La soledad de Vox y su violencia política
Abascal consigue con su moción integrar más la coalición de Gobierno y profundizar en la división de la derecha
Si fuera teatro se titularía “La moción que sale mal”, puesto que le salió muy mal a su promotor, a Santiago Abascal. Pero como no era una función, sino trataban de nuestra vida, hay que concluir que la moción ha resultado ser un bálsamo magnífico, puesto que parece alumbrar un nuevo tiempo, en el que la ultraderecha quede aislada.
Era previsible que esta moción de censura sirviera de argamasa para el gobierno de coalición. Pero Vox ha conseguido mucho más, algo que parecía imposible, que sirviera también para agrandar el liderazgo del PP en el espacio político conservador, del propio Pablo Casado al frente del partido, y, en consecuencia, que Vox esté más aislado que nunca.
El discurso de Santiago Abascal, inmejorablemente calificado como energúmeno por José Antonio Zarzalejos, en el que se proponía como nuevo presidente del Gobierno, ha permitido a Pablo Casado levantar un muro de separación con su antiguo compañero de partido. Hizo un correlato brillante de las diferencias, empezando por contradecir a Vox en que un gobierno dictatorial nunca puede ser mejor que un gobierno nacido de la voluntad popular, por mucho que éste, como el actual, esté integrado por sus enemigos.
Esto, sin duda, es una buena noticia para todos los españoles, porque el discurso de Vox ha traído a la vida española la violencia política y un clima parlamentario que rememora el lustro previo a la Guerra Civil. Es increíble que a estas alturas haya un grupo parlamentario con 52 diputados, el 15% de los escaños, que rememore feliz la etapa más oscura de la historia de España. Se refieren al gobierno actual con el nombre de Frente Popular, en referencia a la coalición de izquierdas que ganó las elecciones en febrero de 1936 y que sufrió el golpe de Estado de las tropas mandadas por Franco. ¿Qué papel se pide Abascal en esta anacronía?
La suerte de este país es que Pablo Casado e Inés Arrimadas, pero sobre todo el primero, que tiene una base electoral sólida y amplio poder institucional en comunidades y ayuntamientos, se distanciaron de Santiago Abascal tanto o más que el PSOE o Podemos. Por tanto, no hay riesgo de que se reinvente la CEDA y unos y otros metan a este país en una dinámica guerracivilista.
La violencia verbal fue moneda común de un extremo y otro en los años previos a la Guerra Civil. También lo ha sido en España en los últimos años, donde la incursión de Podemos contribuyó a incrementar el nivel de acidez hasta extremos inadmisibles. Pero después de años zurrándose con el PSOE, llegó el gobierno de coalición y con él la “normalización” del partido liderado por Pablo Iglesias; su conversión a la casta. La moción de censura ha servido para hacer una separación letal entre Santiago Abascal y todos los demás, igual que pasa en Francia y Alemania con los partidos de ultraderecha, fascistas y nazis, y los demás.
El lenguaje descarnado, descalificador, mezclado con una mala situación económica fue clave para que de la violencia verbal se pasara a la violencia física, ambas pueden ser fases de la violencia política. Sin embargo, Vox, que actúa como niño jugando con un bidón de explosivos, no parece ser consciente de que el camino que quieren abrir es letal.
El discurso troglodita (persona que vive en la caverna) de Santiago Abascal, plagado de adjetivos descalificativos, donde la falta de respeto al contrincante se transforma en amenaza, donde hasta los homenajes tienen un fin miserable, debería formar parte del pasado. Su agresividad hace que el discurso de los diputados de Bildu parezca convencional, como el de Esquerra Republicana o el de BNG.
Cómo será el contenido del discurso para que gente moderada como José María Mazón, diputado por el Partido Regionalista de Cantabria, dijera literalmente que “si dirigieran España serían un peligro público”. Más sintético fue Pedro Quevedo, diputado de Nueva Canaria, quien dijo que Abascal utiliza un “lenguaje guerracivilista y protogolpista”. Y utilizó esa referencia de una manera nada gratuita.
El contenido del discurso de Santiago Abascal es una tergiversación total de la historia y del presente de España, donde meten al Rey, a la Iglesia o al Ejército en situaciones comprometidas. Tanto, que es seguro que preferirían que ni les mencionen. La esencia del discurso es el desprecio y el odio al que piensa diferente, adobado con el insulto y la amenaza, todo ello con tono de suficiencia y faltón.
“No toda violencia tiene la forma pura de la agresión, pero sí la de tendencia a la imposición, al dominio de una parte sobre la otra en el conflicto, de ahí que la violencia se haya relacionado muy a menudo con el problema del Poder. Y es precisamente por esa vía por donde se accede a una parcela especial de todo el problema de la violencia: el de su presencia en las relaciones políticas”.
El autor de dichas palabras es el historiador Julio Aróstegui, fallecido en 2013, un estudioso de la violencia política en España durante el siglo XX, con especial atención a la Guerra Civil y sus años previos. Aróstegui señala que “equiparar violencia política únicamente a manifestaciones tales como terrorismo, guerrilla, formas diversas de lucha armada, como acostumbra a hacerse con frecuencia desde ciertos enfoques, es, simplemente, una manipulación con fines políticos que no puede ser seriamente aceptada”.
El lenguaje puede ser una de las mayores formas de violencia política, dos palabras que, por antitéticas, no deberían viajar juntas, puesto que la política emplea la fuerza del argumento pero no la violencia. El problema está en cada vez que la política sube el diapasón verbal, se acerca más a la violencia. La buena noticia está en que todo apunta a que ayer empezó la caída de Vox.
Aurelio Medel es Doctor en Ciencias de la Información. Profesor de la Universidad Complutense