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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Menos demagogia y más rigor en el debate sobre la regulación fiscal de las sicavs

El discurso político contra estos productos financieros ha provocado un clima de inseguridad jurídica que ha resultado letal

El discurso político contra las sicav como instrumento de inversión supuestamente destinado a beneficiar de forma injusta a los ricos no es un fenómeno nuevo, pero se ha convertido en una forma de populismo financiero muy útil en la contienda electoral. Desde finales de 2015, este producto de inversión ha estado en el centro de un debate técnicamente artificial, en el que abunda tanto la demagogia como escasea el rigor y cuyo último capítulo es la propuesta de reforma de estas sociedades que el Gobierno y Podemos han incluido en su acuerdo presupuestario. La idea es establecer un tope máximo de concentración en estos instrumentos con el fin de evitar que un único inversor pueda controlar más del 50%. De salir adelante, la sicav perdería uno de sus principales atractivos –esa posibilidad de control– como vehículo de inversión para los grandes patrimonios familiares.

Esta arenga política hostil más o menos continuada ha creado un clima de inseguridad jurídica que ha resultado letal para estos instrumentos. En los últimos años, las sicavs han disminuido casi un 20% en España, hasta el punto de que en lo que va de año solo se han registrado cinco. Pese al ruido y las proclamas, la realidad es que el atractivo de estos instrumentos –su fiscalidad–, aún siendo claramente ventajosa respecto a cualquier otra sociedad, es similar a la de los fondos de inversión y no justifica en modo alguno su acoso y derribo.

El objetivo por el que se crearon las sicavs en 1983 fue frenar el éxodo de grandes patrimonios españoles hacia otras plazas financieras en busca de una tributación menos gravosa, así como potenciar la industria financiera y de asesoramiento desarrollada en torno a este perfil de inversores. No parece difícil comprender que en un mundo en el que el capital ya no conoce fronteras y la competencia por atraer inversiones es feroz, castigar un instrumento como las sicavs no es perjudicar a los ricos, sino pegarse un tiro doloroso e innecesario en el pie.

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