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Los amigos de los museos, una fuente de ingresos

Estos socios son un apoyo económico adicional cuando la financiación escasea Desarrollan un vínculo emocional con las pinacotecas

Las meninas de Velázquez en el Museo del Prado (Madrid).
Las meninas de Velázquez en el Museo del Prado (Madrid).

Cuando estas líneas se escribían, la primera campaña de ­micromecenazgo lanzada por el Museo del Prado a mediados del pasado mes había conseguido ya más de 92.000 euros. Casi la mitad del objetivo en menos de 30 días. El 17 de septiembre, la pinacoteca puso en marcha un proyecto por el que pretendía recaudar 200.000 euros con los que adquirir la obra Retrato de niña con paloma, de Simon Vouet. La idea era que, con donaciones mínimas de 5 euros, y que podían sobrepasar los 3.000, los ciudadanos y empresas se convirtieran en mecenas de la institución, accediendo además a los beneficios fiscales correspondientes por colaborar en proyectos de este calado. En la campaña, que termina el 9 de diciembre, ya han participado 3.251 personas. Antes del Prado, bien para adquirir cuadros o bien para restaurarlos, otros museos como el Thyssen-Bornemisza o el Sorolla hicieron lo mismo.

Estas iniciativas, explican desde el Prado, además de lograr el dinero necesario, tienen el objetivo de acercar la institución al conjunto de la sociedad. Esta es una meta que, lejos de ser fácil, las pinacotecas llevan persiguiendo desde hace muchos años, y que a día de hoy encuentra su máximo exponente en las asociaciones de amigos de los museos. “Los amigos suponen una sólida red de apoyo para el museo, un modo de canalizar el compromiso y generosidad de la sociedad civil, transformándose así en una realidad estable en el tiempo”, explica Gemma Muñoz, directora de la Fundación de Amigos del Museo del Prado, que cuenta con 36.700 miembros en sus filas. Así, prosigue, estos simpatizantes suponen el más antiguo y desinteresado benefactor de la institución, “haciendo posibles numerosos proyectos y patrocinios”. En 2016, por ejemplo, la pinacoteca madrileña adquirió la obra La Virgen de la Granada, de Fra Angélico. “Para ello, contó con fondos propios, una aportación pública y otra de los amigos”.

La financiación es, sin duda, una de las grandes ayudas que aportan estas asociaciones a sus respectivos museos, muchos de ellos de carácter público. En función del museo y de la modalidad de amigo, el usuario tiene que pagar una cuota. En el Prado, la donación anual de un joven es de 25 euros, la de una familia es de 120 euros, la de un mecenas es de 350 y la de un miembro de honor asciende a los 1.000 euros.

“En muchos casos, las asociaciones son una fuente de financiación relevante que complementa el escaso presupuesto de las instituciones museísticas”, cuenta Rafael Mesa, presidente de la Federación Española de Amigos de Museos (FEAM). Muchas de estas organizaciones compran una obra para donarla al museo, patrocinan la restauración de fondos de la colección, financian la publicación de catálogos de exposiciones y solicitan ayudas y subven­ciones a la Administración. La FEAM, que a día de hoy tiene 107 asociaciones y fundaciones de amigos de los museos, representa a alrededor de 65.000 personas.

Una institución como el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona (Macba) puede llegar a recaudar unos 18.000 euros al año gracias a la contribución de sus 800 incondicionales. Por su parte, los ingresos ascienden a 600.000 euros anuales, a través de sus 6.000 socios, en el caso del Museo Thyssen-Bornemisza, aunque sus cálculos también incluyen a los miembros corporativos. A pesar de ello, desde ambos organismos hacen hincapié en que este método no es su principal fuente de financiación. “El objetivo del programa no es la financiación”, recalca la encargada de desarrollo de audiencias del Macba, Madeline Carey.

Una idea que también repite Mesa, para quien la labor de estas asociaciones tampoco es únicamente económica. En líneas generales, detalla, hacen difusión de la colección y de las exposiciones organizando visitas guiadas, conferencias, talleres, cursos, viajes culturales… “Son el vínculo que une a la institución con la sociedad. Son los fieles aliados del museo y el mejor indicador sobre los intereses del público”, asegura, no sin recordar la importancia de la labor que realizan los amigos de los museos más pequeños, con un punto de acción mucho más local.

