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CINE Y DERECHO
Tribuna
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'La inventora' y el control de las 'start-ups'

La película insiste en demostrar que muchas de estas empresas, pese a requerir ingentes cantidades de dinero, desarrollan su actividad sin los controles necesarios o la adecuada transparencia

Elizabeth Holmes, fundadora de Theranos en 2015
Elizabeth Holmes, fundadora de Theranos en 2015REUTERS

El documentalista Alex Gibney nos narra en La Inventora (The Inventor: Out for Blood in Silicon Valley, 2019), la historia real de como una alumna de la universidad de Stamford con una idea revolucionaria: realizar análisis clínicos a partir de una mera gota de sangre, consigue crear una de las start-ups más reconocidas en Silicon Valley, la empresa Theranos, y obtener fondos de los inversores por valor de más de 200 millones de dólares para la financiación de su proyecto, ocultando que los resultados son inexistentes y que la empresa no es viable ni tecnológica ni financieramente.

Gibney opta por centrarse en la personalidad de la protagonista, una magnética Elizabeth Holmes, que transmite una convicción arrolladora sobre su idea, y una especie de “hechizo” sobre empleados, consejeros e inversores. El filme describe a Holmes como una versión femenina de los grandes gurús de la tecnología (Steve Jobs, Bill Gates) y como el paradigma del lema que circula por Silicon Valley: “Simula hasta que lo consigas”.

La película documental es muy ágil en su desarrollo, acudiendo a imágenes de archivo, entrevistas y declaraciones de la propia Holmes, de sus empleados, inversores, y de los periodistas de investigación que destaparon el escándalo de Theranos. Las reflexiones sobre la brillantez de la idea, que estaría llamada a solucionar parte de los problemas del sistema de salud americano, y sobre el auge de la figura pública de Elizabeth Holmes, se contraponen a las malas prácticas empleadas con sus ex trabajadores, al papel intimidante de sus abogados y el hermetismo de la compañía que ayudaba a mantener en la oscuridad la ausencia de avances y la falta de resultados.

La película insiste en demostrar que muchas de estas empresas, pese a requerir ingentes cantidades de dinero, desarrollan su actividad sin los controles necesarios o la adecuada transparencia, y resulta también interesante la reflexión sobre la protección de la innovación tecnológica como escudo para negar información a periodistas, inversores y empleados. Todo ello nos lleva a la apelación a la ética y a la responsabilidad de los fundadores y directivos de las compañías.

Uno de los principales retos que tienen las start-ups, y que es visible en La inventora, es la obtención de financiación para el proyecto. Los emprendedores deben “vender” la idea a los inversores, que suelen invertir en la compañía en cuatro fases que se suelen enumerar como business angels, capital-semilla, capital-riesgo y, finalmente, cotización en el mercado de capitales.

Con independencia de la fórmula de financiación escogida, diversos factores influyen en los inversores para colocar su dinero en este tipo de proyectos de alto riesgo: un elevado grado de incertidumbre respecto al éxito del proyecto, las asimetrías de información entre las partes implicadas, la naturaleza intangible de los proyectos, y las condiciones cambiantes de los productos o servicios y de los mercados financieros.

La forma de atenuar estos problemas y de reducir la reticencia de los inversores dependerá en gran medida de la capacidad del emprendedor para establecer y desarrollar una relación fluida con los inversores antes, durante y después de las negociaciones.

Existen, no obstante, mecanismos financieros y contractuales, que limitan los riesgos de la inversión y que son aconsejables siempre para obtener un mayor grado de seguridad. Entre estos mecanismos se encuentra el análisis y evaluación exhaustiva (due diligence) del proyecto de la start-up. La revisión detallada por expertos (auditores, abogados, técnicos,…) del plan de negocio permite evaluar la realidad de las hipótesis planteadas y los riesgos existentes, para determinar las posibilidades reales de cumplimiento del proyecto. Asimismo, este proceso de due diligence puede ayudar a optimizar los planteamientos de los fundadores o a encontrar puntos débiles o riesgos.

También suele acudirse a la inversión por etapas, ligada a objetivos y al desempeño de la compañía participada. Una inversión fraccionada permite ir evaluando el cumplimiento de los hitos por parte de la start-up, de forma que la apuesta inversora vaya tornándose cada vez más segura porque el proyecto va alcanzando sus hitos.

Y por último, otros mecanismos de control habituales son los contratos con personas clave del equipo directivo para alinear los intereses de los gestores de las compañías objetivo y los inversores, las cláusulas restrictivas para proteger la inversión de posibles conflictos de interés, y la estructuración del consejo de administración de las compañías participadas dando cabida a una participación plural y diversa del accionariado que controle la actuación del consejero-delegado.

La adopción de algunos o todos estos mecanismos, mediante su inclusión o exigencia en los acuerdos de inversión, supondrá una mayor garantía para los inversores, así como un mejor control del proyecto, ayudando a crear también una cultura de supervisión necesaria al inicio de la actividad de las start-ups.

José Luis Luceño Oliva, profesor de Loyola Másteres.

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