Alemania: ser o no ser industria

El sector del país se reinventa mientras pone en cuestión el modelo de negocio de la cuarta economía mundial

El ministro alemán de Economía y Clima, Robert Habeck (izquierda) y el CEO de Mercedes Benz, Ola Kaellenius, en el foro Diálogo Global Berlín, el 2 de octubre.HANNIBAL HANSCHKE (EFE)

El clúster alemán, entendido como organismo industrial, está tocado. Es un reto histórico. Los consorcios del acero, la química y la industria enriquecieron a Alemania. Hoy liquidan sus fábricas. ¿Hay un camino de salida?, se pregunta el intelectual semanario alemán Die Zeit. Esta historia va del futuro de la industria alemana en su mayor reto desde la industrialización.

El grupo Volkswagen (que fabrica casi 10 millones de coches en el mundo) ha anunciado el cierre de plantas en Alemania. Continental (uno de los cinco proveedores de automoción globales), por su parte, la liquidación de miles de puestos laborales y la reestructuración de la división de técnicas del automóvil. Los proveedores ZF y Bosch, reducción de plantilla. Además, el sector de la maquinaria, otra seña de identidad de la industria germana, pronostica una caída de la producción del 8%. BASF, el mayor consorcio químico del mundo, cierra fábricas en Ludwigshafen, Fráncfort y Knapsack.

Y Thyssenkrupp quiere separar la producción de acero para concentrarse en la fabricación de componentes de automóvil, en tecnologías verdes y materiales industriales. La razón es que la división de acero está frenando el crecimiento del resto de los sectores del consorcio símbolo del despegue industrial alemán tras la guerra.

¿Cuál es el problema? Son muchos… Los costes de la energía, el precio del carbono, los sueldos, los impuestos… Y China, claro. Los chinos producen más acero del que necesitan y lo venden a precio de saldo en el mercado europeo. En la planta de Thyssen de Duisburgo se dispone de más capacidad de producción que de salida de acero. De hecho, la firma está buscando un comprador de su negocio siderúrgico, pero para ello deberá bajar sus costes. Hablamos del acero, uno de los materiales, junto al carbón y la química, que hicieron rica a Alemania. Sectores que consumen mucha energía; es la energía el quid de las decisiones económicas en la actualidad.

Esta crisis, que es también política, impacta en la identidad económica alemana. Sus colosos industriales formaban parte de un organismo, un clúster intercomunicado y estable: el acero suministraba al automóvil, cliente del sector químico, que compraba a su vez al sector de la maquinaria, que ocupaba a ingenieros y especialistas. Esa red surge en el siglo XIX en un momento de bum demográfico. El historiador Werner Plumpe lo explica así a Die Zeit: “El auge de la industria alemana se produjo porque los sectores innovadores de entonces, el químico, el electrotécnico y el de la maquinaria, ofrecían productos de calidad a buen precio.” Se trata de BASF, Thyssenkrupp, Mercedes, Bosch… Todavía hoy la industria mueve una cuarta parte del PIB alemán. Pero “ahora estamos ante un viraje estructural que desconocemos a dónde se dirige”. Ese golpe de timón no solo cuestiona la identidad industrial alemana, sino que parece que se está dado a ciegas…

Las variables son ahora la energía (cara), la población (escasa) y China; lo que lleva a que la producción en Alemania no sea tan competitiva como antes. El mundo compra menos coches, dos millones menos anualmente que antes de la pandemia. Y China interviene ahora globalmente como antes lo hiciera Alemania. Además, cuenta con coches eléctricos pequeños y produce hasta un 33% más barato que los alemanes. Pronto incluso en Europa, en Hungría. Alemania se cuestiona su modelo industrial, basado en la venta al mundo, porque el mundo es hoy otro. Esa inseguridad llega a los votantes, quienes, descontentos y desubicados, no saben tampoco muy bien por dónde tirar.

El ministro de Economía, el verde Robert Habeck, ha prometido que habrá nuevos incentivos para comprar vehículos eléctricos, pero también ha advertido de que las empresas tendrán que resolver sus problemas por sí mismas. La industria del automóvil está tocada, no se venden los coches eléctricos y el cambio verde resulta muy caro. Por eso, los consorcios alemanes piden ayudas para sobrevivir en el mercado global. ¿Es la solución? No, dice Marcel Fratzscher, presidente del think tank DIW berlinés y una figura incómoda entre los investigadores económicos alemanes. “Las ayudas para la compra de coches eléctricos son una mala idea porque resultan caras y no aceleran la movilidad eléctrica.” Opina que no son sociales y que es más conveniente invertir en infraestructuras de recarga eléctrica, en innovación y desarrollo. Se trata, pues, de ofrecer mejores condiciones a toda la economía para hacerla más competitiva. Y no de subvencionar a determinadas empresas y a la energía. “Mejor avanzar con solo el 90% de las plantillas en empresas fuertes y con futuro que atarse a viejas estructuras que arriesgan el futuro de todo el consorcio.”

Ante tales retos, parte de la industria acusa al Gobierno de imponer la transformación verde a toda costa. Por su parte, desde el ministerio de Economía, los expertos se defienden apuntando a los cambios geopolíticos globales, a los factores de competitividad y a la política industrial de China y EE UU. Habeck está reaccionando con programas para invertir en baterías, hidrógeno, cloud computing, microchips y plantas de acero verdes. Pero todo ello es una apuesta complicada. Die Zeit lo expresa así: “El Estado está financiando puentes para pasar a la nueva era industrial, partiendo de que en el futuro habrá energía (electricidad e hidrógeno verdes) a precios competitivos.” En definitiva, es una apuesta que, por otro lado, implica una limitación de recursos en otros ámbitos.

Una eventual desindustrialización genera muchos miedos. El PIB caerá un 0,1%, según Enzo Weber, catedrático y jefe del instituto de investigación IAB, y, el próximo año, crecerá solo el 0,4%. No obstante, apenas aumentará el desempleo en 2024. De hecho, nunca hubo tantas personas ocupadas. Pero, mientras aumenta el empleo en servicios, educación y sanidad, cae el de la industria y la construcción. La industria, sobre todo, registra un retroceso en producción y en empleo. Y ello teniendo en cuenta que las empresas tienden a mantener a sus empleados, ante las dificultades del mercado para encontrar a cualificados.

La transformación económica implica una oportunidad excepcional, pero también riesgos colosales. Enzo Weber explica que el Gobierno tendrá que impulsar las inversiones y el desarrollo tecnológico y de las infraestructuras. Propone compensar económicamente por los costes energéticos y, en política de empleo, invertir en recuperación, vía formación, de personal cualificado.

¿Dudas? Sí, claro. Alemania recela, titubea y duda de sí misma, con una actitud que la lleva siempre a moverse hacia adelante. La transformación traerá consigo ganadores y perdedores; pero no hay alternativas. Roland Busch, jefe de Siemens, concluye: “Hay que priorizar e invertir masivamente en las tecnologías del futuro, en lugar de subvencionar industrias sin perspectivas.” Siemens es una de las estrellas del firmamento industrial alemán con mejores resultados y crecimiento rentable: 2.100 millones de euros de beneficios netos solo en el tercer trimestre, un 48% más respecto al mismo periodo del año anterior.

Lidia Conde Batalla es periodista y analista de política y economía alemana

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