A rebufo de la agenda socioliberal de Macron
La CE lanza el “pilar social” de la zona euro La esperanza es que París y Berlín se entiendan
Bruselas se siente reivindicada por el triunfo de Emmanuel Macron en la primera vuelta de las presidenciales francesas. Y está dispuesta a jugar fuerte para lograr que la agenda socioliberal del líder de En Marche! se imponga con claridad a las tesis proteccionistas y eurófobas de Marine Le Pen.
La Comisión Europea, presidida por el conservador Jean-Claude Juncker, intentará aprovechar el rebufo de la victoria de Macron para revitalizar el proyecto europeo con una “pilar social” que despeje las dudas de la opinión pública sobre los beneficios de la UE, la moneda única y la integración comercial.
Como primera medida, la Comisión Europea retomará su siempre postergada agenda social, un capítulo que aspira a dotar a la zona euro de instrumentos capaces de mitigar la creciente brecha económica entre unos países y otros.
El primer paso, muy medido, se dará esta misma semana. La CE espera aprobar mañana varias propuestas sobre legislación laboral, con iniciativas para alinear la normativa sobre horarios laborales con la jurisprudencia del Tribunal de la UE (que falló a favor de computar las horas de guardia como trabajo efectivo) y para garantizar que el permiso por paternidad y maternidad se es ejerce de manera efectiva por ambos cónyuges.
Tras este aperitivo, la Comisión asegura que continuará por la misma senda con un plan para crear una “capacidad fiscal” de la zona euro que pueda servir como contrapeso presupuestario para los países que atraviesen dificultades.
Sobre la mesa de la Comisión ya se barajan dos posibilidades, con un presupuesto común que sirva de garantía para que los países golpeados por la crisis puedan mantener su nivel de inversión o con un seguro común de desempleo.
La CE considera que todavía no es posible establecer ese seguro común de paro “porque requeriría mayor convergencia en los mercados laborales”. Pero confía en que, al menos, el presupuesto común de la zona euro pueda servir como un primer amortiguador en caso de que se repita una nueva crisis.
El objetivo de Juncker, en todo caso, es aprovechar la probable victoria europeísta de Macron el próximo 7 de mayo (segunda vuelta de las presidenciales francesas) para impulsar al alicaído club comunitario.
Bruselas considera factible que un Gobierno de Macron, que probablemente agrupará elementos de derecha e izquierda, ponga en marcha las reformas que demanda Berlín como contrapartida para establecer mecanismos de solidaridad en la zona euro.
El cálculo de Bruselas es que Francia tiene mucho que recortar y Alemania mucho que compartir.
La Comisión recuerda en sus informes sobre Francia, entre otras cosas, que su sistema para protección de los desempleados es uno de los más generosos, con un techo de prestaciones de 7.000 euros mensuales. Además, para percibir el seguro de paro basta con haber trabajado durante cuatro meses en los 28 meses anteriores y la cobertura se puede mantener durante dos años.
Macron, que como ministro de Economía del presiden te François Hollande, ya dio nombre a una ley de liberalización económica, quiere endurecer el acceso al seguro de desempleo y retomar el control estatal de las indemnizaciones, lo que, llegado el caso, podría permitirle rebajarlas.
Bruselas parece consciente de que ese tipo de medidas solo se podrán aplicar en Francia si se produce un reequilibrio económico dentro de la zona euro, tras haberse constatado que la moneda única está provocando una creciente divergencia entre los socios de la Unión Monetaria.
Bruselas había pasado hasta ahora de puntillas sobre ese problema, porque su resolución requería el visto bueno de Alemania, el país más beneficiado por la divisa única pero que se niega en redondo a establecer mecanismos supranacionales de solidaridad mientras haya países como Francia con sistemas de protección social y de pensiones que, para Berlín, son insostenibles.
La probable presencia de Macron en el Elíseo, con una Asamblea que tras las elecciones de junio obligará probablemente a una gran coalición de facto, supone para Bruselas la oportunidad de recuperar la perdida e imprescindible sintonía entre París y Berlín.
La CE espera que la agenda social se convierta en el primer gran proyecto del nuevo eje, tanto si continúa Angela Merkel como canciller después de la elecciones del 24 de septiembre como, con más razón, si se alzase con la victoria el socialista Martin Schulz.
El plan de la CE no es tan ambicioso como querría el ala izquierda del Parlamento Europeo. Y el pilar social que plantea Bruselas está todavía a distancias siderales del pilar financiero en que se apoya la zona euro, construido sobre un poderoso Banco Central Europeo y sobre un Mecanismo Europeo de Estabilidad (de 700.000 millones de euros) listo para rescatar a la banca (como fue el caso de España) o para garantizar el pago de la deuda a los bonistas (como en Irlanda o Portugal).
Bruselas defiende su prudencia porque la política social “es una de las áreas en las que la UE no puede correr el riesgo de prometer demasiado y despeé defraudar las expectativas”, según señalaba a principios de este mes el vicepresidente de la CE, Valdis Dombrovskis.
Pero el mero gesto de lanzar el debate sobre la divergencia económica y sus peligrosos efectos políticos supone ya toda una declaración de intenciones por parte de Bruselas.
Las instituciones s europeas parecen conscientes de que el apoyo popular a la UE hace aguas por momentos y de que el proyecto no puede sobrevivir a base de victorias electorales in extremis en países como Francia, este domingo, o en Holanda, el mes pasado.
Las fuerzas euroescépticas han pasado de ser marginales a convertirse en alternativas de poder. En Holanda, el Partido de Libertad de Geert Wilders se alzó el 15 de marzo al segundo puesto en las elecciones generales. En Francia, el Frente Nacional batió el domingo su récord en unas presidenciales, con 7,6 millones de votos o el 21,4%, a solo dos puntos de Macron.
Los sondeos apuntan a una derrota de Marine Le Pen en la segunda vuelta del 7 de mayo. Pero indican que no será barrida como lo fue su padre, Jean-Marie Le Pen, en 2002, cuando el candidato conservador se impuso con el 82,2% de los votos.
Si las proyecciones de voto se confirman, Marine Le Pen podría cosechar el 7 de mayo el 40% de los votos. Una bomba electoral de relojería que Bruselas quiere desactivar a base de política social.