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Multidisciplinares y próximos: así son los abogados de pueblo

Estos letrados desarrollan una faceta conciliadora, cultivan la paciencia y lidian con la falta de anonimato

Vista aérea de un pueblo en Cantabria.
Vista aérea de un pueblo en Cantabria.Getty Images

Durante el confinamiento algunos abogados anunciaron felices en redes que emigraban al campo. No pocos presumían de las maravillas del disfrute del entorno natural y de la tranquilidad que respiraban. Pero, más allá de una experiencia para urbanitas, trabajar en el pueblo es el día a día para un gran número de letrados.

Los abogados de pueblo conforman una categoría con esencia a raíces, trato personal y empatía. Son especialistas en solucionar los problemas de sus vecinos, por lo que no pueden llevar solo un tipo de asuntos. Frente a la corriente de hiper especialización, no les queda otra que ser generalistas. Mientras que a sus colegas de ciudad se les exige instinto comercial, ellos cultivan la paciencia y lidian con la falta de anonimato y el “ya que te veo por aquí, te lo pregunto”.

Partir de cero

Abrir despacho en un pueblo es una decisión que, a veces, llega por casualidad. Este fue el caso de Jon Andoni Bengoetxea, letrado en Durango, un municipio vizcaíno de 30.000 habitantes. A toro pasado, el abogado reconoce que “cuando partes de cero, es mucho más fácil abrirse camino en un pueblo que en una ciudad”. Uno de los motivos, apunta, es que “corre más y mejor el boca a boca”. Si, además, se tienen raíces o vínculos con la localidad “es más sencillo también que gente con la que tienes contactos se convierta en cliente”.

Después de veintiocho años, Bengoetxea está orgulloso de ser abogado en Durango y ve “muchísimas ventajas” en ejercer, en su caso como abogado de negocios, desde una localidad mediana. “Pude haberme marchado a Bilbao, pero decidí quedarme aquí porque a mí me gusta el trato más personal”. Este, se traduce en un mimo especial a los clientes, con los que crea “vínculos de confianza”. También en la cercanía con los funcionarios del juzgado, a quienes “saludas por su nombre”. Una proximidad que, a veces, se vuelve en contra. “La parte menos buena es cuando te encuentras con clientes el fin de semana”, reconoce el letrado.

Las poblaciones de cierto tamaño, como Almendralejo (Badajoz) con 33.000 habitantes, ofrecen una cuota de mercado y una calidad de vida a la que no renuncia Mercedes Pérez-Olleros. Tras treinta años de ejercicio, no se plantea dar el salto a la capital, aunque reconoce que en el pueblo se pierde el anonimato de la gran ciudad. La abogada lleva, sobre todo, mercantil, además de otros asuntos civiles. Algunos de ellos, típicos de las zonas rurales, como los deslindes o inmatriculaciones de fincas que, sin embargo, hoy “ya son residuales”. Como capital de comarca, Almendralejo ha aglutinado operaciones relevantes del sector del vino y la aceituna. “Antiguamente, hasta la ley concursal, todas las suspensiones de pago se llevaban en el juzgado de aquí”.

De todo un poco

Cuando se ejerce en una localidad como Laredo (Cantabria) con 11.000 habitantes, explica Mónica San Román, es importante tocar todas las ramas del derecho. Aunque se dedica principalmente a temas de familia, la letrada cuenta que en el despacho entran temas de “todos los palos”. Eso sí, “hay que saber muy bien en qué plazas no puedes torear”. Hace años ganaron un caso de una “yegua violada" por un caballo que saltó al prado de su cliente. Estaba preñada y “conseguimos la indemnización por el potro malogrado”. Al juicio hubo que llevar testigos y un criador que determinase el valor del jaco. Y siempre puede llegar el típico asunto de “la increíble finca creciente al lado de la extraordinaria finca menguante”, narra, en el que hay que dar con paisanos que sepan dónde estaba el mojón o marca.

Ese plus de esfuerzo se compensa ampliamente con las ventajas de vivir y trabajar en el pueblo. “Aquí está todo mucho más a mano y la forma de trabajar es más cómoda”, reconoce San Román. Ese estar a gusto es lo que le hizo retornar desde un despacho en Bilbao para afincarse definitivamente en el terruño.

Una de las habilidades que la letrada nota que más ha desarrollado es la de la conciliación o mediación, el “intentar siempre el acuerdo antes de ir a juicio”. La cercanía con los colegas es una “ventaja tremenda”, valora. Eso sí, mira con inquietud la precarización del sector y la falta de medios en las localidades más pequeñas. “Como abogada de pueblo me preocupa que se quiten los juzgados de primera instancia”, recalca.

Servicio público

Ayudar a los vecinos. Es lo que impulsó a Francisco Javier Blanco a dedicarse primero a la abogacía y, después, a regir los asuntos de Cazalegas (Toledo, 1.800 habitantes) como alcalde del municipio. Pese a que el despacho está en la vecina Talavera de la Reina, el letrado tiene una pequeña oficina en el pueblo y no descarta convertirla en sede. Disfruta tanto de su profesión, que no se liberó cuando le eligieron regidor.

Fran, como es conocido en el lugar, se siente feliz de ser “alguien cercano” a quien los paisanos pueden consultar sus problemas. “Me tienen a mano”, aprecia. Al arrimar el hombro, muchas veces, soluciona asuntos incluso de forma altruista. Durante años, cuenta, un matrimonio muy mayor le agradeció su trabajo para deslindar una finca que venía de generaciones y sobre la que existía confusión en el Registro.

