Mujeres STEM en la universidad española
Las barreras culturales y sociales actúan desde la infancia y alejan a las niñas de de trayectorias profesionales prometedoras
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El Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia nos recuerda cada 11 de febrero una realidad incómoda: mientras la economía digital y tecnológica crece, ofreciendo muchas de las mejores oportunidades laborales, la mitad del talento potencial (el femenino) permanece sistemáticamente alejada de estas disciplinas. Esta brecha no responde a diferencias en capacidad o aptitud innata –la evidencia científica es inequívoca en este punto– sino a un complejo entramado de barreras culturales y sociales que comienza a actuar en la primera infancia y termina por alejar a las niñas de algunas de las trayectorias profesionales más prometedoras.
En la universidad, aunque el número total de estudiantes en carreras STEM [del inglés Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas]ha crecido en los últimos años –especialmente en informática, con un notable aumento del 88%–, la proporción de mujeres permanece estancada en niveles preocupantemente bajos. El caso más ilustrativo es precisamente el grado de informática, en el que en el curso 2022-2023 menos del 13% del alumnado fueron mujeres. La situación es aún más dramática en Formación Profesional; mientras que el 52% de los hombres graduados en FP lo hacen en ámbitos STEM, esta cifra apenas alcanza el 7% entre ellas.
La brecha es tan profunda que, para alcanzar algo parecido a la paridad, la participación femenina tendría que crecer a un ritmo que parece inalcanzable en el corto o medio plazo sin un esfuerzo decidido y sostenido.
El origen de esta brecha de género en carreras STEM en las universidades españolas no puede entenderse de forma aislada: es el resultado de factores educativos y sociales que aparecen desde la primera infancia. Tal y como demuestra un estudio publicado en la revista Science, mientras que a los cinco años las niñas muestran la misma confianza que los niños en sus capacidades intelectuales, apenas un año después ya han comenzado a internalizar estereotipos limitantes. A los seis años, tanto niñas como niños ya tienden a asociar la brillantez académica con lo masculino, y capacidades relacionadas con las matemáticas empiezan a percibirse como “cosa de chicos”.
Pensemos por un momento en una niña de 9 años: la probabilidad de que las matemáticas sean su asignatura favorita es ya un 15% menor que la de sus compañeros. Esta desafección temprana evoluciona hacia una verdadera barrera emocional: al llegar a los 15 años, tendrá una probabilidad 21% mayor que sus compañeros de experimentar ansiedad y desesperanza al enfrentarse a un problema matemático. Estos datos, extraídos de los estudios TIMSS y PISA, dibujan cómo la brecha de género en STEM se asocia con profundas diferencias en autopercepción, interés y ansiedad que nacen muy pronto y se acentúan con el paso del tiempo.
Y estas emociones y experiencias se proyectan mucho más allá de las aulas: según datos de PISA, cuando a los 15 años preguntan a las adolescentes en qué profesión se ven trabajando a los 30, solo el 1,3% de ellas lo hace en el ámbito de las tecnologías de la información y comunicación (TIC), frente al 10,3% de sus compañeros. En ingeniería, los porcentajes son del 9,8% para ellas y del 17,5% para ellos. Por tanto, no debería sorprendernos que, cuando llega el momento de elegir itinerario, la presencia de las chicas en estas ramas se desploma.
Cerrar estas brechas no es solo una cuestión de equidad. Las ocupaciones STEM, en particular las tecnológicas, son el futuro: en España, el empleo en tecnologías de la información y comunicación crece a un ritmo que cuadriplica el del empleo general; y las previsiones apuntan a que el sector de servicios TIC liderará la creación de empleo en la UE de aquí a 2035. Al mismo tiempo, España tiene dificultades para cubrir estos puestos: casi un tercio de las empresas españolas señalaron en 2022 dificultades para contratar perfiles técnicos en estos ámbitos.
Sin embargo, las mujeres seguimos mayoritariamente ausentes en estas oportunidades. Aunque las mujeres en STEM experimentan una brecha salarial menor que en otras profesiones y tienen menos probabilidades de acabar en empleos a tiempo parcial, solo el 5,5% de las trabajadoras españolas ocupa un puesto STEM, frente al 13% de los hombres. Además, mientras la inteligencia artificial se posiciona como la próxima gran transformación del mercado laboral, los datos más recientes sugieren que las mujeres, especialmente aquellas más cualificadas, adoptan estas tecnologías con menor frecuencia e intensidad que los hombres, incrementando el riesgo de profundizar las diferencias ya existentes.
También debemos repensar nuestra aproximación a la formación profesional. España es el país de la UE con mayor proporción de profesionales TIC con educación universitaria (83%, frente al 40% de Italia o el 64% de Portugal), mientras las perspectivas de empleo son especialmente prometedoras para perfiles técnicos TIC, precisamente aquellos que podrían formarse a través de la FP. Esta realidad representa un desafío, pero también una oportunidad para incrementar la participación femenina en el sector tecnológico. En este sentido, la evidencia demuestra que crear espacios de aprendizaje que eliminan el sesgo de género desde su concepción puede ser particularmente efectivo.
En el ámbito universitario, la evidencia internacional muestra que el cambio también es posible: algunas universidades han logrado alcanzar la paridad de género en carreras como Informática simplemente haciendo los planes de estudio más atractivos. Por último, el sector privado puede complementar estos esfuerzos desarrollando programas específicos de formación intensiva en competencias digitales e implementando políticas de contratación y progresión profesional más inclusivas.
La baja participación femenina en STEM no responde a una cuestión de preferencias individuales, sino que refleja barreras culturales y sociales que comienzan en la infancia y se consolidan a lo largo de toda la trayectoria educativa y profesional. Abordar esta brecha no es solo una cuestión de justicia social -que, sin duda, lo es- sino una necesidad económica y social.
En un momento en que la tecnología define cada vez más nuestro futuro, la ausencia de mujeres en estos sectores no solo limita sus oportunidades individuales, sino que reduce nuestro potencial innovador como sociedad al privarnos de perspectivas y talento diversos. Asegurar que las niñas y mujeres puedan elegir de forma verdaderamente libre su camino, sin el peso de estereotipos y prejuicios, no es solo construir un futuro más justo: es sembrar las semillas de una sociedad más innovadora, dinámica y próspera para todas y todos.