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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un país sin jóvenes emancipados está condenado a la irrelevancia

La dinámica de ayudas como el ingreso mínimo vital no puede resolver este grave problema, que los jóvenes también deben atacar

CINCO DÍAS

Un país en el que los jóvenes en edad de trabajar se quedan a vivir en casa de sus padres, aunque estén empleados, porque no se pueden emancipar, está condenado al fracaso. Si además están desempleados, la situación empeora. La fotografía que hace el Observatorio de Emancipación, elaborado por el Consejo de la Juventud de España, se aproxima preocupantemente a este panorama: solo un 15,6% de los jóvenes españoles de entre 16 y 29 años vivían emancipados en el segundo semestre de 2021, tres puntos menos que antes de la pandemia. Es posible achacar esa caída a la lenta recuperación por el largo periodo de inacción de actividad causado por el Covid, que hizo a muchos jóvenes retornar al hogar familiar, pero sería un error. El mismo que hablar de recuperación por el hecho de que el dato sea un 0,7% superior al del primer semestre y el primer repunte en 15 años. En este caso, porque en ese primer semestre del año pasado del que parte la supuesta recuperación, la emancipación de los jóvenes españoles estaba en mínimos: la cifra más baja del siglo. Y, en cuando a la pandemia como causa, baste decir que el actual porcentaje es aún diez puntos inferior al previo a la anterior crisis económica (26% en 2008).

La lógica recuperación del empleo destruido o aplazado durante lo más crudo de la pandemia tampoco ha servido para incentivar a los jóvenes para que se emancipen. A pesar de la reforma laboral del Gobierno, la tasa de temporalidad y el empleo parcial no deseado, unidos a los bajos salarios, pesan en las perspectivas de futuro de los jóvenes en forma de una precariedad que desanima la iniciativa de irse del nido familiar. Y lo hace tanto como el difícil acceso a la vivienda, los dos lastres que más hunden la emancipación.

Según el propio Observatorio, la vivienda en propiedad es inalcanzable para la gran mayoría de los jóvenes, y de ahí que predomine el alquiler. Pero el alquiler compartido. Una persona joven dedicaría casi el 80% del sueldo a la renta si alquila un piso; por eso se ve obligada a compartir la vivienda. El resultado es que una de cada tres personas jóvenes emancipadas comparten piso, una forma incompleta de emancipación.

No faltan llamadas a un pacto de Estado para impulsar políticas que faciliten a los jóvenes abrir las alas y volar. Bienvenido sea si es consensuado y eficaz. Lo que resulta iluso es creer que la dinámica de ayudas como el ingreso mínimo vital puede resolver este grave problema que los jóvenes también deben atacar. Por ejemplo, perdiendo el miedo a hacer las maletas, aunque sea para ir a trabajar a la provincia de al lado. Si no toman el relevo, crean nuevos hogares y dan impulso a la rueda de la vida, el país estará condenado a la irrelevancia.

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