interior avanza con mayor lentitud de la prevista. No olvidemos, también, el golpe que a nuestra competitividad ha representado el alza de los previos energéticos tras la crisis de Ucrania. Pero, también, se encuentra los avances producidos en las fábricas chinas, que aseguran que su actual ventaja competitiva frente a Europa ha venido para quedarse. Con nuestros salarios, nivel tecnológico, precios energéticos, dependencia exterior y fragmentación productiva del mercado interior, perdemos competitividad en sectores importantes donde, hasta ahora, éramos potentes.

Si volvemos la mirada, ahora, hacia Estados Unidos, el avance experimentado por ese país en los últimos 30 años es también espectacular: si en 1990 representaba dos quintos del PIB de los países del G7, hoy es la mitad. Por su parte, el gap en renta per cápita con el resto de miembros se ha duplicado en el mismo periodo de tiempo. Profundizando en las razones, cuatro destacan. Primero, su independencia energética le ha blindado frente a crisis como la derivada de la guerra de Ucrania. A la vez, un sector público claramente proempresas en dos aspectos esenciales: escasa regulación burocrática y generosas ayudas públicas cuando es necesario han animado una potente inversión privada que ha destacado, sobre todo, en los sectores punteros. Es la sede de las principales empresas tecnológicas del mundo occidental y destaca en la batalla por la inteligencia artificial. Por último, tener el dólar como moneda mundial de reserva ha permitido que su deuda no tenga problemas especiales de colocación en el mercado.

Los países BRICS+ (tras la ampliación) multiplican por cinco a la población del G7, y les superan en PIB, medido en paridad de poder adquisitivo y en disponibilidad de recursos energéticos, pero no en capacidad comercial. Aunque se trata de una organización poco cohesionada que incluye a democracias como India junto a dictaduras como China, tienen en común que rechazan el actual orden internacional por estar diseñado al servicio de Occidente y ser poco representativo de la nueva realidad mundial. Y también les une el no rechazar fotografiarse al lado de Putin, un líder al que Occidente condena por su guerra en Ucrania.

Unidas las tres piezas del puzle, nos encontramos ante una realidad muy adversa para Europa en la medida en que se evidencia una clara perdida de importancia política, a la vez que serios problemas estructurales que lastran su desempeño económico relativo, en un momento donde se están produciendo grandes avances y cambios en este ámbito. Una Europa descolgada de USA, a la que China va ganando terreno de manera rápida e imparable, y sin peso suficiente para garantizar que sus sanciones a Putin logren quebrarlo, ante el auge imparable del sur global, que ha dejado de buscar referentes en Europa (la salida de Francia de los países del Sahel, en pleno conflicto interno, es una prueba de lo dicho).

Europa se está quedando sin cartas, ni dinero, para seguir jugando la partida mundial de poder, hegemonía y bienestar, cuyo desarrollo está ya muy avanzado, tal como han expresado Draghi y Letta en sus informes. Si ahora uno mira por dónde van los debates políticos en cada país europeo o en las instituciones de la propia Unión Europea, la conclusión es desoladora por el exceso de ombliguismo que impera, al primar la polarización, que permite el acceso de fuerzas con vínculos poco claros con Putin y que persiguen debilitar la Unión Europea al grito de más nación, menos unión. Si, además, gana Trump…

Jordi Sevilla es economista

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