La empatía es la virtud que Blanco afirma haber desarrollado más. “He llegado a hacer no solo de abogado, sino de psicólogo, confesor…”. Ahora bien, recalca, “intento marcar la línea profesional”. Fijar unas pautas para que el exceso de confianza típico de los pueblos no convierta el problema de otros en un asunto personal. El letrado reivindica las trabas que tienen las poblaciones más pequeñas: brecha digital y “mucho desconocimiento en cuanto a los instrumentos para hacer valer sus derechos”.

La digitalización de la justicia ayuda, pero también puede ser un hándicap para la gente más mayor. Así piensa Juan Carlos Benítez, que compagina la abogacía con la alcaldía de Oliva de Mérida (Badajoz, 1.700 habitantes). Cuando terminó en su antigua empresa, empezó a colaborar con un despacho de la vecina localidad de Guareña (6.800 habitantes). Los paisanos de Oliva, que ya le conocían, comenzaron a llamar a su puerta con asuntos varios. “Se iba corriendo la voz, generando más clientes”, recuerda. Lleva asuntos laborales y civiles, pero, como todos los despachos de poblaciones pequeñas, dice, “somos multidisciplinares”.

El consistorio, reconoce, le roba mucho tiempo a pesar de tener una dedicación parcial. “Si veo que me llega un caso que no voy a poder abordar, lo derivo a un compañero del despacho”. Ser alcalde, le ha granjeado, por otro lado, alguna que otra enemistad y pérdida de clientes que no entienden las incompatibilidades. “No se puede ser juez y parte”, intenta explicarles.

Para Benítez, la diferencia con un abogado de ciudad está en el trato personal. En el pueblo, “te tratan más de tú a tú”. Una familiaridad que, a veces, se torna ingrata. “Te han visto crecer desde niño y no te valoran igual”.

También hay gente “muy agradecida”. Benítez sabe cuál es la situación de sus vecinos. Hay paisanos a quienes directamente no cobra o les deja que le paguen “como puedan”. Eso, afirma, “es de lo único que, realmente, me sigo sintiendo orgulloso, de ayudar a las personas”. Como virtud aprendida, subraya “la paciencia”. “Nunca terminas, sales a la puerta de la calle y siempre hay algún lugareño que te quiere preguntar: igual que el teléfono de Legálitas”.

Buen acuerdo

Un entorno geográfico peculiar para los letrados es el insular. Alván Gómez es abogado en Tenerife, pero asiste a clientes en todas las islas del archipiélago canario. “La diferencia fundamental es que en la capital los problemas son un poco más sofisticados”, señala. En los pueblos, “a veces es el propio letrado el que termina resolviendo un asunto entre parientes”. En este contexto, subraya, “desarrollas una faceta mucho más conciliadora y una cualidad de psicólogo”.

Para Gómez lo fundamental es “ir con la sinceridad por delante”. “El abogado que diga este pleito está ganado, es un temerario”, afirma. En muchos casos, insiste, hay que transmitir la frase mítica del gremio de “es mejor un mal acuerdo que un buen juicio”. Hace unos días, en La Gomera, tuvo un caso de división de herencia en el que las partes estaban enfrentadas por el reparto de los bienes. Afortunadamente, se llegó a un arreglo: “un procedimiento puede suponer un coste económico brutal por la simple y llana razón de que los clientes no dan su brazo a torcer”.

Los medios, por otro lado, son los que son. En El Hierro o La Gomera, por ejemplo, hay un juzgado para toda la isla. Además, “ante la escasez de letrados, es habitual que contraten a abogados de las islas mayores”.

Otra de las características de los asuntos en pueblos es que “demandan muchísimo la presencia física del abogado”, afirma. En el caso de Gómez implica volar de una isla a otra, lo que es “un coste añadido”. Es necesario, por ejemplo, “para estudiar sobre el terreno un corte de agua entre dos fincas rústicas”. “Tienes que ir, sacar un folio, hacer un croquis, etcétera, para intentar visualizar la realidad del hecho que vas a defender luego en sala”.

Un avance importante, reconoce, ha sido la digitalización. “Nos agiliza mucho el trabajo”. Es verdad, añade, que “hay que seguir trabajando en esa línea para seguir facilitando un poco más las cosas: la burocracia todavía existe”.

Los precios, afirma el letrado, no varían por tratarse de una zona rural. En esta cuestión, Gómez critica que algunos compañeros devalúen el trabajo no cobrando la primera consulta. Es igual que el mecánico que cobra por saber cómo solucionar el ruidito del coche, ejemplifica.

La vida profesional de un abogado de pueblo depende, en suma, de muchas circunstancias. Eso sí, como advierte Bengoetxea, hay que desterrar la visión bucólica de que en las zonas rurales la vida es más tranquila porque, simplemente, “no es cierto, no hay tal pacífica convivencia”.

Andoni Bengoetxea. Abogado en Durango (Bizkaia)

"Cuando partes de cero, es mucho más fácil abrirse camino en un pueblo que en una ciudad; en una población mediana corre más y mejor el boca a boca"

Mónica San Román. Abogada en Laredo (Cantabria)

"No te puedes especializar mucho; siempre puede llegar el típico asunto de la increíble finca creciente al lado de la extraordinaria finca menguante"

Francisco Javier Blanco. Abogado y alcalde en Cazalegas (Toledo)

"Somos como una gran familia. He llegado a hacer no solo de abogado, sino de piscólogo, confesor... La confianza te hace transmitir empatía"

Juan Carlos Benítez. Abogado y alcalde en Oliva de Mérida (Badajoz)

"En el pueblo te tratan más de tú a tú. Te han visto crecer desde niño y no les impones tanto; eso hace que algunos no te valoren igual que a un abogado de ciudad"

Alván Gómez. Abogado en Tenerife (Canarias)

"La diferencia es que en la capital los conflictos son un poco más sofisticados; en los pueblos desarrollas una faceta más conciliadora"

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