La revolución de los datos llega al empleo
La era digital ha transformado ya muchas profesiones y generado también nuevos perfiles
Hoy no nos equivocamos al afirmar que nadie puede, por mucho que se empeñe o no tenga conciencia real de ello, vivir ajeno al poder de los datos. Sin embargo, hace apenas veinte años, cuando muchos de quienes hoy desarrollan su trabajo en la extensa industria del dato daban sus primeros pasos en el mundo universitario, casi ningún estudiante contaba con su propio ordenador portátil, y aunque los avanzados tenían un PC en casa, no eran pocos los que hacían cola en aquel negocio boyante llamado locutorio o en las asépticas salas de informática de las facultades para hacer sus trabajos y prácticas.
Cuando esos mismos estudiantes se licenciaron el número de portátiles se multiplicaba a la par que lo hacían las redes wifi. La velocidad de las transiciones mutaba a modo ‘vértigo’ pero se asimilaba con total naturalidad: fue, con menos ritmo, como pasar del walkman al discman para desterrar a ambos, al poco tiempo, a cambio de un novedoso mp3.
Con el cambio de siglo el mundo no se vino abajo, pero vino sin avisar una revolución tecnológica que nos llevaba sin frenos hacia la nueva era, con una configuración de las reglas sociales distinta: las maneras de relacionarse y comunicarse ya nunca serían las mismas. Alguien que abriera su cuenta de Facebook en 2008, ha podido conocer allí a su actual pareja, convertir la red en la “cafetería” donde charla con gran parte de sus colegas y también hacer de ella el álbum de fotos familiar.
La tecnología como motor de todo y, tras estas innovaciones, en forma de gasolina inagotable siempre los datos. Junto a los grandes suministradores de datos tradicionales –INE o Catastro– surgían miles de nuevas fuentes.
Un camino poco pedregoso para explorar un futuro laboral con garantías pasaba por extraer conocimiento de toda esa información y convertirla en generadora de valor. Ya había recién licenciados en sociología o ingeniería informática que interpretaron con acierto las señales de su entorno y se postularon como “ingenieros de datos”. Aún nadie hablaba de data scientist.
Estos ingenieros de datos pronto formaron equipo con programadores, ingenieros de sistemas, matemáticos o geógrafos que eran capaces de analizar y procesar los datos con gran pericia. Y, por suspuesto, con abogados que aportaban el conocimiento jurídico de las leyes relativas a la información- ahora es el GDPR, pero durante años se movieron en un terreno pantanoso entre LOPD, RISP, LSSI, etc. A nivel profesional, coordinar un equipo compuesto por tantos y tan variados especialistas era como ejercer de jefe de cocina que supervisa lo que hacen los expertos en aperitivos, salsas, carnes o postres.
Había nacido una nueva profesión: el chief data officer; pero no solo eso, sino que la práctica totalidad de los trabajos había sufrido ya una revolución tan radical que si hoy enfrentamos a dos generaciones inmediatamente consecutivas de geógrafos, periodistas, abogados, meteorólogos o médicos, raramente se reconocerían en el desempeño de sus labores, en las herramientas empleadas y en los volúmenes de información que las nuevas extensiones cognitivas de nuestro cerebro son capaces de almacenar, procesar e interpretar.
Es evidente que en el futuro habrá menos mano de obra dedicada a la industria de la construcción y más gente en las industrias digitales, pero esta revolución tecnológica no sólo va a crear y destruir profesiones. El valor de los datos y la capacidad tecnológica para procesarlos tienen tal capacidad de arrastre que no se van a quedar en alumbrar una decena de nuevas profesiones: data sientists, data protection officer, chief data office, etc.
Un elevado porcentaje de los trabajos que hoy conocemos y desempeñamos seguirán existiendo con la misma nomenclatura pero no con el mismo contenido o herramientas. Van a atravesar un proceso irremediable y necesario de transformación digital en el que se creen especializaciones orientadas a la explotación o uso de los datos. Algunas ya lo han hecho; para el resto, el cambio está al caer.
Antonio Romero de la Llana es CEO de DataCentric