Así actúan los inversores bajistas que se forran cuando una acción se desploma
El ataque a Grifols ha puesto bajo los focos a uno de los actores de los mercados financieros más controvertidos
Los alemanes tienen una palabra para referirse al sentimiento de alegrarse por el mal ajeno: schadenfreude. Instintivamente parece reprobable pero en los mercados financieros hay un tipo de actor que experimenta esa sensación constantemente. Son los inversores bajistas. Fondos de inversión libre (hedge funds, en la jerga) especializados en tomar posiciones en corto sobre compañías cotizadas con la esperanza de que su valor se desplome. Su rentabilidad y los sueldos de sus gestores son dire...
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Los alemanes tienen una palabra para referirse al sentimiento de alegrarse por el mal ajeno: schadenfreude. Instintivamente parece reprobable pero en los mercados financieros hay un tipo de actor que experimenta esa sensación constantemente. Son los inversores bajistas. Fondos de inversión libre (hedge funds, en la jerga) especializados en tomar posiciones en corto sobre compañías cotizadas con la esperanza de que su valor se desplome. Su rentabilidad y los sueldos de sus gestores son directamente proporcionales a la intranquilidad y la ruina de los accionistas de las empresas atacadas.
La última víctima en España ha sido Grifols, el grupo catalán especializado en el negocio de la extracción y venta del plasma sanguíneo. Hace 12 días, la misteriosa firma Gotham City Research publicó un demoledor informe cuestionando algunas prácticas contables y de gobernanza de la cotizada, lo que provocó que sus acciones se desplomaran un 40%, en solo cuatro sesiones.
En el imaginario colectivo este tipo de inversor tiene un aura de misterio. Personajes avariciosos y sin escrúpulos a quienes no les importa pisotear y mentir para ganar dinero. La realidad es un poco más prosaica y, de hecho, su forma de actuar no solo no está prohibida, sino que tiene muchos defensores. Argumentan que aporta más transparencia y liquidez a los mercados financieros. Pero, realmente, ¿cómo operan? ¿Cómo consiguen ganar dinero con la devaluación de un activo financiero?
El ejemplo de las monedas antiguas
Bill Ackman es uno de los gestores de hedge funds más famosos del mundo. Este neoyorkino ha amasado una fortuna de 4.000 millones de dólares dirigiendo la firma Pershing Square Capital Management. Bajo su batuta, este fondo protagonizó la guerra bajista más cruenta de la Historia: una posición corta de 1.000 millones de dólares sobre la compañía de productos dietéticos Herbalife. El documental Todo al Cero (Ted Braun, 2016) se narra el conflicto financiero, legal y de relaciones públicas que se produjo con esta osada apuesta, que Ackman acabó perdiendo.
Preguntado en el documental sobre cómo explicaría a un lego en la materia cómo operan los bajistas, Ackman puso el ejemplo de las monedas. “Imagínate que eres dueño de unas monedas antiguas, que valen 10.000 dólares. Un inversor bajista que cree que no valen tanto, lo que haría es pedírtelas prestadas durante un tiempo, a cambio del pago de un alquiler. El bajista, según recibe tus monedas, las venderá en el mercado por 10.000 dólares, y esperará a que bajen de valor. Ahora piensa que al cabo de un tiempo esas monedas se deprecian a la mitad. El inversor solo tendría que recomprar las monedas y devolvértelas, quedándose con la diferencia”, explica Ackman en el documental.
Esto es exactamente lo que hacen estos hedge funds. Cuando perciben que una compañía tiene problemas graves, por su alto endeudamiento, deficiencias en el gobierno corporativo o posibles fraudes, acuden al mercado para pedir prestadas acciones de esa cotizada. Una vez que las tienen en su poder, las venden y esperan a que el valor se deprecie, para recomprarlas y embolsarse la diferencia.
