Cómo cuidar los intangibles en la era de la longevidad
En vidas que pueden superar los 90 o 100 años, encontrar sentido y mantener vínculos sólidos es tan importante como planificar las finanzas

Cada vez más personas vivirán 90 o, incluso, 100 años. Pero, como reflexionaba Henar Reguera, socia del área comercial de Abante, durante el último webinar sobre longevidad organizado en la entidad financiera, “la gran pregunta no es solo cuántos años vamos a vivir, sino cómo queremos vivirlos”.
Porque la longevidad no es solo un reto financiero, sino también emocional: sumará años activos, con salud y vitalidad, pero también nos obligará a replantearnos qué queremos hacer con ese tiempo adicional.
Paula Satrústegui, socia de Asesoramiento patrimonial en Abante, lo explicaba así: “Cuando llega el momento de parar, de jubilarse, muchos sienten vértigo. Han estado volcados en su desarrollo profesional y no han cultivado otros espacios vitales. De repente, se encuentran con demasiado tiempo y pocas referencias para llenarlo de sentido”. Y es aquí donde entran en juego los intangibles.
Ikigai, moai y el sentido de la vida
En Japón, uno de los países con mayor esperanza de vida del mundo, existe el concepto de ikigai, que se puede definir como la “razón de ser”. Es aquello que da sentido a cada día poque, como comentaba Satrústegui, “tener un propósito mejora la salud mental, reduce el estrés y está asociado a un menor riesgo de enfermedades cardiovasculares”. No es casualidad que estudios sobre longevidad lo mencionen como una fuente interna de motivación que mantiene a las personas activas y socialmente conectadas.
A este propósito se suma el moai, también originario de Okinawa, que hace referencia a la importancia de las redes de apoyo. Y es que, como comentaron durante el encuentro, “estar acompañado y sentirte arropado por una comunidad, marca una diferencia enorme en cómo afrontamos cada etapa”.
En realidad, no son ideas nuevas. Viktor Frankl ya lo plasmó en “El hombre en busca de sentido”: quienes lograban encontrar un motivo para seguir adelante, incluso en las circunstancias más extremas, descubrían una fuerza interior que les ayudaba a resistir. Ese mismo principio se aplica a la longevidad: tener un propósito claro y sentir que nuestra vida tiene un sentido nos ayuda a afrontar mejor cada etapa.
Más años, más oportunidades para construir
Vivir más años, y hacerlo en buenas condiciones, abre una posibilidad que antes no existía, la de rediseñar nuestra vida más allá de las tres etapas clásicas: aprendizaje, trabajo y jubilación. En “La vida de 100 años”, Andrew Scott y Lynda Gratton proponen el concepto de vidas multietapas, en las que se alternan diferentes fases a lo largo del tiempo: periodos de formación, trabajo, pausas para el cuidado personal o familiar, emprendimiento o voluntariado. Este modelo permite equilibrar mejor lo profesional y lo personal, pero exige desarrollar la capacidad de adaptarse, aprender continuamente y estar dispuesto a reinventarse varias veces a lo largo de la vida.
En este sentido, Satrústegui recordaba que “el regalo de una vida larga no puede medirse únicamente en términos materiales. Si tenemos claro qué nos motiva, si nos sentimos acompañados, los años extra se convierten en una oportunidad para seguir creciendo”.
La longevidad, bien entendida, no es solo una cuestión de sumar años, sino de sumar sentido a esos años. Propósito, relaciones y aprendizaje continuo son los verdaderos activos que permiten vivir más… y mejor.

