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Wirecard expone la aterradora credulidad de las finanzas

Desde 2016 había señales evidentes de fraude, pero auditores, reguladores y analistas las ignoraron

Sede de Wirecard en Aschheim, cerca de Múnich, en 2020.
Sede de Wirecard en Aschheim, cerca de Múnich, en 2020.reuters

Los auditores de Wirecard parecían haber tropezado con una pistola humeante. No fue en junio de 2020, cuando EY concluyó que 1.900 millones de euros del balance de su cliente podían ser falsos, sino allá por 2016. Ese año, un denunciante de la firma contable alegó que algunos directivos del grupo de pagos se habían metido dinero en el bolsillo vendiendo activos a Wirecard, y que un empleado de una empresa afiliada intentó un soborno para que la auditoría estuviera limpia. Aun así, la empresa alemana no se hundió hasta cuatro años después.

Esta es solo una de las sorprendentes revelaciones de Money Men, de Dan McCrum, el periodista del Financial Times que destapó el escándalo. EY envió una brigada antifraude para investigar, pero finalmente aprobó las cuentas tras recibir declaraciones escritas de los ejecutivos de Wirecard que confirmaban que todo era correcto.

El episodio pone de manifiesto una verdad embarazosa sobre uno de los mayores fraudes de la historia empresarial europea, que hizo saltar por los aires 20.000 millones de euros de valor de las acciones y dejó a bancos con grandes pérdidas. No era un engaño especialmente sofisticado, y no faltaban las señales de alarma. Sin embargo, los contables, los analistas, los inversores y los reguladores aceptaron una y otra vez las endebles historias del equipo directivo, en lugar de aceptar la que se les venía encima.

Wirecard nunca fue el hábil grupo de tecnología financiera que decía ser. Su empresa antecesora fue fundada por el magnate de las zapatillas Paul Bauer-Schlichtegroll a finales de los años noventa como editor alemán de la revista picante Hustler. En pocos años se dedicó a procesar los pagos de clientes de alto nivel, como sitios web de pornografía y juegos de azar.

Dos austriacos, Markus Braun, consejero delegado, y Jan Marsalek, director de operaciones, se hicieron con el control de la empresa y se propusieron acelerar su crecimiento. Pero tenían un problema. A finales de la década de 2000, los organismos reguladores de Estados Unidos tomaron medidas enérgicas contra el póquer en línea. Mientras, la proliferación de sitios de pornografía gratuitos estaba acabando con el lucrativo negocio del pago por visión. En otras palabras, algunos de sus clientes más importantes estaban muriendo. Fue entonces cuando empezaron los problemas.

El fraude de Wirecard tenía tres elementos principales, según cuenta McCrum. Al principio se centraron en falsear los ingresos y las facturas de los clientes para mantener la ilusión de crecimiento. De 2010 a 2014, parece que Wirecard apuntaló también sus ventas mediante adquisiciones en Asia. A finales de 2016, la empresa había aterrizado en su último estertor. Empezó a decir a los contables que gran parte de sus ingresos se generaban a través de terceros intermediarios en el marco de una relación de plena competencia controlada por Marsalek.

Una auditoría especial de KPMG publicada en 2020 descubrió que la empresa supuestamente generó todo su ebitda desde 2016 a través de solo tres de estos intermediarios sospechosos. Los contables no pudieron encontrar pruebas de que muchas de las transacciones subyacentes existieran, escribe McCrum.

Los estados financieros de Wirecard también mostraron advertencias. La compañía supuestamente comenzó 2019 con 1.500 millones de euros de efectivo, excluyendo los depósitos de los clientes en su unidad bancaria. Sin embargo, Braun se endeudó mucho con bancos europeos, como ABN Amro, Commerzbank e ING, y también emitió un bono convertible de 900 millones al conglomerado japonés SoftBank Group.

McCrum y un ruidoso grupo de fondos de cobertura escépticos denunciaron la situación durante años. Y no hizo falta indagar mucho para encontrar las señales de alarma. El FT visitó las oficinas registradas de supuestos clientes de Wirecard en Asia, algunos de los cuales nunca habían oído hablar de la empresa. Marsalek, de alguna manera, dirigía las importantes relaciones de pagos a terceros de la empresa sin personal propio.

Sin embargo, los consejeros, contables y analistas de la empresa concedieron a los ejecutivos el beneficio de la duda. El consejo recibió una presentación de los consultores de McKinsey en 2019 en la que se explicaba que los controles y los procesos de cumplimiento de los negocios de terceros simplemente no existían. EY aprobó las cuentas de la compañía año tras año a pesar de las banderas rojas. Ahora califica el escándalo como “una red criminal muy compleja diseñada para engañar a todo el mundo”.

En lugar de investigar a Wirecard, el regulador alemán BaFin investigó inicialmente al FT y a McCrum. Muchos analistas recomendaron “comprar” la acción incluso después de que la auditoría especial de KPMG planteara dudas sobre los intermediarios terceros en 2020. Uno de ellos admitió posteriormente que publicó su reacción inicial favorable sin leer el informe, que estaba en alemán.

La fachada finalmente se derrumbó en 2020 cuando un alto ejecutivo de EY se puso en contacto con los CEO de dos bancos filipinos que, según Marsalek, tenían 1.900 millones de euros en nombre de la empresa. La respuesta fue rápida: “Les informamos de que los documentos adjuntos son espurios”. Wirecard se hundió en pocas semanas.

La lección para los inversores es clara: los auditores, los reguladores y los analistas pueden ser sorprendentemente crédulos ante una cotización en alza y un equipo directivo carismático. Sin la persistencia de McCrum frente a una aparente campaña de intimidación orquestada por Wirecard, el fraude podría haber continuado. Esto no es un consuelo para los accionistas y bancos que perdieron dinero, pero es un recordatorio de que la industria financiera puede ser terriblemente crédula.

Los autores son columnistas de Reuters Breakingviews. Las opiniones son suyas. La traducción, de Carlos Gómez Abajo, es responsabilidad de CincoDías

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