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En colaboración conLa Ley

'First Dates' en los bufetes: cuando el amor surge entre demandas

Parejas de abogados explican cómo es convivir en casa y en el despacho, defender intereses contrarios o desconectar del Derecho

Un hombre disfrazado de Cupido. Getty Images
Un hombre disfrazado de Cupido. Getty Images

"Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”. La reflexión del poeta Pablo Neruda encierra una característica común a todos los seres humanos: el deseo de querer y ser queridos. Porque aun a riesgo de caer en el tópico y en la cursilería, las tormentas de la vida escampan cuando uno se enamora.

Y hay amores líquidos, de fin de semana, y otros para toda la vida. Unos que nacen en la barra de un bar y otros tras compartir horas de trabajo. En un sector como el de la abogacía, donde se sabe la hora de entrada, pero no siempre la de salida, hay demandas y querellas que han unido más que Cupido, aunque los afortunados prefieren mantenerse en el anonimato.

Es el caso de Rosa y Manuel, dos abogados jóvenes que se conocieron en el despacho en el que trabajan. Aunque antes de la pandemia ya se llevaban bien, fue tras el confinamiento cuando surgió la chispa. “Ir a la oficina era un método para relacionarse con la gente porque intentábamos no juntarnos en exceso con otras personas”, recuerdan. Tras tomar unas cervezas después del trabajo, empezaron a mensajearse. “Me di cuenta de que era una chica muy divertida. Y hasta hoy”, confiesa él.

En su caso, el problema es que no pueden gritar que están enamorados como les gustaría. El bufete para el que trabajan no simpatiza con las relaciones de pareja entre empleados. Una política que se repite en otras empresas bajo la argumentación de que estas situaciones comprometen la productividad y afectan al clima laboral.

Una postura que a Rosa se le hace “complicada” porque “tienes que medir mucho cómo cuentas lo que has hecho durante el fin de semana” o episodios normales del día a día. A ello se le une la farsa de hacerse pasar por “solteros”. Aunque al principio les parecía cómico, las risas se les empiezan a “hacer bola”. Según dice Manuel, “la empresa no se debería meter en las relaciones personales de los empleados”.

Ámbito laboral

De hecho, la posibilidad de acotar su vida privada es controvertida. Así lo explica Paloma Zamora, letrada del despacho Ceca Magán Abogados, que señala que “el control de estas relaciones no se enmarca en el poder de dirección del empresario. Debemos separar el hecho de que la relación se de en el trabajo, pues no nos encontramos con una situación laboral como tal, sino de carácter personal”.

A diferencia de Rosa y Manuel, Julia y Roberto no tienen este problema porque trabajan en dos despachos distintos. En su caso, el amor llegó antes de que decidieran ser abogados. Sus padres eran amigos, por lo que se conocían desde niños. Y dedicarse a la misma profesión no ha resultado un hándicap para desconectar del trabajo ni en su relación: “Nos ayudamos mucho, siempre nos preguntamos por el punto de vista del otro y eso nos gusta”, dice Julia.

Aunque él ha tenido “más responsabilidades” profesionales que ella, algo habitual en la abogacía, donde se estima que ellas son apenas un 20% de los socios de los grandes despachos, nunca han surgido “rencillas”. Tampoco en juicio porque no se han tenido que enfrentar, aunque les podía haber tocado defender intereses contrarios. De darse el caso, ella preferiría evitarlo porque “no generaría nada”. En todo caso, se lo comunicaría al cliente con absoluta transparencia.

Media naranja

El cine clásico reflejó esta situación en la deliciosa comedia La costilla de Adán, película estadounidense de 1949 dirigida por George Cukor y protagonizada por Katharine Hepburn y Spencer Tracy. Los actores encarnan en la cinta a un perfecto matrimonio de abogados cuya idílica relación se tambalea cuando se ven en la tesitura de defender intereses opuestos en un juicio por el intento de asesinato de un hombre y de su amante, él como representante de la fiscalía y ella como defensora de la acusada.

Aunque a Rafael y Natalia, una pareja de abogados que se conocieron en los inicios profesionales, nunca se les ha planteado el dilema de renunciar a un caso que les enfrente en juicio, comentan, “no está de más recordar lo que sucede en la película”. Y es que la competitividad no entra en casa, “más bien todo lo contrario, cualquier avance o logro en cualquiera de nosotros supone una gran satisfacción y motivo de orgullo para el otro”, afirman.

