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La UE, del revés

Erdogan da la puntilla a la relación con Europa

El referéndum sobre la reforma constitucional pone en peligro 60 años de alianza

El referéndum del 16 de abril en Turquía amenaza con provocar un seísmo geopolítico casi tan violento como el de la consulta que aprobó el brexit en Reino Unido. Por primera vez en 60 años, el país dominado por Recep Tayyip Erdogan se muestra dispuesto a romper amarras con Bruselas y a apartarse de una senda que había permitido estrechar las relaciones hasta convertir a Turquía en el sexto mayor socio comercial de la UE, con unos intercambios bilaterales valorados en 120.000 millones de euros al año.

Los sondeos indican que Erdogan puede ganar la consulta de la próxima semana, lo que le permitiría consumar una reforma constitucional que, según él, consagra un “presidencialismo a la turca”. En cambio, para la llamada Comisión de Venecia del Consejo de Europa, que vela por el respeto a los valores democráticos y del Estado de derecho, el régimen personal que impulsa Erdogan “no sigue el modelo de los sistemas presidenciales democráticos basados en la separación de poderes y corre el riesgo de degenerar en un sistema autoritario”.

El nuevo régimen parece incompatible con la negociación de la adhesión a la UE y Erdogan no hace ningún esfuerzo por mantener vivo ese proceso. El presidente turco ha provocado una y otra vez la ruptura, amagando con aprobar la pena de muerte, acusando a la UE de “lanzar una cruzada contra la media luna” (símbolo del islam) o tachando de nazis a los Gobiernos de Holanda y Alemania. El único objetivo de Ankara parece ser que Bruselas rompa la negociación para que la opinión pública turca culpe a la UE en lugar de a Erdogan.

La UE ha contenido su respuesta sobre todo porque la canciller alemana, Angela Merkel, necesita a Erdogan para evitar que se repita el éxodo de refugiados sirios procedente de Turquía en un año de elecciones en Alemania. Pero la deriva autocrática de Erdogan resulta cada vez más inasumible y el referéndum de la semana que viene podría dar la puntilla a las relaciones entre Bruselas y Ankara.

El Parlamento Europeo ya reclamó en noviembre, por abrumadora mayoría (479 votos a favor y 37 en contra) la suspensión temporal de las negociaciones para el ingreso de Turquía en la UE. Si Erdogan gana la consulta del 16 de abril, el abandono definitivo de la candidatura se perfila como una opción difícil de evitar.

“Las enmiendas constitucionales representan pura y simplemente la codificación de una autocracia”, denuncian Steven Blockmans y Sinem Yilmaz en el análisis de la reforma realizado para el Centre of European Policy Studies (CEPS) de Bruselas. Ambos autores concluyen que si la reforma constitucional se aprueba, Turquía ya no cumplirá los criterios para seguir negociando la adhesión a la UE, un proceso iniciado en 2005 y que desde entonces siempre ha estado sometido a los vaivenes políticos de ambas partes.

Hasta ahora, la perspectiva de un ingreso en la UE, aunque fuera una posibilidad remota, había alentado la modernización de Turquía, un país situado geográfica e históricamente a caballo entre Occidente y Oriente. La presión de Bruselas logró que Ankara aboliese en 2002 la pena de muerte, que ampliase las libertades democráticas y que mejorase la protección de los derechos humanos, todo ello como condición para la apertura oficial de negociaciones para la adhesión.

Pero la relación se ha ido deteriorando. “La negociación para el ingreso no avanza y solo falta darla por terminada oficialmente”, reconoce una fuente comunitaria. Fuentes de la Comisión añaden, tras una reciente visita a Turquía, que “incluso las fuerzas turcas más proeuropeas están decepcionadas con la actitud de la UE”.

Los partidos conservadores de la UE, con Francia y Alemania a la cabeza, han dejado claro hace años su negativa a que Turquía pase a formar parte de la UE. Reino Unido, que defendía abiertamente la adhesión, va a dejar el club. Y durante la campaña del referéndum para el brexit, el entonces primer ministro británico, David Cameron, intentó calmar al electorado negando cualquier posibilidad de ingreso a Turquía, para indignación del Gobierno de Ankara, que consideraba a Londres uno de sus defensores.

Con la candidatura a la UE condenada al fracaso, Erdogan ha optado por ignorar a Bruselas y por explotar la carta nacionalista para intentar una reforma de la Constitución con 18 artículos (que modifican 50 puntos de la Carta Magna y derogan otros 20) que, entre otras cosas, suprimirá el puesto de primer ministro y dará grandes alas al presidente para gobernar por decreto.

Erdogan ya lo intentó en el pasado. Pero esta vez celebra la consulta bajo estado de emergencia y en medio de una gran ola de represión tras el presunto golpe de Estado de julio de 2016, que dejó 248 muertos y 2.000 heridos.

Desde entonces, el Gobierno turco ha llevado a cabo una purga que ha supuesto el despido de 150.000 funcionarios y que ha afectado a la cuarta parte de jueces y fiscales, a un 10% de las fuerzas del orden, al 30% de la plantilla del Ministerio de Asuntos Exteriores y a 5.000 profesores de universidad, según los datos de un informe que debatirá este mes la asamblea parlamentaria del Consejo de Europa. Además, Ankara ha cerrado más de 160 medios de comunicación, según sus propias cifras.

El golpe de mano de Erdogan amenaza ahora con enfriar las relaciones con Europa, justo cuando Bruselas pretendía modernizar el acuerdo de unión aduanera firmado con Turquía hace 20 años. Gracias a ese acuerdo y a los pactos sobre aranceles, las exportaciones europeas a Turquía han aumentado un 10% más que en un escenario sin pactos, y las exportaciones turcas a la UE, un 7% más, según los datos que maneja la CE.

Bruselas desea ampliar la liberalización para incluir el sector servicios y abrir más el mercado turco para exportaciones agrícolas. Pero el clima político parece poco proclive en estos momentos para nuevos acuerdos con Ankara. Europa se juega un mercado que es el cuarto mayor destino para sus exportaciones y con el que mantiene un superávit de más de 7.000 millones. La relación, según la CE, es tan intensa que el capital europeo controla unas 16.000 empresas en Turquía, un país utilizado a menudo como base de acceso a otros países de la zona. En España, según el Icex, unas 8.000 empresas comercian con Turquía.

Aun así, Erdogan se juega mucho más desde el punto de vista económico. La UE es el principal socio comercial de Turquía y el destino del 45% de sus exportaciones. El 71% de la inversión internacional en Turquía procede de la UE, con una inversión en 2016 de 10.000 millones y un acumulado que roza los 75.000 millones. Turquía, cuya economía ya acusa síntomas de enfriamiento en los últimos meses, no puede dar la espalda a Europa. Pero Erdogan parece dispuesto a mantener esa relación económica sin los condicionamientos políticos que las aspiraciones a “ser un país europeo” imponían hasta ahora a Turquía.

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