Préstamo de acciones y máximo riesgo
Pero, ¿quién presta las acciones? Cualquier propietario de unos títulos bursátiles puede utilizarlos para prestarlos o para ofrecerlos como garantía para otras operaciones. Normalmente, son los grandes fondos de pensiones y otros accionistas a muy largo plazo quienes alquilan una parte de las acciones que controlan en una compañía. Ellos tienen clara la inversión y no les importa que el valor fluctúe. Con estos contratos consiguen ganar un extra de rentabilidad respecto a simplemente mantener las acciones en cartera. El riesgo que asumen es que, durante el tiempo del préstamo, no pueden deshacerse de los títulos, pase lo que pase con la compañía.
Así explicado, parece fácil hacer dinero con las posiciones bajistas, porque permite invertir sin ser el propietario de las acciones. Pero los riesgos asociados a este tipo de operativa son enormes. Cuando alguien compra unos títulos bursátiles, lo más que puede perder es todo el dinero invertido. El 100%. En cambio, las pérdidas de un inversor bajista no tienen límite. Si vendió unos títulos que valían 50 dólares, ¿qué pasa si al cabo de unos meses valen 100 dólares? Que tendrá que acudir al mercado para recomprar las acciones a ese precio. ¿Y si suben a 200 dólares? ¿O a 1.000 dólares? Las perdidas potenciales son infinitas.
El riesgo de quien presta las acciones es que el hedge funds que ha realizado una posición corta no le devuelva los títulos. Por eso, los prestamistas se cuidan mucho de exigir garantías específicas ligadas a la evolución del valor. Cuanto más sube la cotización, en peor situación está el bajista, así que más activos colaterales se le pedirá para seguir prestándole las acciones. Y mayor tipo de interés.
No es la única fórmula para apostar a la baja contra un valor. Un inversor particular tiene los fondos cotizados inversos: títulos que puede comprar o vender y que suben cuando el activo subyacente baja. Vender futuros y comprar opciones put son opciones alternativas para apostar a la baja, al igual que fórmulas más novedosas (y que los supervisores ven con recelo) como los CFD. En todo caso, al final el resultado es el mismo: si el activo baja el inversor gana; si sube, pierde. Y puede perder mucho.
GameStop: al rico zumo de bajista
Los fondos bajistas viven en el mundo al revés –al más puro estilo de Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll–, donde para invertir no compran acciones, sino que las venden y donde la devaluación es sinónimo de rentabilidad. En este universo se puede dar una de las situaciones más locas de los mercados financieros: un short squeeze, que se podría traducir libremente como un “exprimido de bajistas”. Esta circunstancia se suele producir en valores castigados en Bolsa y en los que los inversores en corto tienen una posición muy relevante en su accionariado.
En estos casos, una pequeña noticia positiva que haga que la acción suba obliga a los bajistas a comprar acciones para ir devolviéndoselas a sus dueños y así limitar las pérdidas. Pero esas compras forzadas acaban impulsando aún más el valor, en una espiral alcista que puede acabar tumbando a muchos hedge funds, como ocurrió hace dos años con el caso GameStop, cuyas acciones multiplicaron por 30 su valor en un mes por esta dinámica.
Esta compañía es propietaria de una cadena de tiendas de videojuegos, un negocio con aroma de inicios de siglo. Poco a poco habían ido empeorando sus cuentas y menguando su cotización. Los fondos de inversión libre la vieron como una gazela herida y se avalanzaron sobre ella.
Lo que no esperaban es que en un desconocido foro de internet empezaran a formarse la resistencia. Los defensores de Gamestop, muchos de ellos jóvenes que empezaban a inciarse en el mundo de la inversión, decidieron plantar batalla. Coordinados y animándose entre sí, empezaron a comprar acciones de la compañía, que cotizaba a precios de derribo. Poco a poco, el valor se fue recuperando, lo que desencadenó el famoso short squeeze. Los inversores bajistas se quedaron pillados con la revalorización y tuvieron que empezar a comprar acciones en el mercado para devolver los títulos que habían pedido prestado, y para afrontar las garantías. La espiral empezó a crecer y a crecer como un tornado acopiando agua en el Caribe para luego descargarla contra las costas de Florida.
