Europa debe exigir juego limpio a Pekín
Sería ingenuo minusvalorar el peso de China en la UE e iniciar una guerra desigual, pero es necesario reclamar con firmeza reciprocidad comercial
Desde que en 2001 China entró a formar parte de la Organización Mundial del Comercio (OMC), las relaciones comerciales, la economía global y los equilibrios geoestratégicos han dado, literalmente, giros vertiginosos. El gigante comercial que emergió tras esa fecha se convirtió rápidamente en la fábrica del mundo, elevó la calidad de vida de más de 1.200 millones de ciudadanos chinos a velocidades históricas e inundó el mercado con bienes manufacturados a precios de saldo, todo ello sin soltar las riendas de hierro propias de la dictadura comunista que domina el país. También se convirtió en un gigante financiero, una potencia industrial y un rival de primera magnitud en la carrera por liderar, frente a EE UU, la economía mundial. Fruto de ese rodillo, que ha propiciado incluso la deslocalización de parte de la industria occidental atraída por la mano de obra barata, China ha acumulado un gran poder comercial frente a economías con sectores altamente dependientes del exterior, como es el caso de Europa.
El proteccionismo comercial chino, que subsidia a las compañías del país, lo que explica los precios imbatibles de sus manufacturas, e impone restricciones y barreras a las empresas extranjeras, ha desatado un encendido debate sobre la conveniencia y el modo de proteger la industria europea. En ese contexto se encuadra la investigación que ha abierto Bruselas sobre las barreras que impone Pekín para la contratación pública de productos sanitarios de proveedores europeos. Una ofensiva que se une a los expedientes sobre los subsidios estatales a los coches chinos, los paneles solares y los aerogeneradores de electricidad, y a los recientes registros sin previo aviso llevados a cabo en empresas chinas en Polonia y Países Bajos, una acción que ha provocado la queja de la Cámara de Comercio de China en la UE.
Sería ingenuo, y Bruselas no lo es, minusvalorar el peso económico de Pekín en Europa, especialmente en economías como la alemana, así como en ciertos sectores clave, e iniciar una guerra comercial desigual cuyos daños son difíciles de calibrar. El enfoque que ha adoptado la UE pasa por exigir reciprocidad y juego limpio a Pekín y por avanzar en el denominado de-risking, es decir, impulsar una política de autonomía estratégica basada en diversificar y reducir los riesgos derivados de una dependencia excesiva de China. Los expedientes de investigación que ha abierto Bruselas se basan en una regulación de 2022, nacida para exigir tratamiento recíproco a las compañías de la UE en la contratación pública de terceros países. Aplicarla con serenidad, pero con firmeza, parece el mejor camino a seguir.
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