La incapacidad política deja la vida en manos de la justicia
Las batallas políticas y el cubo de la basura de Villarejo tienen en danza a los madrileños, al Jefe del Estado, a un vicepresidente del Gobierno y a medio gobierno de Rajoy
Qué hemos hecho para merecer esto! Esto es lo primero que a uno le viene a la cabeza cuando al filo de las 12 del mediodía de ayer salta la alerta: “La Justicia tumba las restricciones sobre Madrid del Gobierno de Sánchez”. El día anterior, poco después de las 12 del mediodía saltaba otra alarma: “El juez del caso Dina pide al Supremo que investigue a Pablo Iglesias por tres delitos”. Casualidades, o no, que diría el gran Mariano Rajoy, ambas noticias surgían mientras comparecía en Cortes el ministro de Sanidad y el presidente del Gobierno presentaba el Plan de Reconstrucción.
Es urgente que el PSOE y el PP, bienvenidos los demás, lleguen a un acuerdo para sacar de los tribunales lo que acontece en la rúa. Al ciudadano le resulta insoportable que le llamen cada poco a las urnas para que los políticos decidan los designios de la colectividad, un logro que no acabamos de valorar en su justo término, para luego comprobar que la realidad, que su vida, se delibera en los tribunales, esto sin entrar en cómo se construyen las máximas instancias de la magistratura, paradas igualmente por la incompetencia política.
La batalla entre los gobiernos de España y de Madrid, con la salud de los madrileños como balón de juego, es de lo más desgraciado que nos ha ocurrido en décadas. Es difícil ponerse del lado de la señora Ayuso. “No se trata de confinar al cien por cien para que el uno por ciento se cure”, dijo al ABC. ¿En qué pensaba cuando decía que no se puede confinar a 6 millones de personas para evitar que mueran 60.000? “Es el mercado amigo”, que decía Rodrigo Rato refiriéndose al desastre bancario de la crisis anterior. Pero no resulta fácil defender al Gobierno cuando el buenismo de Salvador Illa se da de bruces con los tribunales. ¿Quién les asesora?
Es duro que todo acabe en manos de jueces gracias a la incompetencia y corrupción política. Nos merecemos que la UE nos llame la atención como a Hungría, esa gran democracia donde el gobierno ha cerrado la universidad patrocinada por George Soros con el argumento de que no le gusta.
Cada día asistimos a la explosión de una de las bombas sembradas por ex comisario José Manuel Villarejo o la onda expansiva de la última pelea política entre los bloques de izquierda y derecha liderados por imberbes.
Es increíble que a estas alturas tengamos a la Jefatura del Estado, emérita y ejerciente, atemorizada por diligencias judiciales abiertas en Suiza y España, donde se delibera si el Comandante en Jefe se lo llevaba crudo o no, y a espaldas de Hacienda, a la vez que ejercía de gran embajador de España. Es increíble que el vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias ande por los medios de comunicación dando explicaciones alucinantes sobre el robo, contenido y destrucción de la tarjeta del teléfono móvil de una colaboradora, episodio que le ha llevado a una seudoimputación por un magistrado de la Audiencia Nacional que ha trasladado el caso al Tribunal Supremo. Todo porque el contenido de esa tarjeta apareció en casa de Villarejo.
Es increíble que el expresidente del Gobierno Mariano Rajoy esté pendiente de la última revelación del Caso Kitchen. Un caso que arranca de las grabaciones compulsivas de Villarejo y otros testimonios que pondrían de manifiesto que, al menos el ministro del Interior Jorge Fernández Díaz, organizó una trama a cargo de nuestros impuestos para espiar a Bárcenas y destruir pruebas incriminatorias para el PP. Medio equipo de Rajoy está en un sinvivir por este sumario; que se lo digan a María Dolores de Cospedal y a Soraya Sáenz de Santamaría, las competidoras del Diputado por Ávila.
Es increíble que Iberdrola y el BBVA tengan a sus equipos jurídicos empantanados en un sumario en el que se pone de manifiesto que ambas compañías, emblemas de este país, contrataron a Villarejo con propósitos inconfesables.
Hay muchos más casos, recuerden todo lo que hay alrededor del PP de Valencia y del de Madrid, así como de las tramas de Cataluña para financiar a Convergencia y a la familia Pujol.
Todo esto dibuja un paisaje desolador. El menos adecuado para ponerse en manos de nuestros líderes políticos y seguirles con la fe del ciego que camina por el borde del precipicio con la absoluta seguridad de que, con ellos, se resolverán sus mayores problemas: frenar la pandemia y recuperar la economía.
Qué pensarán los gobiernos de Holanda, Suecia, Dinamarca y Austria, esos a los que Alemania y Francia piden dinero para sacar a los españoles del hoyo. Mejor no empatizar con ellos.
El miércoles, Pedro Sánchez, presentaba el Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia de España #PlanEspañaPuede. Un Plan de Reconversión, que es más corto y va al grano, que adolece de un capítulo 0, denominado Plan de Regeneración Democrática.
Ya sabemos que las intenciones del presidente del Gobierno son las mejores, solo faltaba, pero, qué sentido tiene convocar a las 11 de la mañana a lo mejor del empresariado español, para luego dejarlos colgados más de 40 minutos y no darles la palabra. Eso sólo pasaba en el siglo XVI, en El Escorial, con el Emperador Felipe II, que recibía a los súbditos subido en una tarima de un metro y sin réplica.
España es una democracia joven (aquí no es un piropo) del sur de Europa (quiere decir pobre), que ahora más que nunca va a necesitar el apoyo de sus vecinos para sobrevivir. Hoy, el país funciona gracias al dinero de Europa y si seguimos así tendremos que pedir con un cartón en el que ponga: “Es para comer, no es para drogas”. La corrupción es la mayor adicción.
Aurelio Medel es Doctor en Ciencias de la Información y profesor de la Universidad Complutense
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