Ellos nunca han tenido que esconder su relación, y esta no ha sido un problema para compartir bufete durante años, “aunque en la vida profesional no actuamos como pareja sino como colegas o compañeros de trabajo”, puntualizan. Según explican, desde sus inicios han crecido personal y profesionalmente de la mano. Un tándem que se compenetra porque ambos comprenden “a la perfección” los agobios y “picos de estrés” que conlleva la abogacía. Por ejemplo, los derivados de la presión de “un vencimiento importante, la preparación de un juicio o la notificación de una sentencia negativa a pesar de haber desarrollado un buen trabajo”.

El secreto para desconectar en casa, explican Rafael y Natalia, es el de acordar, como regla general, no hablar de cuestiones laborales fuera de la oficina. Así lo hacen y parece que les va bien. Tener tres hijos en común les ha exigido sacrificio, pero no renuncia. Ninguno ha tenido que desvincularse de su profesión para cuidar de ellos. “En función de la situación, uno se ha implicado más que el otro en un determinado momento”, responden en equipo.

Igualdad

Hoy en día, la mayoría de las parejas jóvenes tienden a buscar un equilibrio tanto en el cuidado de los hijos como en el desarrollo profesional. Por eso, apuntan Lorena y Pedro, dos abogados que comparten amor y bufete, “consideramos clave encontrar esta colaboración y apoyo mutuos para que nadie se vea perjudicado ni en lo personal ni en lo profesional”. “Tenemos la suerte de trabajar en un despacho con muy buen ambiente, lo cual propicia que surjan amistades e, incluso, parejas más allá de la relación profesional. Evidentemente, la relación personal es privada y se desarrolla fuera del entorno laboral, en el que todo el mundo mantiene la formalidad pertinente”, afirman.

Ambos se enfrentan al reto de todas las parejas que comparten ámbito profesional: el de evitar caer en la tentación de pasarse el tiempo hablando del trabajo. En su caso, el cariño que se profesan prevalece y no hay celos profesionales que valgan. “Como pareja, uno quiere lo mejor para el otro”, afirman.

Como dice la conocida canción de John Paul Young, Love is in the air, y un despacho de abogados puede ser el lugar elegido por Cupido para iniciar una bonita historia al más puro estilo First Dates.

Logo de la aplicación de Tinder proyectado en una tableta. Martin Bureau AFP
Logo de la aplicación de Tinder proyectado en una tableta. Martin Bureau AFP

Un Tinder para abogados

Lawyr. Las jornadas maratonianas que viven muchos abogados no les dejan casi tiempo para encontrar el amor. Un escollo que pueden superar a golpe de click. La solución es la aplicación Lawyr, una red social de citas para abogados que se parece a Tinder, el sitio web que permite chatear con otras personas. Con solo ingresar una foto, un nombre y el cargo del jurista, por ejemplo, si es estudiante de Derecho, abogado o paralegal, la aplicación se pone a trabajar. Previamente, el soltero ha de indicar su sexualidad y el lugar en el que le gustaría dar con su media naranja. También puede añadir la empresa en la que trabaja y una breve descripción. En Madrid, por ejemplo, hay candidatos con un currículum sentimental muy interesante.

Ruptura. La celestina no siempre acierta. Ya sea porque, en realidad, no era la media naranja, o por desacuerdo, falta de compromiso o infidelidades, las parejas pueden acabar en divorcio. Si ambos trabajan como abogados, las continuas tensiones y el estrés laboral pueden perturbar la armonía en casa. Una encuesta realizada en Estados Unidos confirma el cliché de que la abogacía es una profesión que reúne un elevado número de divorciados. El estudio se realizó para valorar la incidencia de rupturas entre los médicos estadounidenses en comparación con otros profesionales de la salud, abogados y otros trabajadores no sanitarios. Los datos recogidos mostraron que los letrados se divorcian más que los médicos. En concreto, situaba la tasa de probabilidad de divorcio entre abogados en el 26,9%, dos puntos y medio por encima de los facultativos (24,3 %). El estudio, llevado a cabo en 2015 por la revista médica The BMJ, se basa en la experiencia de cerca de 60.000 juristas.

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