¿Regular a Silicon Valley o dominar el mercado?
Donald Trump se encuentra ante una de las conjeturas cruciales en su legislatura Se trata de poner límites a una de las industrias gracias a las cuales EE UU aún mantiene una ventaja competitiva considerable
La Administración de Donald Trump se encuentra ante una de las conjeturas cruciales en su legislatura, al menos si hablamos en términos de mantener la hegemonía estadounidense en el orden geopolítico. Se trata de poner límites a Silicon Valley, una de las industrias gracias a las cuales Estados Unidos aún mantiene una ventaja competitiva considerable y que constituye ya el motor económico que renovará el futuro de la integración capitalista neoliberal en el espectro global. No obstante, pese a buena parte de la retórica de un sector del Partido Demócrata, e incluso del Republicano, existen pocos indicios de que el imperio de empresas como Alphabet, Facebook, Amazon, Microsoft y Apple vaya a sufrir revés político alguno.
A inicios del siglo XXI nos encontramos ante dos sucesos que van a marcar el devenir del orden mundial en las próximas décadas: la dislocación del sistema económico que produce la digitalización y la emergencia de China como potencia con la que compartir pacíficamente la gestión de la gobernanza global.
Revistas de suma influencia como The Economist vienen señalando desde hace tiempo que los datos son el nuevo petróleo. No obstante, esta afirmación es algo imprecisa, puesto que los datos son un bien más valioso si cabe. Cuanto mayor sea su acumulación en las bases de datos de las compañías de Silicon Valley, mayor será también la capacidad para hacer predicciones más precisas.
No olvidemos que la economía moderna se ordena en torno a otro tipo de bienes, basados en el conocimiento: los servicios. Siendo cinco las compañías norteamericanas que extraen y procesan buena parte de los datos del mundo, los cuales integran en sus sistemas de inteligencia artificial, el control económico mundial depende de que esto no cambie.
En otras palabras, la política de liberalización y privatización de los sectores púbicos o la desregulación llevadas a cabo desde el reaganismo no solo no deberían revertirse, sino que incluso deben ir más allá si Estados Unidos quiere seguir compitiendo en el sistema capitalista. El modelo, una suerte de financiarización del día a día de los ciudadanos basada en la fusión entra finanzas y tecnología, ya se atisba.
Google ha comenzado a gestionar el servicio de sanidad pública británico (NHS, por sus siglas en ingles), a través de sus fundaciones filantrópicas; Alphabet (matriz de Google) y Facebook ya han entrado salvajemente en la educación personalizada digital; Uber es un claro contendiente para gestionar el servicio de transporte de las ciudades globales y algo similar parece ocurrir con Airbnb y la política de vivienda.
En este momento se torna casi condición sine qua non otorgar más privilegios a las fuerzas industriales, extraer información de todas nuestras actividades diarias y desplazar este valor hacia los focos de poder financiero y tecnológico. Esta especie de encerrona tiene que ver con China, que ha seguido una ruta completamente distinta a la de Occidente para su entrada en el sistema capitalista: la del capitalismo de Estado. El Partido Comunista posee la capacidad de intervenir en el control del capital privado, planificar las industrias futuras y regular la económica de tal forma que se cumpla la famosa expresión de Abba The Winner Takes It All –en español: el ganador se lo lleva todo–. Esta es la clave por la que Estados Unidos ha decidido dejar el progreso en manos de las fuerzas posindustriales y por la que será difícil que revierta dicha visión de libertad: la de unas cuantas empresas para hacerse con el control de los datos de todo los rincones del planeta.
Todo se atisba más claramente si añadimos a la ecuación la visión a largo plazo de los chinos. Parte de la estrategia china para convertirse en una superpotencia industrial líder en su centenario en el año 2049 se basa en el programa Hecho en China 2025.
Una de sus patas más importantes es comprar mediante la adquisición de empresas en el extranjero. El Gobierno de Xi Jinping está respaldando el programa con abundante financiación, gran parte de la cual está destinada a la compra de empresas tecnológicas y de sanidad en Estados Unidos y Europa, concretamente en Alemania. Reemplazar los productos extranjeros en los campos de alta tecnología por los producidos localmente y después exportarlos al mundo es otra de sus ideas.
La táctica es bien conocida por algunas empresas españolas y europeas: China da la bienvenida a las empresas extranjeras para construir ecosistemas de fabricación, y una vez que los ha obligado a deshacerse de su tecnología, los exprime. En lo que respecta al terreno de la inteligencia artificial, el epicentro de la lucha entre Estados Unidos y China por extraer los datos mundiales, Baidu ya ha emergido como una de las contendientes clave de Alphabet, Tencent es una compañía cada vez más fuerte a nivel regional y global e indudablemente Alibaba va a plantar cara a Amazon en su hazaña de hacerse con el monopolio del comercio digital en los próximos años.
Esta es la pugna moderna. Puede que la fijación de Trump con el cierre de la brecha comercial sea una estrategia quijotesca para tratar de restaurar los trabajos de una era pasada, pese a que de momento solo se ha limitado a inflamar la opinión pública con una retórica mercantilista y xenófoba sin implantar ninguna medida proteccionista de importancia. Pero nadie en el Deep State va a permitir que rompa la coexistencia pacífica entre Wall Street, Silicon Valley y el Departamento de Defensa fraguado desde la Guerra Fría.
Ekaitz Cancela es autor de ‘El TTIP y sus efectos colaterales’