La cruda realidad de Milei: los ajustes inevitables y la prometida dolarización
El nuevo presidente argentino se olvida de su medida estrella durante la campaña electoral ante la exigencia previa de equilibrar las cuentas
Hace una semana, en su discurso de investidura, el nuevo presidente de Argentina fue sincero con su público: “no hay plata”, dijo con voz austera. Esta afirmación, cruda e impropia de lo esperado en políticos que buscan agradar a todos en sus mensajes, anticipa lo que todos saben: la necesidad de importantes ajustes en las finanzas de un país, como el austral, que es inevitable.
Sin embargo, la medida estrella durante la campaña del flamante mandatario, la dolarización, ...
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Hace una semana, en su discurso de investidura, el nuevo presidente de Argentina fue sincero con su público: “no hay plata”, dijo con voz austera. Esta afirmación, cruda e impropia de lo esperado en políticos que buscan agradar a todos en sus mensajes, anticipa lo que todos saben: la necesidad de importantes ajustes en las finanzas de un país, como el austral, que es inevitable.
Sin embargo, la medida estrella durante la campaña del flamante mandatario, la dolarización, no parece ya tan urgente. Su utilidad, si es que alguna vez la tuvo, parece ir erosionándose. La realidad se impone y, como era lógico, no hay dolarización posible sin, antes, equilibrar cuentas. Y esto, de momento, es lo previsto. Una vez esto se haya conseguido, la dolarización será, paradójicamente, innecesaria. A Argentina solo le queda el fuerte ajuste que su presidente anunció en su primeros minutos como mandatario.
Pero, ¿por qué no tiene sentido dolarizar sin equilibrar antes? Para responder a esta pregunta es necesario mirar las experiencias previas en situaciones similares. En este caso, es la historia la que nos asiste y nos da las claves.
Desde tiempos inmemoriales, los países han intentado estabilizar el valor de su moneda, tanto en relación con otras (tipo de cambio) como respecto a sus bienes (inflación). El primer intento “moderno” se logra en el último cuarto del siglo XIX con la introducción del patrón oro, no tanto por una intencionalidad declarada, sino por la fuerza de los hechos dirigidos por una Gran Bretaña hegemónica en lo militar y lo económico. El patrón oro representaba un tipo de cambio fijo de facto; es decir, las monedas establecían su paridad respecto al oro (lo que requería tener reservas de esta metal y de otras monedas) y esa paridad se traducía, por regla de tres, en tipos fijos entre ellas.
Las ventajas de un tipo de cambio fijo son varias, aunque destacan la estabilización de la moneda y la expansión del comercio. Además, al convertirse en el objetivo de la política monetaria, en países con tradición de bancos centrales irresponsables, elimina la tentación de utilizar dicha política para otros fines, lo que ayuda a controlar la inflación. A cambio, se debe renunciar a la política monetaria, sacrificando la capacidad de suavizar los ciclos económicos, haciendo que estos sean más volátiles. Por ejemplo, si por razones internas el país pierde competitividad, la depreciación de la moneda no es posible, trasladando el ajuste a variables reales como el salario real y/o el empleo, en lugar de ajustes nominales. Por ello, un tipo de cambio fijo requiere una gran disciplina si se quiere evitar empobrecer a la población a largo plazo.
Así, un tipo de cambio fijo exige mucho a cambio: perder la autonomía en la política monetaria mientras se exigen equilibrios, entre ellos una disciplina fiscal; algo que, sin embargo y en contra de la creencia de muchos, para nada está garantizada. Y es que la historia de los sistemas monetarios nos dice que la adopción de un cambio fijo no implica necesariamente una disciplina fiscal. ¿Para qué creen que en Europa elaboramos las famosas reglas fiscales? Por que sí, por si se lo estaban preguntando, el euro es un tipo de cambio fijo irreversible, por lo que todo lo que estoy contando, en cierto modo, es extensible a nuestro caso.
Por lo tanto, lo único cierto es que, cuando atamos nuestras monedas a otras y no ajustamos los desequilibrios como el déficit y deuda pública, las correcciones son más dolorosas. Vean Bretton Woods, su caída en 1971 o la del Sistema Monetario Europeo (SME) a principios de los noventa. Vean también las experiencias de finales de esa década, y que incluyen las famosas crisis asiáticas, la rusa, la brasileña o, finalmente, la crisis de la convertibilidad argentina ya a inicios del nuevo siglo. Miren también España en 1959.
Dolarizar es simplemente una forma extrema de tipo de cambio fijo, ya que implica deshacerse de la autonomía en la política monetaria, adoptando un tipo de cambio 1:1 con una moneda extranjera sobre cuyo control no poseemos. En ese caso, al adoptarse una moneda extranjera, estable, el efecto sobre la inflación será inmediato y a la baja (ojo, con permiso de una devaluación previa de la moneda que canjeamos por el dólar, lo que provocaría un repunte elevadísimo de dicha inflación). Pero sabiendo esto, no podemos olvidar que la inflación es el síntoma, no la enfermedad. Su ajuste no implica la desaparición de las causas que la generan, sino transformar las consecuencias a otro tipo. En el caso de tipos fijos, estas consecuencias se traducen en tener que ajustar los desequilibrios en términos reales, no monetarios ni financieros. Pero al final, habrá ajustes. Es por ello que dolarizar no tiene sentido si no se abordan las reformas que generan los desequilibrios habituales en Argentina. Si dolarizas, pero no tienes disciplina fiscal, esta provocará ajustes en empleo y salarios reales a través de la caída de salarios nominales a cambio de las subidas de precios, pero que, a la postre, es lo mismo.
Se podría argumentar así que para que una dolarización fuera exitosa habría que reformar y equilibrar el presupuesto público. Pero si esto se logra, ¿entonces para qué quieres dolarizar? En ese caso, un banco central responsable y una autoridad responsable no generarían inflación, teniendo la política monetaria para ayudar a los ajustes de los ciclos de manera menos dolorosa (véase Brasil y su Plan Real como caso de éxito). Así pues, dolarizar nunca será una buena opción, se mire por donde se mire. Y mi intuición es que Milei lo ha entendido. Veremos.
En resumen, la anterior propuesta estrella del nuevo presidente argentino no implicaba nada nuevo bajo el sol. La historia de los sistemas monetarios es amplia y las experiencias múltiples. Esto nos permite saber de antemano qué implica y cuáles son las consecuencias de adoptar sistemas de tipos de cambio fijo si no se adoptan medidas específicas. Estas medidas, sin embargo, no están garantizadas, ni por un tipo fijo, ni por un patrón oro, ni por una moneda única, ni tampoco porque adoptes la moneda de otro país. Lo único que te garantiza es que los males que sufrirás tendrán otro ropaje, pero los sufrirás. Cómo vestir de seda a una mona. Así que, al final, deberás acometer el ajuste, te guste o no.
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