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El Foco
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Qué fue (y qué será) del ‘tecno gurú’?

La quiebra de bancos vinculados al sector tecnológico, como SVB, puede depurar este perfil hacia criterios más tradicionales

Sam Bankman-Fried
Sam Bankman-Fried, ex CEO de FTX.EDUARDO MUNOZ (REUTERS)

Aunque el año 2022 no trajo la anticipada recesión, sí sufrimos el clásico crac bursátil que suele precederlas. De hecho, 2022 se convirtió en el peor ejercicio bursátil desde el crac de 2008, heraldo de la Gran Recesión, especialmente por el derrumbe de las acciones tecnológicas. El Nasdaq llegó a perder un 35% respecto a los máximos del año anterior y un 40% se dejó el índice bursátil de las empresas de plataformas (the platform-index) o también, de media, los cinco grandes conglomerados conocidos con el acrónimo de Mamaa (Meta, Apple, Microsoft, Amazon y Alphabet). Además, vivimos el cripto apocalipsis, mientras también se desplomaban las incipientes valoraciones de los NFT (títulos de propiedad de activos digitales) o de las propias startups.

Entre las diferentes explicaciones de la que podríamos llamar la Gran Corrección tecnológica, destacan los efectos de la subida de los tipos de interés, que segó el valor actual de los ya de por sí inciertos beneficios futuros de las tecnológicas. Pero, entre estos factores, puede que se haya minusvalorado la influencia negativa del desgaste del estereotipo del tecno gurú.

Los líderes fundadores de las empresas tecnológicas alcanzaron el estatus de visionarios, techados de múltiples virtudes, como la audacia, la brillantez, la austeridad, incluso en la vestimenta, cuello vuelto, sudadera o una simple camiseta gris, todo en pos de una constante búsqueda de la eficiencia en su vida diaria. Incluyendo cierta moralina, ya que, como nos recomendaba Google, no había que ser malvados (don’t be evil). Mientras, sus posibles defectos eran justificados, especialmente su no infrecuente carácter despiadado, de verdaderos tecno tiburones, dado que solo contaban con una vida para construir un mundo mejor, como proclamaba otro de los recurrentes tecno eslóganes (make the world a better place).

Estos nuevos líderes son una actualización del sueño americano, su versión 2.0. Casi un cliché expuesto en grandes producciones de Hollywood y series de televisión. Una narrativa que permitía soñar al adolescente nerd, empollón e introvertido, con que el éxito, en mayúsculas, se podía conseguir comenzando en un garaje, incluso abandonando prematuramente la Universidad. Además, estos líderes presuntamente ofrecían a sus trabajadores una atmosfera inmejorable. En sus llamados campus, se podría, como exhortaba Amazon, divertirse trabajando, mientras se cambiaba el curso de la historia (work hard, have fun, make history).

A medida que exponencialmente crecían las cotizaciones de estas empresas, –por ejemplo, Apple llegó a estar valorada en más del doble del PIB español del pasado año– se multiplicaban los reconocimientos. En los últimos treinta años, han sido ellos los únicos hombres de negocios que han conseguido el galardón de Persona del Año de la revista Time, generalmente reservado para los políticos y líderes mundiales. Primero Jeff Bezos en 1999, después Bill Gates, Mark Zuckerberg, hasta llegar a Elon Musk en 2021. Pero, solo un año después, vimos a este último montar un plebiscito sobre sus antes incuestionadas capacidades de liderazgo y, tras perder, sigue sin cumplir su promesa de retirarse de la dirección de Twitter. Mientras, despedía o huía la mitad de la plantilla de la empresa. De hecho, la estrategia común de estos nuevos líderes para enfrentarse a una tendencia bajista en los mercados de valores fue la poco original y edificante de los despidos masivos, dejando decenas de miles de expulsados de este antes Edén laboral.

Siguen recogiendo los más prestigiosos laureles. Pero ahora lo hacen a escondidas, se intenta hurtar la información a una opinión pública más crítica y descreída con este modelo de liderazgo. Buen ejemplo de ello fue la reciente entrega de la Legión de Honor a Jeff Bezos, sin anuncio o foto oficial alguna.

Pero fue el mundo cripto el que más ejemplos del tecno líder tóxico nos proporcionó en 2022. Los vimos entrar en la cárcel o salir huyendo a terceros países para evitar la extradición. El caso más llamativo fue el de Sam Bankman-Fried, que fue apodado el monje capitalista, ya que, en teoría, era seguidor de la filosofía del altruismo eficaz, fe que dicen profesar otros millonarios tecnológicos. Mientras públicamente mantenía que su herencia sería la completa donación de su fortuna, de puertas para dentro, concretamente en sus lujosas mansiones caribeñas, gastaba exuberantemente en una espiral hedonista, como si su verdadero objetivo fuera que ninguno de sus inversores pudiera dejar herencia alguna. Aunque sí donó, como es frecuente en estos grandes zares tecnológicos, ingentes cantidades de dinero a políticos de un signo y del opuesto, siguiendo la larga tradición histórica de los grandes oligopolistas que intentan influir en procesos electorales y parlamentos.

Previsiblemente, las criptodivisas serán fuente de nuevas decepciones humanas en 2023, empezando por el anunciado procesamiento, por parte de la todopoderosa SEC, de la plataforma Gemini de los famosos gemelos Winklevoss de Facebook.

No es de extrañar que las grandes producciones de televisión del año pasado ahora nos mostraban la vida, sin milagros, pero plagadas de calamidades, de tecno líderes sin escrúpulos, herederos intelectuales no de Frederick Taylor o Henry Ford, sino más bien de Carlo Ponzi o Bernard Madoff. Gracias a WeCrashed o The Dropout, conocimos los detalles de la simpar pareja Adam y Rebekah Neumann o de Elizabeth Holmes, la estafadora de chaleco de cuello vuelto, por supuesto negro, al más puro estilo Steve Jobs.

La quiebra de bancos estrechamente vinculados a las tecnológicas en general, concretamente el Silicon Valley Bank o a las criptomonedas en particular, como el Signature Bank y el Silvergate Bank, que ha iniciado un efecto dominó financiero de pavoroso presente e incierto futuro, no favorecerá a la cuestionada reputación de estos líderes.

Por todo ello, no es descartable una convergencia del modelo de gestor de empresas tecnológicas hacia estándares más tradicionales. Quién sabe, puede que en próximos Mobile de Barcelona o en el CES de las Vegas haya alguna corbata más.

José Ignacio Castillo Manzano es Catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla


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