¿Qué sucederá en 2024?
Las expectativas no son de color rosa. El gasto público seguirá descontrolado, pese a las protestas farisaicas, porque hay elecciones a ambos lados del Atlántico
Estábamos tan inquietamente tranquilos cuando la desglobalización se aceleró un poquito más. Un poquito o un muchito: aún está por ver.
Las dificultades que surgen una y otra vez para que el comercio internacional fluya como se creía que iba a fluir eternamente hasta que llegó el Covid-19 hacen dudar de que ese objetivo encomiable en el que cada nación produce y vende a las demás aquello para lo que es más eficiente llegue nunca a alcanzarse de manera estable.
No es el primer mito que cae. También la Segunda Guerra Fría, en la que ya estamos inmersos, ha hecho caer,...
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Estábamos tan inquietamente tranquilos cuando la desglobalización se aceleró un poquito más. Un poquito o un muchito: aún está por ver.
Las dificultades que surgen una y otra vez para que el comercio internacional fluya como se creía que iba a fluir eternamente hasta que llegó el Covid-19 hacen dudar de que ese objetivo encomiable en el que cada nación produce y vende a las demás aquello para lo que es más eficiente llegue nunca a alcanzarse de manera estable.
No es el primer mito que cae. También la Segunda Guerra Fría, en la que ya estamos inmersos, ha hecho caer, casi simultáneamente, otro mito, el de que con la caída del Muro de Berlín se habían terminado los problemas y que un futuro radiante esperaba a la Humanidad, además de que, más prosaicamente, haría caer del cielo lo que se llamó en 1991 el dividendo de la paz. Con la guerra entre Oriente y Occidente de nuevo librándose por representación entre Ucrania y Rusia y entre Israel y Hamás, el dividendo de la paz ya se ha esfumado.
En esta ocasión, son los rebeldes hutíes del Yemen los que están poniendo en jaque otra vez la desglobalización y la estabilidad de la cadena de oferta global por la vía de atacar con drones o bombardear con misiles a los barcos mercantes del enemigo occidental o de sus aliados, así como a los barcos de guerra de EEUU u otros países que pululan por las aguas el Estrecho de Bab el-Mandel y del Mar Rojo (¡lo que cambian las cosas!; hace no tanto, los que eran bombardeados como primicia con drones eran ellos)
Con esto vuelve el temor a que la interrupción parcial de la cadena de oferta global haga subir los precios de los bienes importados de China por causa de los retrasos que se irán acumulando, tal como sucedió de manera extrema durante el Covid-19 y, menos radicalmente, hace dos años, cuando un barco se quedó atravesado en el Canal de Suez.
Y eso son palabras mayores para los Gobiernos, que ya han exhalado un suspiro de alivio y creen, con la fe del carbonero, que sus cuitas con el índice de precios de consumo son agua pasada.
Esperanza vana, pues aunque casi nadie lo recuerda ni lo menciona, la inflación subyacente sigue siendo muy elevada: en España, del 4,5%; en la eurozona, del 4,2% y en EEUU, del 4%.
A esta situación no tan buena como la propaganda gubernamental ubicua nos quiere hacer creer, se suma una expectativa para 2024 que no es ni mucho menos de color de rosa: el gasto público sigue descontrolado y va a seguir así, por mucho que, desde la oposición republicana en EEUU y desde la burocracia de Bruselas en el caso europeo, se escuchen protestas farisaicas de que ya es hora de volver al rigor presupuestario de antes de la pandemia. Con elecciones a ambos lados del Atlántico en 2024, sería ingenuo creer que esas protestas de rigor van a tener el más mínimo impacto real.
Y todo ese gasto público en un tiempo en el que la productividad de la economía no mejora ni en EEUU ni en la eurozona, lo que no es óbice para que se sigan produciendo aumentos importantes de los salarios y de las pensiones, lo que hace recordar aquel círculo vicioso de la década 1972-1982. Como no venga la inteligencia artificial a salvar la situación…
Si a eso se añade el que el BCE está de lo más moroso a la hora de eliminar la reinversión de los vencimientos de su programa de compra de bonos de la pandemia y pendiente de que no se le escapen los diferenciales de rentabilidad entre la deuda pública de los países de la eurozona, ya solo falta alguna cosa más para que la inflación pueda dar sorpresas desagradables en el año 2024.
Además, sigue habiendo aún demasiada liquidez en circulación, aunque esto también tenga su lado bueno: se suscribe sin problemas la nueva deuda emitida.
Una de las sorpresas la dará, probablemente, el precio del petróleo, que, tras haber estado contenido por debajo de los 100 dólares por barril de Brent y haber bajado a 70 dólares este año, seguramente oscilará entre 70 y 100 dólares de nuevo. Sus tasas de variación anuales, junto con las del gas natural, atormentarán a los Gobiernos y a los consumidores.
Los tipos de interés: no tan bajos como se cree que van a estar. La inflación lo impedirá, aunque moderada por la contracción del crédito y de la oferta monetaria.
El aumento de las quiebras continuará, tanto en Europa como en EEUU, pues el coste medio de la deuda empresarial seguirá subiendo, ya que por mucho que bajen los tipos, no se pondrán por debajo de los costes medios pasados.
En favor de que la inflación no se dispare tanto está el que las materias primas agrícolas no experimentarán subidas importantes (más bien lo contrario) y el que los metales industriales mantendrán sus precios contenidos dentro de un rango moderado, si bien alguno de ellos, como el níquel, deberían tener subidas importantes.
Lo probable es que las Bolsas sigan con su optimismo irredento, bien que no exentas de un par de sustos, lo que no debería impedir que terminen 2024 con revalorizaciones de nuevo importantes.
Con todo esto tendremos que lidiar en el próximo año. Hasta entonces, feliz Navidad y próspero año nuevo.
Juan Ignacio Crespo es estadístico del Estado y analista financiero
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