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En colaboración conLa Ley
Ciberacoso
Tribuna
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Repensar la infancia digital: del ciberacoso al activismo

Los menores siguen navegando en un entorno donde las protecciones teóricas no se traducen en seguridad real

El pasado Día Internacional contra la Violencia y el Acoso Escolar, decenas de familias congregadas frente al Congreso de los Diputados portaban fotografías de sus hijos, exigiendo que la tragedia que crece silenciosamente en las aulas no se cobre más víctimas. Mientras observaba esas escenas, pensaba en que gran parte del acoso ya no se limita al patio del colegio, se extiende y se perpetúa en el entorno digital. Y entonces la pregunta se volvió personal: ¿qué papel jugamos nosotros en todo esto?

Mi relación con las redes sociales ha cambiado, lo cual no quiere decir que haya perdido la fe en el potencial transformador de internet —mi vocación como abogada de nuevas tecnologías nace de esa convicción—, pero algo no funciona. Si nosotros, como adultos, ya experimentamos adicción, sobreexposición, ansiedad, aislamiento, desinformación, extremismo, etc., ¿qué significa esto para quienes están creciendo sin las herramientas para protegerse?

Los adolescentes de 11-14 años pasan alrededor de 9 horas diarias en pantallas, los niños de 8-10 años pasan alrededor de 6 horas diarias, y uno de cada cinco niños de 8-12 años reporta usar pantallas más de 8 horas diarias. El uso de redes sociales entre niños en la UE de 9-16 años se ha más que duplicado desde 2010, promediando ahora 3 horas diarias, con más del 80% usando plataformas de redes sociales diariamente.

Las redes sociales exponen a los usuarios jóvenes a ciberacoso, material sexualizado, desinformación, presiones sobre la imagen corporal, promoción de autolesiones, violencia, extremismo y publicidad manipuladora impulsada por algoritmos. Las características de las plataformas están diseñadas para maximizar el engagement, como el desplazamiento infinito y las notificaciones compulsivas, fomentando el uso adictivo.

La OMS y la OCDE han documentado un aumento marcado en el uso problemático de redes sociales entre adolescentes, que ahora afecta a más de uno de cada diez y está vinculado al aislamiento emocional, interrupción del sueño e impedimento de la concentración.

Sería injusto pintar un panorama exclusivamente negativo. Las mismas herramientas que pueden causar daño también han demostrado ser extraordinarias para la movilización juvenil cuando se usan con propósito y conciencia.

Fridays for Future y Greta Thunberg son el ejemplo perfecto. Lo que comenzó como una protesta solitaria en Suecia se viralizó globalmente, permitiendo a estudiantes de todo el mundo replicar la huelga escolar bajo el lema #FridaysForFuture, movilizando a millones y forzando a políticos a incluir el clima en sus agendas.

Jóvenes activistas como Khairiyah Rahmanyah en Tailandia han usado plataformas para documentar amenazas a sus comunidades, logrando apoyo internacional. Creadoras de contenido feminista y LGBTIQ+ utilizan Instagram, TikTok y YouTube para educar sobre igualdad, cambiando narrativas culturales.

Europa cuenta con un arsenal regulatorio considerable en esta materia, sin embargo, este marco jurídico está fragmentado y su aplicación es profundamente desigual entre Estados miembro. Las plataformas aprovechan estas fisuras, cumpliendo formalmente con la letra de la ley mientras ignoran su espíritu.

Se está trabajando en una ley de equidad digital que busca abordar esta fragmentación, estableciendo estándares uniformes y mecanismos de aplicación más efectivos. Pero mientras tanto, los menores siguen navegando en un entorno donde las protecciones teóricas no se traducen en seguridad real.

Destaco el papel clave de la educación formal y no formal en equipar a los jóvenes con las habilidades digitales y el pensamiento crítico necesarios para navegar las redes sociales de manera segura y efectiva. La alfabetización digital no puede ser un añadido opcional al currículo escolar; debe convertirse en una competencia fundamental.

Garantizar una protección adecuada exige programas educativos no solo para menores, sino también para profesores, progenitores y cuidadores, centrados en técnicas de prevención, sensibilización y alfabetización mediática y digital.

Necesitamos entregar herramientas a los jóvenes para que desarrollen capacidades críticas que les permitan navegar los medios sociales de forma segura y consciente, reconociendo manipulaciones, verificando información y protegiendo su bienestar mental.

Vuelvo a la pregunta que me asaltó viendo a esas familias frente al Congreso: ¿qué papel jugamos los abogados, las autoridades y los expertos?

Los abogados especializados en nuevas tecnologías tenemos la responsabilidad de traducir la complejidad técnica y legal en soluciones aplicables. Las autoridades deben pasar de la supervisión pasiva al control efectivo. Las empresas tecnológicas deben dejar de escudarse en la neutralidad de sus plataformas y asumir que sus decisiones de diseño tienen consecuencias directas en la salud mental de los menores. Los expertos en salud mental y educación, por su parte, deben continuar proporcionando evidencia científica que fundamente políticas públicas y decisiones regulatorias basadas en el bienestar real de niños y adolescentes.

La protección de la infancia en el mundo digital es un imperativo ético que define qué tipo de sociedad estamos construyendo.

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