Nadie podrá decir que no canté (I)
"Muchos dirán que no canto bien, pero nadie podrá decir que no canté".
Florence Foster Jenkins
«Sous le dôme épais» (Duo de la flores)
Acto I de la ópera «Lakmé» de Leo Delibes
Anna Netrebko (Lakme)
Elina Garanca (Mallika)
«Gala of the Opera Stars»
Festspielhaus Baden-Baden (Alemania) (2007)
Lakmé es una ópera en tres actos con música de Leo Delibes y basada en la novela «Rarahu ou Le Mariage» (Rarahu o El matrimonio), de Pierre Loti (1880). Recordar que Madame Butterfly (la ópera de la que hablamos hace poco) aunque basada en una obra de teatro de David Belasco, su origen es otra novela de Lotti titulada «Madame Crisantemo».
Delibes escribió la partitura entre 1881–82 y su estreno mundial tuvo lugar en el Teatro de la Opéra-Comique (París) en 1883, lugar habitual de estreno de este tipo de óperas. Como otras óperas francesas de la época, Lakmé capta el ambiente de Oriente que estaba muy en boga durante la parte final del siglo XIX, justo cuando el mundo vivía un nuevo impulso “globalizador”.
Pero no fue la única ópera de este estilo ya que Bizet ambientó su «Los pescadores de perlas» en Ceilán. Podríamos incluir entre este tipo de óperas su «Carmen» ya que España era en aquella época un lugar exótico y no exenta, por lo tanto, de esta fascinación. Del mismo modo podríamos añadir también a Massenet y su «El rey de Lahore» que se ambienta en Pakistán.
En Lakmé, la acción se ambienta en la India Británica de mediados del siglo XIX. La ópera incluye el famoso y popular Dúo de las flores (Sous le dôme épais) para soprano y mezzosoprano interpretado en el acto primero por el personaje principal, Lakmé, la hija de un sacerdote brahmán, y su criada Mallika.
Se de ante mano que este dúo (y en concreto esta versión que del mismo hacen Anna Netrebko y Elina Garanca en el «Gala of the Opera Stars» del año 2007 en Baden Baden) es una de las piezas favoritas de pisitófilos creditófagos, por lo que me sirve como agradecimiento al especial interés que muestra por mi trabajo en este blog.
Florence Foster Jenkins. La ignorancia osada pero feliz.
«L'Air des clochettes» (Canción de las campanillas)
Meryl Streep
De la película «FLORENCE FOSTER JENKINS»
Película basada en la comedia teatral «Glorious!» de Peter Quilter narra la vida de Florence Foster Jenkins.
Otra aria famosa de la ópera Lakmé es «L'Air des clochettes» (Canción de las campanillas) en el acto segundo. Es de una pieza de extrema dificultad. Una introducción “a capella”, requiere un completo dominio no solo de la afinación, sino también del ritmo, la gracia en la entonación y la elegancia so pena de acabar siendo un pasaje completamente inútil absurdo pero sobretodo extremadamente aburrido.
Esta aria solía ser una de las piezas favoritas de la estrafalaria cantante Florence Foster Jenkins. Una millonaria excéntrica que anhelaba a toda costa ser una artista, una cantante de ópera. La verdad es que lo consiguió (no sabemos si también hacer el ridículo). Quizás lo que sí consiguió fue, a su manera, ser feliz y lograr su sueño.
Florence Foster nació en Wilkes-Barre, en el estado de Pennsylvania (Estados Unidos), el 19 de julio de 1868. Su padre, un rico abogado, llamado Charles Dorrance Foster, y su madre Mary Jane Hoagland Foster dieron una educación exquisita a sus dos hijas. Con tan solo siete años, Florence descubre que la música es su gran pasión y diez años más tarde muere Lillian, su hermana pequeña, lo que la convierte en ña única hererdera de la fortuna de la familia.
A priori, parecía que su carrera musical no podía ir mejor. Fue una niña prodigio tocando el piano y se cuenta que con tan solo 8 años llegó incluso a actuar en la Casa Blanca ante el entonces presidente Rutherford Birchard Hayes[1].
En 1885, cuando quiso viajar al extranjero para seguir estudiando música, su padre se negó a financiar sus estudios. En ese momento, Florence decide fugarse con Frank Thornton Jenkins, un médico 16 años mayor que ella, a Filadelfia donde se casaron. Poco después de su boda, su marido le contagió la sífilis y desapareció de su vida dejándole solo, como recuerdo, parte del apellido compuesto con el que se la conoce[2].
