La oferta y la demanda son la pareja esencial a la economía

Se suele olvidar la demanda para achacar a la oferta, es decir, a las empresas, todos los males de un mercado

Vista general de la terraza de un local en la playa del Postiguet en Alicante, durante este Viernes Santo de las vacaciones de Semana Santa.Manuel Lorenzo (EFE)

A veces las cosas vienen de dos en dos. En la comedia, hay parejas icónicas cuya química es esencial para que el humor fluya, como Abbott y Costello o Laurel y Hardy. Lo mismo ocurre con Lewis y Martin, Laurie y Fry, o en España, Tip y Col y Faemino y Cansado.

Esta idea se aplica también a duplas legendarias de la literatura. Sherlock Holmes y el Dr. Watson son un ejemplo perfecto. Holmes, con su mente analítica, necesita a Watson como cronista y contrapunto humano que, con su asombro, nos permite apreciar la genialidad del detective. Por su parte, Watson, un médico de guerra retirado, encuentra propósito y emoción en las aventuras compartidas con Holmes. Sin Watson, Holmes sería un personaje frío y abstracto; sin Holmes, Watson sería solo un buen médico y narrador. Juntos, complementan lógica y emoción, razón y corazón.

Este concepto de interdependencia se puede aplicar a otras innumerables parejas, como son Don Quijote y Sancho Panza, C-3PO y R2-D2, Frodo y Samwise, Sawyer y Finn o Astérix y Obélix. Cada uno de estos dúos nos demuestra que, cuando se trata de relaciones simbióticas, el todo es mucho más que la suma de sus partes. Uno no se puede entender sin el otro.

Haciendo un paralelismo que deviene casi en alegoría, en el ámbito de la economía existe una pareja tan esencial y fundamental como las mencionadas anteriormente, pareja en la que cada uno de sus componentes no tiene sentido en solitario sin el otro y cuyo concurso nos ayuda a entender buena parte de nuestra realidad: la demanda y la oferta. Al igual que en las parejas de la comedia o la literatura, la interacción entre la demanda y la oferta es crucial para entender los mensajes que el funcionamiento de los mercados nos envía en cada momento.

Así, la demanda muestra la cantidad de personas que están dispuestas a adquirir bienes y servicios a diferentes precios en un periodo determinado. Por otro lado, la oferta se refiere a la cantidad de empresas (y con ello de bienes) que encuentran rentable producir y vender a diferentes precios en ese mismo periodo. La interacción entre la demanda y la oferta determina el precio y la cantidad de equilibrio en el mercado, es decir, el punto donde la cantidad demandada iguala a la cantidad ofrecida. Cualquier otro par no es equilibrio y el mercado tiene incentivos a moverse al mismo sin necesidad de ninguna intervención consciente (parte de la mecánica de la mano invisible).

Imaginemos un mercado sin la interacción entre la demanda y la oferta. Si solo consideráramos la demanda, nos encontraríamos con un deseo incesante de productos sin ninguna indicación de cómo satisfacerlo, como un niño en una tienda de juguetes sin saber si puede comprarlos. Si solo consideráramos la oferta, tendríamos productos sin dirección, como una tienda llena de mercancías sin clientes interesados en comprarlas. Es la combinación de ambas fuerzas la que da sentido y dirección al mercado. Son ambas las que dan lugar a una realidad social como es la interacción para la satisfacción de las necesidades humanas.

La demanda y la oferta no solo interactúan, sino que se influyen mutuamente. Un aumento en la demanda de un producto dada una producción eleva los precios, incitando a nuevos oferentes a participar, o a los ya existentes a producir más. De igual manera, una disminución en la oferta puede llevar a un aumento en los precios si la demanda se mantiene constante, lo que puede a su vez afectar la cantidad demandada.

Esto que se comenta responde a una ley universal que corresponde a dos principios básicos del comportamiento humano y a las limitaciones que la tecnología impone. La ley de la oferta y la demanda es lo primero que debemos aprender si queremos entender una economía. Estas leyes conforman los mercados, y estos no existen sin ellas. Sin embargo, es frecuente encontrar propuestas explicativas de la economía que asumen implícitamente que una de las dos no existe, o que las ignoran por completo. En general, suele ser la demanda la que se omite en muchos análisis, generalmente por razones ideológicas.

Por ejemplo, más allá de los límites del monetarismo, cercanos al anarcoliberalismo, cuando se habla de dinero e inflación, solo se suele hablar de la oferta monetaria. La demanda nunca está presente. La idea es que un aumento de la oferta monetaria eleva la inflación sí o sí. Esto se debe a que, si hay más dinero en circulación, su valor relativo cae y el valor relativo de los demás bienes sube, elevando los precios de los productos. Sin embargo, si la demanda de dinero aumenta (porque hay más actividad económica y, por tanto, más demanda de dinero para realizar transacciones), el valor relativo del dinero no tiene por qué caer, lo que nos lleva a que un aumento de la oferta no necesariamente genera inflación. Sin embargo, siempre se olvida la demanda, que tiene un efecto sobre la llamada velocidad del dinero, un factor relevante en la teoría monetarista.

En el otro límite ideológico, se suele olvidar la demanda para achacar a la oferta, es decir, a las empresas, todos los males de un mercado. Es más, recientemente se ha leído en las redes que la subida de precios de la vivienda durante la burbuja demuestra que cuando el precio de estas aumenta es por la oferta, ya que esta creció mucho entonces y, aun así, subieron los precios. Como si la demanda de particulares o empresas no hubiera sido relevante. De hecho, es una burbuja porque ¡la demanda aumenta de forma descontrolada por razones especulativas! Pero claro, si la demanda no es importante y tenemos un problema con los precios, debe ser la oferta la culpable y así debemos considerar su intervención. Se me ocurren otros ejemplos donde, a pesar del fuerte aumento de la oferta, los precios suben por la demanda: el turismo en España.

En definitiva, poder explicar el comportamiento de los mercados es imposible si nos olvidamos del 50% del mismo. Al igual que Obélix no puede entenderse sin Astérix para comprender las andanzas de los romanos en la Galia, sin la demanda no es posible entender el funcionamiento de un mercado. Pero, a veces, se nos olvida.

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