“Aunque hay un apoyo emocional muy importante, el colectivo de los amigos funciona sobre todo como embajadores, de altavoces que cuentan la importancia del patrimonio cultural a gente que a lo mejor no es tan consciente”, ilustra la jefa del área de desarrollo estratégico de negocio y públicos del Thyssen, Elena Benarroch.

La situación se repite en el Guggenheim Bilbao. “Aunque por supuesto que los amigos contribuyen a la financiación del museo, sobre todo funcionan como un apoyo social. Por ello tenemos tarifas que parten de cantidades muy reducidas, queremos que la pinacoteca esté presente en la vida cultural de la ciudad y que sea cercana a la sociedad”, detalla la subdirectora de miembros individuales de la institución, Maite González, quien defiende que los integrantes del programa, que cuenta con 18.000 adeptos, lo hacen sobre todo por un vínculo emocional.

También en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) conocen de sobra los beneficios que supone contar con una asociación así. “Los amics del MNAC nacieron en 1996 para fidelizar a un público recurrente y desarrollar unas actividades destinadas a divulgar la colección. Con los años, hemos evolucionado hacia la captación de fondos y hemos sido capaces de comprar varias obras”, apunta Cristina Martí, directora de esta asociación. Las más recientes, en 2017, fueron un Casagemas y un Guinovart. Antes, en 2013, esta agrupación permitió adquirir La pregària, de Mariano Fortuny; restaurar El violinista, de Pablo Gargallo, o comprar libros para la biblioteca. “Cerramos el año 2017 con 2.791 amigos y actualmente somos 3.025”.

Los museos, por su parte, para asegurarse estas curiosas amistades, ofrecen a sus leales una serie de ventajas. El asociado “disfruta de acceso gratuito, cuotas especiales o gratuidad, invitación a las inauguraciones y todo aquello que la asociación considere oportuno”, explica Mesa. Además, recuerda Martí, “disfrutan de descuentos en la tienda-librería y en los restaurantes del museo, pueden acceder a una decena de otros museos del territorio y, lo más importante en nuestro caso, pueden apuntarse al programa de actividades culturales que organizamos con especialistas”.

En España, el apoyo a la cultura y al arte, en comparación con otros países, no está tan arraigado. Aquí, “el asociacionismo en torno a museos es relativamente joven y aún queda un largo camino por ­recorrer en el reconocimiento a voluntarios y donan­tes”, apunta Mesa. En ello coincide Gemma Muñoz, ya que, además, el Prado cuenta con una delegación de amigos americanos: “Si comparamos la situación con otros países, especialmente algunos como EE UU o Inglaterra, podemos decir que allí el donar está más arraigado y con mayor tradición. No obstante, la evolución de los últimos años ha sido muy notable y cada vez más personas se hacen amigos, lo cual demuestra que hay una mayor conciencia y compromiso”.

El perfil del seguidor

Los rasgos de los amigos de los museos varían ligeramente según la institución, pero cuentan con varias características comunes. Destaca una mayor presencia femenina: en el Guggenheim, por ejemplo, señalan que el 59% de sus amigos son mujeres. No obstante, las unidades familiares también representan una parte importante de los seguidores más acérrimos. “Padres que tratan de transmitirles la importancia de la cultura a sus hijos”, ilustra la subdirectora de miembros individuales de la institución bilbaína, Maite González.

En general, son perfiles con un nivel educativo alto, con formación universitaria y con un gran interés en el mundo de la cultura. La mayoría se encuentran en una situación económica acomodada, “aunque también hay personas para las que pagar las cuotas supone un gran esfuerzo, pero lo hacen porque aprecian el mundo del arte y, por ello, también exigen mucho a cambio”, señala la jefa de desarrollo estratégico de negocio del Museo Thyssen-Bornemisza, Elena Benarroch. Por su parte, atraer a los jóvenes sigue siendo el gran quebradero de cabeza de estas instituciones: el amigo medio ronda los 50 o 60 años.

No obstante, esta cifra desciende un poco según la temática de la pinacoteca. Es el caso del Macba, donde la mayoría de sus socios se sitúa alrededor de los 39 años. Por último, el perfil de estos visitantes también tiene un fuerte componente local, ya que la mayoría viven en la misma provincia en la que se encuentra el museo.

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