Y Forges denunció los excesos del capitalismo
Fino observador de las miserias humanas y del sistema, con la crisis abrazó la causa del precariado
Abuelo, ¿qué era la época de las vacas flacas?
—Una época que había antes de esta de las vacas lineales.
—Prodigioso.
—Ni te lo imaginas.
Este diálogo entre abuelo y nieto, mientras pastorean unas vacas tan delgadas que se representan como líneas, figuraba en la viñeta de Forges el 13 de febrero de 2012, cuando España se hundía en la gran recesión, arreciaban los recortes sociales y se avecinaba el derrumbe de buena parte del sistema bancario. El chiste fue continuado en tres viñetas posteriores, en las que conoceríamos a las vacas de puntos, que vinieron tras las lineales, y después a las gaseosas. En la última, el chico preguntaba en un campo vacío: “Abuelo, ¿qué eran las vacas?”.
Echaremos de menos el inteligente humor, que nos ha acompañado medio siglo, de Antonio Fraguas de Pablo, fallecido ayer a los 76 años mientras se imprimía en las rotativas su dibujo diario junto a los editoriales de El País. Se le recordará por la ternura de sus personajes y por su entendimiento de la imperfecta condición humana. No era corrosivo ni sectario. Pero sí comprometido: practicó, durante toda su vida, la denuncia. Y algunas de sus viñetas son golpes demoledores a los excesos del capitalismo.
—Dice el FMI que somos un ejemplo.
—¿Para quién?
—Para los pringaos.
—Me lo temía.
Así hablaban esos hombres barbudos y en harapos, perdidos en el desierto bajo un sol abrasador, en 2015, cuando España apenas empezaba a levantar cabeza pero las heridas de la crisis seguían abiertas y sangrando.
La caricatura es así. Distorsiona la realidad para que la veamos tal y como es. Nos lleva a otra perspectiva, que puede resultar un espejo. Si en la Transición los malvados de Forges eran los del búnker, aquellos ultras que querían boicotear la naciente democracia, con el tiempo cobraron peso en el papel de villanos los ejecutivos sin escrúpulos, los poderes financieros que maniobran en la oscuridad, los yupis insensibles a los problemas de sus semejantes, los hombres de negro.
—Con tanta prohibición he dejado el tabaco y ahora solo fumo becarios liados, que está permitido.
Lo dice un patrón en traje y gafas oscuras, sentado en su sofá, mientras lía un cigarrillo de diminutos trabajadores .
Forges ha tenido un público masivo e intergeneracional. Empatizaba con los jóvenes abocados a la precariedad, resignados a vivir peor que sus padres. Habrá pocos centros de trabajo que no tengan recortada alguna de sus viñetas en un tablón.
En el año 2020, dos trabajadores conversan de pie dentro de la enorme boca de un señor con bigote.
—Tiempos aquellos en que había EREs en vez de degluciones como ahora...
—Desde luego.
No acusen a Forges de maniqueo. En su extensa obra hay sarcasmo para todos: ha sido un fino observador de las miserias humanas en las oficinas y en los hogares, en las calles y en los bares, en las ciudades y en los pueblos, hasta en la cama de Concha y Mariano. Abrazó la causa del precariado como tantas otras: las de las mujeres, las víctimas de Haití, la lectura o el fin del maltrato animal.
No tenía nada de antisistema, pero le sobraba sensibilidad ante la realidad social. Sirvió a la misión del humor: hacer reír primero y reflexionar después. Un oficio muy serio del que fue maestro.
La historia demuestra que no existe alternativa al capitalismo, pero tampoco es inteligente cerrar los ojos ante sus abusos. Las mentes más lúcidas del mundo financiero ya lo entienden así y por eso quieren estar en debates como el de la desigualdad.
La limpiadora de la oficina trabaja entre unos cuerpos calcinados.
—Perdone, señor Fernández, ¿barro ya a los becarios?
—Afirmativo, Fuencis.
Sazto.