Los foreros de internet cada vez ganaban más con su apuesta de rescate de Gamestop y los bajistas tuvieron que salir despavoridos. En unos pocos meses, las acciones de la compañía pasaron de valer menos de un dólar a cotizar por encima de los 80 dólares. Las pérdidas de los hedge funds fueron de varios cientos de millones de dólares. La historia es tan alucinante que hasta Hollywood ha hecho una película: Golpe a Wall Street (Craig Gillespie, 2023).
Apostar contra un país
No todos los inversores bajistas tienen un perfil tan activista como el que se ha visto en el caso de Grifols, o como ocurrió con Herbalife. En muchas ocasiones, los hedge funds combinan inversiones normales con apuestas bajistas coyunturales. A veces, los gestores de un fondo tienen claro que un sector irá mal, como ocurrió en 2011 y 2012 con la banca española, que tenían muchísimos cortos en su accionariado. Tanto, que la CNMV las acabó prohibiendo temporalmente.
En aquellos tiempos oscuros, las apuestas no se dirigían solo contra las entidades financieras, sino también contra la deuda pública española. Cada vez que la prima de riesgo subía, suponía un grado más de sufrimiento para las cuentas públicas, y una botella más de champán descorchada en la City de Londres. Los hedge funds bajistas huelen las ineficiencias del mercado y atacan a la yugular. Tal vez, el caso más famoso de la historia sea el desafío del famoso inversor George Soros contra la libra británica, que acabó doblando el brazo al mismísimo Banco de Inglaterra y reportando a su fondo una ganancia de 1.000 millones de dólares.
Los hedge funds bajistas huelen las ineficiencias del mercado y atacan a la yugular. Tal vez, el caso más famoso de la historia financiera sea el desafío del mítico inversor George Soros contra la libra británica, en 1992, que acabó doblando el brazo al mismísimo Banco de Inglaterra y reportando a su fondo una ganancia de 1.000 millones de dólares.
Una práctica del siglo XVI
Estas operativas para apostar en corto contra una acción o unos bonos pueden parecer una modernidad, la última virguería del capitalismo financiero. Pero, en realidad, la primera posición bajista de la que se tiene constancia es de hace más de 400 años. A comienzos del siglo XVI, Isaac Le Maire, uno de los promotores de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, considerada la primera cotizada del mundo, salió enfadado de su accionariado. En venganza, ideó una fórmula mercantil para poder aprovecharse de las caídas bursátiles de la Compañía. Y, ya puestos, se dedicó a divulgar bulos sobre barcos que se habrían hundido en su regreso a Europa. Acabó en los tribunales, pero ostentando el honor de ser considerado el primer bajista del que hay constancia. Esta práctica es tan vieja como el capitalismo.
Dilemas éticos
Aunque ese schadenfreude –el alegrarse por el mal ajeno– escame a muchos, las apuestas en corto son una práctica perfectamente legal. Los reguladores han intentado limitarla y, de cuando en cuando, se prohíbe esta operativa temporalmente. Pero es como poner puertas al campo: para tener una posición bajista los préstamos de acciones no son la única fórmula. Hay otros contratos y derivados financieros que permiten llevar a cabo este tipo de apuestas.
Sus adalides argumentan que es la mejor fórmula para domesticar los mercados, para confrontar adecuadamente las tesis alcistas que siempre defienden los gestores de compañías y sus padrinos financieros (bancos prestamistas, firmas de brokeraje, asesores...). También defienden que gracias a los bajistas se han destapado muchos fraudes y situaciones insostenibles, como ocurrió con el caso Gowex en España o con las hipotecas subprime, que desencadenaron la crisis de 2008.
Lo que está claro es que cuando los bajistas aciertan con su víctima y su estrategia, logran cerrar las operaciones financieras más jugosas. El mejor aliciente para que este tipo de inversiones tengan el futuro garantizado. Al menos, otros cuatro siglos.
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