Las comisiones, fuente de ingresos y deflactor de la rentabilidad
Los particulares no tienen ya más remedio que estudiarlas antes de decidir a cuál se entregan, y aceptar como normal cambiar de entidad si es preciso
Las dos crisis encadenadas de este siglo, una por los excesos financieros y otra por la desgracia del Covid, han colocado las condiciones monetarias en tal punto que todo se presta a invertir y nada a ahorrar. Si los ahorradores particulares tienen que hacer malabares para obtener migajas de rentabilidad, los bancos están en la situación más delicada de las posibles. Los tipos de interés persistentes en el cero por ciento les obliga a buscar fuera del tradicional margen de intermediación los recursos para construir la cuenta de resultados, en un contexto en el que la regulación les exige crecientes obligaciones de capital y en el que la democratización de la tecnología cambia la relación con el cliente y los estímulos de retención del mismo. Si antes obtenía recursos del margen amplio entre la remuneración del ahorro y el cobro por los créditos, ahora, tras estrecharse tanto tal diferencial, tiene que buscar recursos en el cobro por los servicios prestados: las comisiones. Un fenómeno que se ha convertido en una de las fuentes más seguras de ingresos en una sociedad y economía altamente bancarizada.
Nadie hoy entre la clientela bancaria discute que tiene que pagar por los servicios financieros que reclama a la banca, aunque nunca dejará de batallar por su cuantía. Las comisiones no son otra cosa que los precios por servicios profesionales, tan comunes la inmensa mayoría como los que los particulares demandan a otras instituciones comerciales, aunque ha sido precisa una transición cultural para aceptarlo. A fin de cuentas, aunque en el pasado lo haya parecido, nada es gratis; ni siquiera que una entidad en la que la gente tiene confianza custodie su dinero.
Esta necesidad de buscar recursos adicionales por parte de la banca, la ha forzado, intervención mediante de supervisores y reguladores, a profesionalizar su relación con la clientela, y extender sus servicios al asesoramiento para la inversión, sea a través de la contratación de fondos de inversión o la construcción de carteras de deuda o acciones. De tal forma, que la inmensa mayoría de los clientes bancarios tienen elevados grados de vinculación con su banco. Así, las comisiones de mantenimiento de las cuentas son más ligeras, a cambio de una pléyade de comisiones por el resto de los servicios. Los particulares no tienen ya más remedio que estudiar al detalle las comisiones da cada banca antes de decidir a cuál se entregan, y aceptar como normal cambiar de entidad si es preciso. Y en el caso de las comisiones por inversiones, es determinante que en fondos, sobre todo, la comisión debe estar ligada al rendimiento obtenido, o en la franja baja del mercado, para que en una inversión de largo plazo de maduración no actúe como un auténtico deflactor que la erosione.