Entre los tópicos socorridos de Davos y el día a día de los mercados

Cada año la reunión es menos interesante. Si se observa lo que se ha tratado allí, parece que todo el mundo se ha dedicado a hablar de manidas fruslerías

DENIS BALIBOUSE (REUTERS)

En economía, cuando no se sabe de qué hablar, se habla de las nuevas y deseables maneras de medir el producto interior bruto, que seguramente (al incorporar lo que aportan las nuevas tecnologías al aprendizaje y a la calidad de vida, y que ahora no se mide; es decir, el valor creado y no solo los precios que se han pagado) proporcionaría un aumento sustancial en el indicador, lo que le vendría muy bien a todos y cada uno de los Gobiernos que estuvieran en el poder en ese momento, porque aunque todos los entendidos en la materia sabrían que nada habría cambiado en la realidad, aunque cambiaran ...

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En economía, cuando no se sabe de qué hablar, se habla de las nuevas y deseables maneras de medir el producto interior bruto, que seguramente (al incorporar lo que aportan las nuevas tecnologías al aprendizaje y a la calidad de vida, y que ahora no se mide; es decir, el valor creado y no solo los precios que se han pagado) proporcionaría un aumento sustancial en el indicador, lo que le vendría muy bien a todos y cada uno de los Gobiernos que estuvieran en el poder en ese momento, porque aunque todos los entendidos en la materia sabrían que nada habría cambiado en la realidad, aunque cambiaran los números, los legos terminarían olvidando que solo se habría tratado de un cambio de criterio y, con el tiempo, atribuirían (uno por uno, a esos Gobiernos) la capacidad de haber derramado el cuerno de la abundancia sobre sus ciudadanos (o, con uno de los términos más machacones de los últimos tiempos, sobre su ciudadanía).

En ese tópico ha caído el ministro más reciente y novato con motivo de la reunión en Davos: un conciliábulo que cada año que pasa está más decadente y menos interesante. Si se observa lo que se ha visto allí la semana pasada, parece que todo el mundo se ha dedicado a hablar de manidas fruslerías.

También son muy socorridos otros temas que siempre van a interesar a una parte de los lectores y de los asistentes a desayunos informativos y a conferencias. Entre ellos se encuentra el hablar de la pérdida de importancia del dólar y su decadencia como moneda dominante, así como de la propia decadencia de EE UU como potencia mundial. O de los BRIC y sus intentos de desplazar a ese mismo dólar con una moneda maravillosa que, supuestamente, sería mucho más fuerte y conectada a las raíces de la “economía real”, puesto que de ella formarían parte los países ricos en materias primas agrícolas y, sobre todo, industriales.

A veces, incluso, algunos políticos, en el ejercicio de ser ministros, se aventuran, como sucedió la semana pasada, con el tema manoseado y apenas bien entendido de la productividad de la economía, haciendo piruetas algo confusas para justificar la subida de los salarios diciendo que no pasa nada porque se eleven una y otra vez, ya que se compensa con las subidas de la productividad, olvidándose de que el problema es que, en España, la productividad no solo no sube, sino que tiene altibajos, de resultas de los cuales la productividad del trabajo está estancada en el mismo nivel que en 1995.

Lo sorprendente sería que se hubiera producido otro resultado, ya que en los últimos años el empleo ha crecido considerablemente más que el PIB. Tanto que, en 2023, la tasa de crecimiento de aquel ha triplicado a la de este.

Aún recuerdo a un político muy bien valorado, aunque poco votado, que se armaba un lío grande entre productividad y competitividad, con lo que las diferencias entre la economía china y la de EE UU terminaba siendo una noche en la que todos los gatos, ¡cómo no!, eran pardos.

Si se mide la productividad del conjunto de los factores, y creyendo a la Fundación BBVA y al Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas, el problema no mejora. Según ellos, ha bajado un 7,3% entre los años 2000 y 2022.

Y es que el concepto de productividad es un poco resbaladizo y lleva a no pocos economistas y comentaristas a incurrir en un vicio que no toleraría ni un matemático, ni un aristotélico, ni un escolástico (¡vaya panda!), y que consiste en olvidarse de que lo definido no debe entrar en la definición, algo en que suele incurrirse también cuando se habla de la velocidad del dinero. Por suerte los políticos no se aventuran en esas camisas de once varas, aunque, si se complicara la situación monetaria de nuevo, no sería extraño verlos patinar en esa pista.

Yo, como todo el mundo, también tengo mis temas favoritos cuando no sé de qué otra cosa hablar, y entre ellos están los hechos de los presidentes norteamericanos y el precio de las materias primas. Son dos mundos fabulosos que hoy, gracias a Internet, están, mal que bien, al alcance de cualquiera.

Pues bien, en las más de tres semanas transcurridas de año, el comportamiento de las materias primas agrícolas e industriales ha estado en línea con lo esperado y relatado en este mismo espacio el día 20 de diciembre: ninguna de las más utilizadas ha tenido variaciones sensibles de precio, a excepción hecha del gas natural en el mercado de EE UU, que en muy pocos días llegó a acumular una subida del 19%, para perder después toda la ganancia con la misma rapidez con la que la alcanzó y pasar a perder en este momento un 15,5% e infringir la regla del dedo de que los activos que se quedan en las últimas posiciones por rentabilidad en un año suelen ocupar los primeros puestos en el año siguiente.

Ya se ve, con esa mala performance del gas natural (que también se ha dado en Europa, con un -13,6%) que la guerra entre Hamás e Israel no está afectando aparentemente al precio de los combustibles fósiles. Tampoco al petróleo: el precio del barril de Brent sube 3,3% en 2024 y está un 6% por debajo de donde estaba el día del ataque de Hamás.

Juan Ignacio Crespo es estadístico del Estado y analista financiero

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