Abandonada por su marido, trabajó en Filadelfia como profesora de piano y vivía casi en la miseria económica. A mediados de la década de los 90 las cosas empiezan a cambiar. Logra reestablecer, al menos parcialmente, las relaciones con sus padres y su madre viaja constantemente entre Filadelfia y su Pennsylvania natal. Su posición económica también cambia. Pero lo que más cambia son sus objetivos.
Sin especificar la fecha concreta, alrededor de 1900 parece ser que sufre un accidente en su brazo izquierdo lo que le lleva a abandonar su carrera de profesora de piano y sobretodo su intención de convertirse en una concertista de piano. Se traslada con su madre a Nueva York donde, una vez resueltos sus problemas económicos, entra en círculos aristocráticos de la ciudad y decide convertirse en cantante.
Con la muerte en 1909 de su padre, Charles Dorrance Foster, recibe una cuantiosa herencia que, esta vez sí, le permitió centrarse en su carrera musical. Sería ahora cantante. Tomó clases de canto, conoció al que sería su manager en esta loca aventura, St. Clair Bayfield, y creó en 1917 el «Verdi Club», en homenaje al compositor italiano de ópera.
El «Verdi Club» llegó a tener alrededor 400 miembros lo que le permitió a Florence cimentar su posición cultural en las élites de la ciudad. Curiosamente nunca llegó a cantar en el club. Lo consideró inapropiado ya que veía el club como un lugar para ofrecer trabajos remunerados a jóvenes músicos. Sin embargo, si le permitió a Florence unirse a otros clubs femeninos de la ciudad donde ella solía hacerse cargo de las actividades musicales.
En 1912, con 44 años, dio su primer recital y fue en el hotel Ritz-Carlton de Nueva York. La mujer llegó a tener cierto éxito a pesar de que desafinaba más que hablaba, tenía una noción arrítmica del ritmo, su capacidad de respiración era inexistente, no alcanzaba ni una nota y mucho menos completar convenientemente la coloratura de las piezas que interpretaba y su pronunciación de francés y alemán era cuanto menos “curiosa”. Le iba tan bien cantando tan mal que empezó a organizar un concierto anual en el hotel Ritz-Carlton.
Como anécdota que explica su inquebrantable fe en sí misma, una vez sufrió un accidente en un taxi. Se convenció que el grito que dio nada más ocurrir este acontecimiento, le permitió encontrar un modo de mejorar su tesitura aguda. Tras este hecho fortuito y “milagroso” sus agudos sonaban así mucho más altos (¿?) y perfectos. Como agradecimiento, le envió al taxista una caja de puros habanos y eso que el coche acabó estampado contra una farola. Generosa no parecía serlo del todo.
A los espectáculos de Florence (que se multiplicaron cuando se corrió el boca a boca de que había una señora que cantaba ópera de una manera absolutamente innovadora y chirriante) no podía cualquiera acudir. Solo podían entrar 800 personas. Los aspirantes a ser parte del público tenían que presentarse en su suite del hotel Seymour de Manhattan, responder a sus preguntas y ser aprobados personalmente por la artista. Una vez superado esto y tras abonar 2,50 dólares, estaba admitido a su “recital”. Toda esta trama provocaba altercados cada año que acababa con la intervención de la policía para controlar a los cientos de neoyorquinos que querían presenciar aquello que la gente describía como el "espectáculo más tronchante del mundo".
Sin embargo, su mayor éxito vino justo al final de su carrera cuando llegó a realizar un recital en la prestigiosa sala del Carnegie Hall. Contra todo pronóstico (el público del Carnegie Hall era completamente diferente al del Ritz-Carlton y no había posibilidad de hacer una selección previa del público) las entradas se habían agotado semanas antes del recital. Cabe describirse, a pesar de las feroces críticas especializadas, como un gran éxito. Todo ello ocurrió justo un mes antes de morir con 76 años. No podía haber habido un mutis más teatral.
A pesar de que muchos la tildan de «la peor cantante de ópera de todos los tiempos» Los que la conocían dijeron que nunca habían visto a alguien tan feliz con su trabajo. No tuvo descendencia y dejó toda su fortuna al Verdi Club. Ya en vida, todos los beneficios de sus horrorosos conciertos iban destinados a obras benéficas.
Dijo poco antes de morir: “Muchos dirán que no canto bien, pero nadie podrá decir que no canté”.
Todo un testamento vital.
Florence Foster Jenkins
«L'Air des clochettes» (Canción de las campanillas)
interpretada por una profesional (Andreea Madalina Barbu)
NOTAS:
- Rutherford Birchard Hayes (1822 –1893) fue el 19º presidente de los Estados Unidos entre 1877 y 1881. De ser cierta la anécdota, Florence actuó ante Hayes con, al menos, 9 años.
- Oficialmente Florence y Frank se divorciaron en 1902.