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En colaboración conLa Ley
Inteligencia artificial
Tribuna
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Fiscalidad, IA y humanismo: lecciones de una revolución anunciada

Estas tecnologías cada vez son más útiles y eficaces, pero si los profesionales queremos continuar siendo relevantes debemos seguir esforzándonos en aportar valor real

Imagen de un ojo humano con las letras "AI" (Inteligencia Artificial) y lenguaje de programación reflejado en su superficie.

Allá por el año 2003 tuve la suerte de cursar un prestigioso máster en Tributación que, en gran medida, ha marcado el rumbo de mi carrera profesional. Más allá de formación académica y disciplina, el máster incluía un compendio impreso de las principales leyes tributarias, organizado en hojas extraíbles que había que actualizar periódicamente. Como es sabido, el derecho tributario es una de las ramas más dinámicas del Derecho, con cambios constantes que nos obligan a los fiscalistas a estar permanentemente actualizados.

Cuando empecé a trabajar como fiscalista en 2004, lo primero que hice fue suscribirme a los materiales que el máster nos regalaba durante el primer año. Durante muchos años conviví con ese gran archivador: leyendo, subrayando, releyendo y cambiando las hojas de aquella publicación, que todavía recuerdo con cierta nostalgia. Pero un buen día (hace bastantes años), todos los fiscalistas nos fuimos dando cuenta de que la Administración Pública comenzó a invertir de verdad en tecnología. A través de la web del BOE podíamos acceder a golpe de clic a todas esas leyes tributarias que son la base de nuestro trabajo, con fácil acceso a todas las modificaciones históricas. Aquello fue una revolución discreta, pero profunda.

Efectivamente, aquel “carpetón” con hojas intercambiables dejó de tener sentido, y pasé a ahorrarme aquella suscripción y el papel y espacio que ocupaba. El trabajo fiscal, sin grandes proclamas, empezó a entrar en la era digital.

En aquel momento, uno podía pensar que, si nuestros clientes tenían fácil acceso a las leyes tributarias, actualizadas y de manera gratuita, eso acabaría traduciéndose en una pérdida de negocio para nosotros. Nada más lejos de la realidad: con toda seguridad permitió que nuestros análisis y entregables se pudieran realizar de manera más eficiente y sólida. Y esa eficiencia se trasladó a honorarios más competitivos, lo que, lejos de reducir nuestra actividad, amplió nuestra base de clientes y proyectos.

Tras recordar como vivimos aquella transformación digital, damos un salto a fechas actuales. Hoy todo está impregnado por IA: continuos debates, artículos y tertulias sobre la revolución, sin duda histórica, que estamos atravesando, los millones de puestos de trabajo que podría destruir y cómo nos va a afectar a la sociedad en nuestro modo de vida y modelo económico-social. Que estamos atravesando una revolución y momento histórico no cabe duda; pero también creo que muchos de esos pronósticos, a nivel práctico y profesional, avanzarán de forma más gradual de lo que algunos nos quieren vender.

Recientemente, un compañero de la firma donde trabajo, que no es fiscalista, me planteó una consulta técnica de bastante complejidad. Este compañero había realizado la consulta a través de ChatGPT, y quería contrastar conmigo los resultados. Reconozco que la respuesta me sorprendió: recogía perfectamente la regulación aplicable, conectando unos artículos con otros de manera correcta, con redacción técnica de alto nivel y una respuesta a la consulta planteada muy bien argumentada. Sin embargo, había un detalle crucial que no contemplaba: una sentencia del Tribunal Supremo publicada en 2012 que, para un supuesto similar, consideraba la existencia de simulación lo que conducía a una solución radicalmente distinta a la respuesta de la herramienta.

Moraleja: estas tecnologías cada vez son más útiles y eficaces, pero si los profesionales queremos continuar siendo relevantes debemos seguir esforzándonos en aportar valor real. La IA puede ayudarnos a ser más eficientes y a ofrecer nuestros servicios de manera más competitiva. Lo que no puede, todavía, es sustituir el criterio, contexto y experiencia que aporta un profesional. Como leí hace años: “los abogados que trabajen como máquinas, acabarán siendo sustituidos por una…”.

Y para concluir, cambio ligeramente de foco. Recientemente leía un artículo que, citando fuentes internas de OpenIA, revelaban pérdidas operativas de esta empresa de 74.000 millones dólares a cierre de 2028 (sí, sí, 2028…). No me atrevo a ponerme el gorro de economista, profesión que no he llegado a ejercer, pero me recuerda a otra de las grandes revoluciones que ha vivido la humanidad: la aparición de internet, y la posterior crisis de las puntocom.

Entre 1995 y 2000, las acciones de empresas tecnológicas y de internet experimentaron un crecimiento masivo alimentado por la narrativa de que internet cambiaría el mundo para siempre. Y lo hizo. Pero la burbuja estalló en el año 2000 al ponerse de manifiesto que muchas de esas valoraciones no estaban respaldadas por ganancias reales, provocando caídas y quiebras masivas. ¿Puede existir un cierto paralelismo entre aquella burbuja puntocom y la que ven hoy algunos en torno a la IA? El tiempo lo dirá.

Mientras tanto, en mi caso, sigo creyendo en la importancia de lo esencial: crear buenos equipos, formarlos y ayudarles a buscar, analizar y razonar. Por supuesto apoyándose en tecnología y en herramientas eficaces. Pero siempre con el mismo objetivo: seguir aportando valor como profesionales de una manera sostenible, rigurosa y competitiva.

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