La propiedad intelectual como motor de igualdad
Cuántas mujeres a lo largo de la Historia han firmado bajo pseudónimo (masculino) para hacerle llegar al mundo sus libros, sus cuadros o su música
Hoy celebramos el Día Mundial de la Propiedad Intelectual que, como todas las efemérides, debe servir para poner en valor la importancia de la causa celebrada y despertar el interés de quienes se sientan ajena a ella. Qué duda cabe que el reconocimiento de este tipo de propiedad sobre bienes intangibles –que abarca tanto los derechos de autor como derechos de propiedad industrial (marcas, patentes o diseños, por ejemplo)– supone un fomento de la cultura, la investigación y la creación en términos generales.
Esta afirmación no es baladí. Tiene un calado mucho más profundo que el mero reconocimiento de unos derechos en favor de los autores o investigadores que alcanzan resultados originales o novedosos y que, indudablemente han de ser recompensados por ello. La propiedad intelectual debe servir también de cauce para la defensa de valores inherentemente unidos a la creatividad, en concreto, la igualdad.
Hace poco leí un libro sobre Marie Curie que ofrecía una visión de su faceta más personal, como madre, esposa y amante, en paralelo a su fabulosa y extraordinaria vida profesional. Con su lectura adquirí conciencia de la dificultad de ser pionera y del inmenso mérito que tuvo la científica, no solo para conciliar su trabajo y su familia, sino para alcanzar un reconocimiento que podría no haber sido tal. Recordemos que esta inspiradora mujer ganó dos premios Nobel no exentos de polémica. El primero de ellos fue otorgado a su marido, Pierre Curie, y Henry Becquerel, y solo cuando su marido contestó a la Academia sueca para dejar claro que su descubrimiento se basaba en el trabajo de su esposa, la Academia la incluyó entre los premiados, aunque no llegó a recoger el galardón. En la segunda ocasión fue “invitada” a no acudir tampoco, aunque su carácter determinado, alentado por otros genios como Albert Einstein, le llevó a Estocolmo, esta vez sí, a recoger el galardón y defender en persona su trabajo.
Entiendo que el contexto histórico ha cambiado, pero como profesional dedicada a la propiedad intelectual me desconcierta que haya habido mujeres a lo largo de la Historia cuyos descubrimientos y creaciones han sido despreciados, o no reconocidos, únicamente por esa circunstancia. ¡Cuántas mujeres han firmado bajo pseudónimo (masculino) para hacerle llegar al mundo sus libros, sus cuadros, su música o sus avances científicos! Y lo que es peor, cuántos otros se habrán quedado en un cajón sin ver nunca la luz. ¿Cuántas maravillosas obras nos habremos perdido?
El mundo de la propiedad intelectual tiene una deuda con todas ellas. La mejor manera de saldarla es darles la visibilidad que merecen, aplaudirlas, celebrarlas y reconocer sus obras.
Por eso este año, el Día Mundial de la Propiedad Intelectual está dedicado a todas ellas, a las mujeres que con su ingenio han contribuido a que nuestra sociedad sea más competitiva –entendiendo este concepto en relación con la eficacia y la capacidad– y, por tanto, mejor. Con esta celebración se consiguen tres objetivos: rendirles un merecido homenaje; alentar a las mujeres del mundo a que defiendan y protejan sus creaciones; y establecer referentes para las niñas y mujeres que incentiven su talento creador.
La aportación de todas ellas enriquece nuestro acervo cultural, artístico y científico; proporciona distintas visiones y experiencias; y aumenta el extraordinario valor del trabajo de tantos hombres excepcionales. En definitiva, su reconocimiento contribuye a la igualdad y, por ende, a fortalecer nuestra democracia.
A todas ellas sirva estas líneas de agradecimiento por su pasión y su talento. También a todos los hombres valientes que las han sabido entender y reconocer cuando nadie lo hacía. Y a todos ellos, creadores en general, les digo que existe un ejército, cada vez más numeroso, de profesionales dedicados a la propiedad intelectual que están preparados para concienciar al mundo de la importancia de respetar sus derechos, sus obras y, a la postre, el esfuerzo invertido en su creación por parte de sus autores, con independencia de cualquier otra circunstancia más allá de su admirable y (sanamente) envidiable, capacidad imaginativa e inventora.
Paloma Arribas del Hoyo, socia de Baylos.