Langkawi, la isla maldita
Fantásticas playas, naturaleza, aldeas de pescadores y atracciones con mucha adrenalina en Malasia
Al abrigo del estrecho de Malaca, el archipiélago de Langkawi fue en tiempos refugio de piratas y un lugar maldito, dio cobijo a pequeñas y pintorescas aldeas de pescadores que aún subsisten con sus casas de madera y se ha convertido en uno de los mayores paraísos turísticos de Malasia al reclamo de mucho más que sol y playa.
Un reguero de 104 islas, o menos, porque cuando el mar de Andamán se pone bravo algunas quedan sumergidas bajo las aguas del casi idílico océano Índico. Entre todas ellas, apenas reúnen 500 km2, sobresale –y no solo por su tamaño– Langkawi, la isla que da nombre a todo el arrecife en el noroeste del dragón asiático.
La joya de Kedah, el estado al que pertenece, o la isla de los deseos son algunos de los sobrenombres por los que se conoce a Langkawi, una de las cuatro habitadas de todo el atolón junto con Pulau (isla, en malayo) Tuba, Pulau Rebak y Pulau Dayang Bunting. En apenas 25 km de largo acapara más de 300 km2, casi tan grande como la cercana isla de Singapur.
Vistas desde el aire o si se acerca en barco le parecerá estar viendo pequeños edenes flotantes –que al llegar se convierten en auténticas junglas– donde el verde se multiplica en miles de tonalidades –las del mar también suman– y solo se interrumpe por pequeñas pinceladas de otros colores, los de las exóticas flores que brotan por doquier.
Desde Gunung Machincang, su segunda montaña más alta, tendrá vistas panorámicas de 360°
Desde el aire o desde el mar también se hará una idea de sus playas –de arena blanca o negra–, sus radiantes aguas turquesas y de lo que le espera en ellas –deportes náuticos, vuelos sin motor o kitesurfing–.
Si ha soñado con el paraíso, Langkawi está muy cerca de la gloria. Llena de leyendas y de mitos que perviven desde hace generaciones en el imaginario colectivo y que algún lugareño puede contarle sí logra vencer su escaso interés por el extranjero, porque, en general, los malayos no son ni especialmente comunicativos ni simpáticos.
Entre los cuentos más populares está el que sitúa la isla como uno de los refugios del ave mitológica Garuda, que el dios Visnú utilizaba para desplazarse de un lugar a otro –verá representaciones de este pájaro por todos lados–; también corre de boca en boca que estuvo maldita durante siete generaciones a causa de un conjuro lanzado por una joven doncella, Mahsuri, poco antes de ser ejecutada tras ser acusada erróneamente de infidelidad. No tema, la isla ya está libre de hechizos, salvo los encantos naturales que embaucarán al viajero.
La enorme inversión del Gobierno de Kedah y de Malasia la ha convertido en un destino apto para todos los bolsillos. En el sur se concentran la mayoría de las infraestructuras turísticas y los hoteles populares, mientras en el norte están los cinco estrellas y el más exclusivo campo de golf de la isla.
Malasia cuenta con muy buenas comunicaciones y, en general, con excelentes carreteras, por lo que lo mejor para moverse es alquilar un coche –se conduce por la izquierda– o una motocicleta y descubrir la isla. Otra opción es acudir a una de las numerosas agencias locales en Kuah, la principal ciudad en la isla y su puerta de entrada. Le organizarán tours a medida y a precios muy razonables para no perderse nada, incluso inmersiones de buceo. Si prefiere ver el mundo sumergido sin mojarse, puede visitar el magnífico acuario.
A pesar del vertiginoso desarrollo, Langkawi sigue siendo una isla eminentemente rural, salpicada de pequeños pueblos de agricultores que miman sus bucólicos campos de arroz; en el interior encontrará bonitas cascadas, algunas aptas para el baño, manglares a los que se accede en barco desde el parque natural de Kilim, en el este, y bosques con rutas a las que se puede acceder únicamente a pie. Y es que el contacto directo con la naturaleza –además de las playas y el shopping– es su mayor atractivo. La isla cuenta con varias reservas incluidas en la red de geoparques de la Unesco.
Dos de sus atracciones son el Gunung (monte) Raya y el Gunung Machincang. El primero, en el centro, es el pico más alto, con 881 metros, a cuya cima se accede por una sinuosa carretera asfaltada a través de la jungla –unos 13 km– o, si está en forma, a pie tras sortear 4.000 escalones. ¿La recompensa? Quizás el mejor mirador natural de Langkawi desde donde contemplar la isla, el archipiélago y más allá –Indonesia, Tailandia y la costa continental de Malasia–, si el tiempo lo permite.
El Gunung Machincang, en el noroeste, es la segunda montaña más alta y se accede en teleférico desde Kampung Teluk Buraru. Un trayecto emocionante que en una primera parada le dejará –sin palabras– en el célebre puente colgante a 600 metros de altura. En la segunda, se quedará en las plataformas circulares, desde donde obtendrá sublimes panorámicas de 360°. Vaya, vea y túmbese al sol.
Guía para el viajero
Cómo llegar. Varias líneas enlazan Madrid y Kuala Lumpur, la capital de Malasia (16 horas). Desde 730 euros con Etihad Airways. Allí puede coger un vuelo hasta Kuah, principal acceso a la isla. O un barco desde los puertos de Penang, Kuala Perlis, Kuala Kedah (Malasia) o Satum, el sur tailandés.
Dónde comer y dormir. No se pierda los restaurantes locales de pescado o las cenas en la playa a la luz de las velas. Hay hoteles de lujo (Tanjung Rhu), grandes cadenas (Sheraton, Four Seasons), palafitos tradicionales (Langkawi Lagoon Resort) y hoteles boutique o bed & breakfast por 25 euros.