Una comparecencia histórica mal comunicada

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha vuelto a colarse en casa con un discurso largo y espeso. Es innecesario ser tan barroco cuando los mensajes a trasladar son tan claros como difíciles, puesto que responden a decisiones que a nadie le gustaría tomar. Por eso, lo primero dar las gracias al Gobierno por su enorme dedicación en momentos tan duros. Necesita la obediencia, no solo la complicidad, de los más de 47 millones de españoles y en ello estamos.
Sánchez tenía un mensaje histórico que trasladar: El vigente estado de alarma se prorroga hasta el 25 de abril y a partir de ese día entramos en un periodo, denominado de transición, que es una sucesión de estados de alarma que se irán suavizando a medida que se vaya venciendo al virus.
Además, lanzó dos mensajes subalternos, que son las herramientas para legalizar y soportar el coste del estado de alarma. El primero, que quiere reeditar los Pactos de la Moncloa, para lo que convocará a las fuerzas políticas y sociales. El segundo, que España va a continuar exigiendo a Europa la emisión de Eurobonos como instrumento para financiar la crisis.
Para lanzar estos históricos mensajes, jamás ha estado toda la ciudadanía confinada en su casa por orden gubernamental tanto tiempo, el equipo de Comunicación de Moncloa que dirige Iván Redondo montó un esquema equivocado. El contenido es tan brutal que, no hace falta simular una rueda de prensa, no se puede trasladar mientras tu audiencia come y es innecesario extenderse una hora, menos aún, cuando lo relevante lo vas soltando a trompicones.
Cuando el mensaje es tan potente, todo lo demás es auxiliar, pero no te puedes enredar en el cómo, el cuándo y el cuánto, todos mal elegidos. Lo contrario que recomendaría el sentido común y cualquier manual de comunicación.
La comparecencia duró una hora, que se repartió entre 25 minutos de discurso inicial y otros 35 de turno de preguntas de los periodistas, que fue acaparado por Sánchez. Solo dio tiempo a seis preguntas, ya que el presidente utilizó este turno para dar más mensajes. Dio la sensación de que habían planificado una hora y que alargaba las respuestas porque no querían demasiadas preguntas. Además, algún medio que sale en este turno de preguntas es tan exótico, que es dudoso que tenga periodistas, por mucho que lleve un histórico número en la cabecera.
La comparecencia empezó prácticamente a las 15 horas, luego lo normal es que pillara a la población sentada en la mesa comiendo, pero atendiendo a las viandas más que a la tele. Esta es una buena hora para un país agitado por la normalidad, pero si tienes a todos confinados, es mejor que no estén comiendo, con las manos en los cubiertos y la sangre en el estómago. No es el momento ideal para que el cerebro procese. Salvo que busques lo contrario.
El manejo de los tiempos de los mensajes es manifiestamente mejorable. Ha habido que esperar seis minutos para que el presidente diga que se prorroga el estado de alarma quince días más, que quedan tres semanas de confinamiento. Y aún hubo que aguantar otros treinta minutos para darse cuenta de que en realidad estamos confinados sine die. Lo dijo en respuesta a la segunda pregunta, minuto 36.
Estas medidas requieren el apoyo de las otras fuerzas políticas y durante esta semana se le ha recriminado al Gobierno ignore a la oposición. Pues esperó hasta el minuto 16 para decir que quiere reeditar el llamado Pacto de la Moncloa de 1977, que es un mantra que sintetiza la imagen de todo un país detrás de un programa único de reconstrucción.
Peor fue la espera para escuchar la posición del Gobierno de España con respecto al apoyo de Europa. Hasta la última pregunta, minuto 58, formulada por una bendita radio alemana no supimos que no vamos a renunciar a los Coronabonos.
Está claro que es más fácil criticar que hacer, especialmente en tiempos de una complejidad tan enorme. El Gobierno necesita transmitir seguridad y miedo al virus en dosis muy altas y a veces suena contradictorio, como resulta la recomendación de pedir que todos nos pongamos mascarilla y no hay donde encontrarlas.
El abuso de la comunicación no ayuda. Hubiera sido mejor un mensaje institucional mucho más corto y con los mensajes ordenados. En diez o quince minutos, a lo sumo, da tiempo suficiente para articular un discurso institucional ordenado en el que quede claro a todos lo que hay que hacer, cuándo, dónde, cómo, por qué y para qué.
El recurso a metáforas es muy útil en comunicación, y acertaron de pleno cuando usaron la hibernación de los animales como paralelismo a lo que se quiere hacer con la economía. Sin embargo, hoy el Gobierno se equivoca al utilizar el pasillo como imagen del período de transición que nos espera después del 25 de abril.
Al pasillo es a donde se envía al alumno que se porta mal. Si los ciudadanos están siendo ejemplares, como dice el presidente, no hay que mandarles al pasillo. La gente es adulta para entender las cosas, por eso entiende que lo ideal es salir de la hibernación con vida, aunque con alguna reserva quemada.
Vuelvo al principio, el presidente y su gobierno se merecen todo el reconocimiento, pues no cabe duda de que se están dejando la piel. Les ha tocado el peor escenario posible. Sabrán manejarlo si la motivación les sale del corazón y las ideas de la cabeza, si entienden que el reto sobrepasa a cualquiera, que es imprescindible la complicidad de todos. En estas circunstancias no hay que hacer caso a los cálculos políticos y olvidar el marketing como herramienta de comunicación.
Aurelio Medel es doctor en Ciencias de la Información y profesor de la Universidad Complutense.
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