‘True crime’ y criminología: cuando el espectáculo eclipsa a la ciencia
No todo vale en nombre del entretenimiento, y esa frontera todavía la estamos trazando

Como profesor y director del Grado en Criminología de UNIE Universidad, veo como muchos estudiantes llegan a clase fascinados por el true crime. Pódcast, docuseries y películas sobre crímenes reales se han convertido en un filón del entretenimiento. Las plataformas compiten por producir estos contenidos porque enganchan, son baratos y generan conversación en redes. El éxito del género, sin embargo, trae consigo una confusión que debería preocuparnos: el true crime no es criminología.
El true crime es, ante todo, un producto cultural. Narra casos reales con herramientas propias de la ficción: ritmo, giros de guion, cliffhangers, construcción de héroes y villanos. Su objetivo es atraer audiencia y mantenerla pegada a la pantalla. La criminología, en cambio, es una ciencia social que estudia el delito, las personas implicadas y el sistema de justicia con metodología, datos y controles éticos. Que una escena esté bien iluminada o que el episodio acabe en el momento más tenso no tiene nada que ver con el trabajo cotidiano de los criminólogos.
La criminología académica suele situar el true crime dentro de lo que se denomina “criminología popular”, una línea de la criminología cultural que analiza cómo el crimen se representa en los medios y en otros productos de consumo. Es decir: el true crime puede ser objeto de estudio de la criminología, pero no es criminología en sí mismo. Podemos aprender algunas nociones, sí, pero estamos lejos de la práctica profesional.
¿Por qué gusta tanto el true crime? En parte, porque ofrece una experiencia emocional en un entorno seguro. El espectador “juega” a descifrar el caso, ensaya hipótesis, se indigna con las injusticias y siente que participa en la investigación sin asumir riesgo alguno. En distintas encuestas y estudios internacionales, parte de la audiencia señala que consume este tipo de contenidos atendiendo a un componente moral: queremos saber quién hizo qué, por qué lo hizo y si el castigo ha sido suficiente.
El reverso de esta fascinación no es neutro. El consumo intensivo de narrativas criminales puede distorsionar la percepción del riesgo, aumentar el miedo a ser víctima y alimentar la sensación de que vivimos rodeados de delitos graves, aunque las estadísticas cuenten otra cosa. Se refuerza así una cultura del miedo que empuja a reclamar respuestas penales cada vez más duras, aunque no sean necesariamente las más eficaces para prevenir el delito ni las más respetuosas con los derechos fundamentales.
Hay también un coste para las víctimas y sus familias. Cuando un caso se convierte en franquicia audiovisual, el dolor se serializa. Se reemiten imágenes, se reconstruyen escenas, se dramatizan conversaciones privadas y se ficcionalizan personas reales. Hemos visto conflictos judiciales y debates públicos en torno a docuseries y libros de true crime por cuestiones de derechos, intimidad y respeto a las víctimas. No todo vale en nombre del entretenimiento, y esa frontera todavía la estamos trazando.
El auge del true crime tiene además un efecto directo en las aulas. Más jóvenes se interesan por la criminología movidos por este género. Pero cuando llegan a la universidad descubren que la realidad es mucho menos cinematográfica: hay estadística, sociología, victimología, política criminal, análisis de datos, evaluación de programas de prevención… y muy pocas investigaciones espectaculares. La criminología real es más discreta y menos vistosa, pero también más útil socialmente.
Desde la universidad existe, por tanto, una doble responsabilidad. Por un lado, aprovechar el tirón del true crime para acercar al público conocimiento riguroso: explicar qué se hace realmente en una investigación, qué sabemos sobre prevención del delito, qué implica reparar a las víctimas o cómo funciona un juicio más allá del montaje. Por otro, marcar límites claros: recordar que no todos los casos son aptos para convertirse en serie, que la presunción de inocencia no es un adorno jurídico y que la dignidad de las personas afectadas debe estar por encima de las necesidades del guion.
En definitiva, el true crime es un género de entretenimiento legítimo y, cuando está bien hecho, puede incluso abrir debates necesarios sobre justicia, errores judiciales o violencia de género. Pero no es, ni debe hacerse pasar por, criminología. La criminología trabaja con la misma materia prima –el delito y sus consecuencias–, pero lo hace con otros tiempos, otros métodos y otra finalidad: comprender para prevenir y proteger derechos, no para sumar reproducciones. Recordar esta diferencia es esencial en un momento en que se habla mucho de crímenes… y poco de lo que la criminología puede aportar para que ocurran menos.