España suspende en electrificación
Es una exigencia ineludible e inaplazable si queremos descarbonizar nuestro aire, nuestra economía y nuestra vida
El progreso y las necesidades de energía han estado siempre indisolublemente unidos. En los últimos 50 años el crecimiento de ambos ha sido exponencial, tan rápido y extremo que la cara b de ambos está haciendo el cambio climático prácticamente irreversible y, con él, creando un futuro incierto para las generaciones futuras. Aun dándonos cuenta de ello, como sociedad global, la solución no parece al alcance de nuestras manos..., ¿o sí? En este contexto, apostar por la electricidad de origen renovable como vector energético cotidiano es clave para el desarrollo de la economía y de la soc...
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El progreso y las necesidades de energía han estado siempre indisolublemente unidos. En los últimos 50 años el crecimiento de ambos ha sido exponencial, tan rápido y extremo que la cara b de ambos está haciendo el cambio climático prácticamente irreversible y, con él, creando un futuro incierto para las generaciones futuras. Aun dándonos cuenta de ello, como sociedad global, la solución no parece al alcance de nuestras manos..., ¿o sí? En este contexto, apostar por la electricidad de origen renovable como vector energético cotidiano es clave para el desarrollo de la economía y de la sociedad.
Las amenazas de Naciones Unidas, con la Agenda 2030 y los acuerdos de París para 2050, son claras: debemos tratar de que el incremento global de la temperatura no supere el grado y medio respecto a la era preindustrial si queremos evitar que el problema avance todavía más rápido. De momento, vamos mal para lograrlo. Y es que, según el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando y, con ellas, los fenómenos meteorológicos extremos y el agotamiento de los recursos.
Las emisiones de carbono son uno de los principales causantes, y por eso tenemos la obligación no solo de reducirlas, sino de tratar de eliminarlas totalmente. En unas sociedades en las que la fabricación de todo tipo de bienes y la provisión de servicios dependen de la energía, donde hay casi un vehículo a motor por persona y donde tenemos luz, agua caliente, climatización y enchufes para todo tipo de aparatos, la electrificación basada en energías renovables puede y debe ser la piedra angular del cambio: mucho más eficiente y nada contaminante.
En este sentido, ya se están tomando medidas en el mundo, al menos en cuanto a concienciación. En España también, pero no al ritmo que Europa espera de nosotros. La electrificación de todos los usos progresa, pero lo hace de forma lenta. Sí hay buenas intenciones, como es el caso del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC). Con este plan se propone, entre 2021 y 2030, obtener una reducción del 23 % de gases de efecto invernadero respecto a los valores de 1990. Para lograrlo, se aborda directamente la electrificación con renovables para los principales sectores de aplicación energética: transporte, calefacción y refrigeración y electricidad, y se contempla que estas fuentes de energía supongan el 42 % del uso final de la misma para 2030. Aun en proceso de revisión, todo apunta a que dicho plan intensificará las medidas y será todavía más ambicioso en su alcance.
Otras medidas que van en buena dirección son la Estrategia de Almacenamiento Energético (para aumentar la capacidad de almacenamiento de energías de fuentes renovables) o la Ley de Cambio Climático y Transición Energética (para alcanzar la plena descarbonización de la economía en el año 2050 con un sistema eléctrico 100 % renovable).
Sin embargo, que menos de la mitad de la energía que se consume provenga de renovables no es, como decimos, suficiente. Por ello, hay que seguir avanzando y las herramientas tecnológicas son importantes aliadas en este camino hacia la necesaria transición energética. También nuevos modelos de servicio que permitan adaptar la red eléctrica para ofrecer una energía más competitiva y sostenible. Las medidas a tomar deben pasar por el impulso de la generación de energías renovables y el apoyo a la investigación y desarrollo en cuanto a generación y almacenamiento de las mismas. También por apostar por la movilidad eléctrica en el transporte (más eficiente y menos contaminante) y también por la electrificación de los hogares, en cuanto a usos térmicos y de climatización sobre todo, aún muy dependientes de combustibles fósiles. La digitalización de las redes eléctricas es un camino que hay que recorrer en este sentido, ya que ello permitiría la gestión inteligente no solo de la propia red, sino también de la demanda.
Y es que, según el reciente informe Net-Zero Spain de McKinsey, en España se podría cumplir el objetivo con inversión en tecnologías verdes, unos 85.000 millones de euros al año, y una de las claves está, precisamente, en la electrificación de los consumos finales: en los hogares, en los vehículos particulares y, sobre todo, en el gasto más grande que realizan las empresas de todos los sectores. No en vano somos un país rico (y mucho) en recursos naturales como el sol o el viento.
Está claro que, como decimos, la electrificación de la sociedad y de la economía basada en energías renovables es una exigencia ineludible e inaplazable si queremos descarbonizar nuestro aire, nuestra economía y nuestra vida. Está claro que la energía es el motor que mueve nuestras sociedades y que prescindir de ella no es una idea realista en un contexto de progreso. Pero sí puede serlo transformarla y aliarnos con ella.
Guillermo Amann es portavoz del Foro para la Electrificación
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