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EL FARO DEL INVERSOR
Tribuna
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Inversión en defensa, tractora de la economía

El incremento del gasto militar va a presionar las cuentas públicas

No cabe duda de que, si hay un sector de moda en el ámbito de los mercados financieros, es el sector de defensa. Prácticamente olvidado durante décadas, al hilo de los famosos “dividendos de la paz” asociados al mundo posterior a la caída del Muro de Berlín, vive ahora una pujanza que se corresponde con un entorno geopolítico global que, de manera estructural y dicho simplificadamente, ha dado un giro significativamente a peor.

El incremento del gasto militar trae, de entrada, dos puntos muy complejos: por un lado, es evidente que presiona de manera muy importante al déficit y a la deuda de los países occidentales que, salvo contadas excepciones, no están para tirar cohetes (nunca mejor dicho). Esto lo podemos ver en el comportamiento de las curvas de rendimientos de la deuda pública, claramente al alza en el común de países europeos. Pensemos en las tensiones que un país como Francia puede tener sobre sus cuentas públicas si, finalmente, incrementa su gasto en defensa hasta —improbable en la realidad— el 5% que pide la OTAN. En todo caso, no está de más comentar que esta subida de tires, en un mundo tan dominado por la política monetaria y tan controlado por los bancos centrales, puede ser una excelente oportunidad de inversión…siempre que uno piense que, al final del camino, no nos espera un default de países como la propia Francia o los mismos EE.UU.

En segundo lugar, está la sostenibilidad: durante los últimos veinte años, periodo en el que las decisiones de gestión basadas en la sostenibilidad han ido incrementando su importancia en las carteras de activos, la inversión en defensa, por el contrario, se ha convertido casi en anatema para todo el cliente institucional, en muchos casos, por exclusión directa al sector. Aunque es cierto que esto parece estar cambiando, parece claro que, si los gobiernos desean que el sector privado contribuya más a la financiación de empresas de defensa, estaría muy bien que la normativa también acompañara. Esto es especialmente relevante en el ámbito de las grandes aseguradoras, por definición excelentes compradoras estratégicas y de largo plazo.

En todo caso, el nuevo orden basado en bloques ha convertido a la inversión en defensa en una prioridad para los estados. Y no solo desde el punto de vista de proporcionar mayor seguridad e incrementar los niveles de disuasión -cuya ausencia fue determinante para que Putin decidiera invadir Ucrania, por ejemplo-, sino porque un mayor desarrollo de la industria militar ofrece posibilidades muy interesantes para los países, tanto desde el punto de vista tecnológico como del empleo y, muy importante, de la soberanía nacional. En suma, hacer de la necesidad, virtud.

En este tema, está claro, los EE UU parten con una ventaja sideral frente a los países del Viejo Continente. Desde la desintegración de la URSS hasta el comienzo de la guerra en Ucrania, muy pocos países europeos han cumplido con el convenido 2% del PIB en defensa. Por el contrario, los EE UU siempre se han mantenido claramente por encima del 3%. Para 2025 el presupuesto de defensa norteamericano es de más de 950.000 millones de dólares, más del doble que el del resto de los países de la OTAN juntos. Estos datos tienen esencialmente dos consecuencias.

Por un lado, el desarrollo tecnológico de EE UU no tiene parangón en el ámbito de la defensa, pero también es aplicable a los sectores civiles. Hablamos de muchos años invirtiendo mucho más en tecnología, que ha permitido avances que van desde el velcro hasta el GPS. En buena medida, el atraso tecnológico europeo tiene mucho que ver con haber descuidado el I+D+I militar.

Por otro lado, es evidente, la dependencia de Europa en sistemas de defensa estadounidenses es espectacular, y alcanza desde proyectiles de artillería guiados (munición Excalibur) hasta aviones de combate de quinta generación, como es el caso del F-35, aparato que, por sus características de furtividad y “nodo” electrónico (puestas de relieve en el pasado bombardeo de Israel a Irán), no tiene contraparte europea.

En este nuevo orden de cosas, parece inteligente vincular la subida de los presupuestos de defensa al desarrollo de la industria nacional. Está claro que la independencia total y más de EE UU, es poco menos que una quimera a corto plazo. Pero es el camino correcto, siempre que la industria de defensa no se convierta en una defensa de la industria que provoque necesidades militares no cubiertas.

En esta línea, el caso de España es paradigmático: a pesar del incremento de la inversión militar (el triple, en términos nominales de lo que se gastaba hace cinco años) seguimos en el furgón de cola del gasto en defensa con relación al PIB en la OTAN. Pero la defensa es una parte muy importante de nuestro PIB industrial (en torno al 12%), dando empleo directo —en general, de alta cualificación— a más de cien mil personas. Y, con el incremento del gasto, su contribución no puede sino crecer. No está de más añadir que la mayor concienciación en Defensa puede suponer también un incremento del desarrollo de regiones menos favorecidas, mediante la inversión en fábricas y centros logísticos (caso de Asturias o Córdoba) o, directamente, en unidades militares (Zamora, Teruel). En este último caso sería muy importante una adecuada remuneración a los militares, de cara a incentivar el alistamiento, especialmente si van a ser destinados lejos de sus lugares de origen.

Por todo ello, la inversión en defensa se constituye como un polo estratégico para los próximos años que, de paso, va a presionar hacia una mayor coordinación entre los países europeos para poder optimizar sus costes. Es muy difícil competir en calidad y precio con dos modelos en desarrollo en Europa de cazabombarderos de sexta generación, para una tirada relativamente reducida de ejemplares, frente al único tipo que se desarrolla para la fuerza aérea estadounidense. Pero hablamos del principio: con una política correcta, nuestra seguridad, nuestra soberanía, y también nuestras economías pueden verse beneficiadas. Algo que, sin duda, también debería trasladarse a los mercados de activos.

Pedro del Pozo es director de inversiones financieras de Mutualidad

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