Pablo Paniagua: “Con el fenómeno Ikea todos somos decoradores”
Pablo Paniagua, malagueño de 38 años, estudio Historia del Arte porque quería ser conservador del patrimonio nacional, un puesto que consideraba sumamente atractivo por la diversidad de disciplinas que abarca. “Lo mismo tienes que comprar un cuadro en Christie’s o trabajar en una excavación. Siempre me pareció un trabajo interesante”.
Como parte del proceso para lograrlo sumaba puntos tener un posgrado, y así lo hizo. Se fue a hacer un máster en restauración a la Universidad de Roma, pero cuando regresó a España comprobó que habían salido pocas plazas a concurso.
El siguiente paso fue ir a estudiar a la universidad Politécnica de Madrid un máster de arquitectura de interiores. “Me había gustado siempre la arquitectura de manera espontánea, en ese deseo de hacer que las cosas sean bellas, como ocurre en mi tierra, en los detalles de poner bonita una mesa o las macetas de los balcones”, explica. A esto contribuyó además, señala, a que siempre ha vivido rodeado de mujeres, “que hacían de cosas sencillas cosas maravillosas, sin una mano ordenadora”.
En 2004 ganó un premio de Casa Decor, con el que consiguió que le apadrinara el reconocido interiorista Pascua Ortega, con el que trabajó como becario durante un año en su estudio. “Eso me marcó, la maquinaria que había allí era tan grande, que aprendí que se podía soñar, que hay oficios que te permiten hacer cosas, que casi todo era posible”, explica. Su primera toma de contacto con el este sector fue todo un descubrimiento: “Yo venía de Málaga, de estar comiendo pipas en la playa con mis amigos, y de repente me veo trabajando en ese lugar, donde aprendí a ser riguroso, valiente, honrado, honesto y a pelear por el cliente”. Pero sobre todo se instruyó en un pequeño detalle relevante, “que el milímetro es importante”.
Cuando acabó la citada beca, tenía en cartera la propuesta de varios clientes, así que no lo dudó, y con sus hermanos, Gustavo y Álvaro, montó el estudio de arquitectura de interiores Pablo Paniagua. “Sin ellos no habría montado ningún negocio, son el complemento que necesito, porque uno de ellos es arquitecto y el otro se ocupa de las finanzas”, señala, aunque reconoce que trabajar en familia, en ocasiones, “es un infierno”, él no concibe hacerlo de otra manera. Pablo Paniagua montó la empresa en 2006, y desde hace tres años tiene instalado su oficina dentro del convento de clausura de las Trinitarias Descalzas, en el madrileño barrio de Las Letras, donde previamente realizaron una intervención en la citada iglesia. “Fueron las monjas las que nos dijeron que tenían un local disponible, y vimos que nos encajaba”, señala el decorador. Vieron que, a pesar de la obra que tenían que realizar, era un espacio singular del siglo XVII.
Acompañado de un león neoclásico
Sobre la mesa descansan otras dos piezas muy valiosas para Paniagua: un rinoceronte senegalésde piedra arenisca, “transmite suavidad a la vez que fortaleza”;y un león neoclásico del siglo XIX de alabastro, que encontró en un anticuario, “lo vi y sentí el impulso de quedármelo, lo tengo siempre a mi lado, lo llevo de mesa en mesa. Al lado una pila de libros de arte, de decoradores de referencia, de fotografía...
“Me interesan todas las disciplinas”. Y aprovecha que la decoración debería ser una profesión con titulación propia, ya que sería una manera de acabar con el intrusismo que existe. “Es una profesión de moda. Todos somos pequeños decoradores, sobre todo con el fenómeno de Ikea, que ha democratizado la decoración, y ha hecho que surjan otros canales de venta online y ha hecho que las casas sean bonitas. La decoración ya no es solo de ricos”.
“Era muy austero porque estaba destinado a la clausura y no tenía ornamentos, pero vimos que encajaba con nuestra estructura pequeña, ya que no pretendemos crecer demasiado porque lo que queremos es seguir en la misma linea que hasta ahora, llegando hasta el fondo de todo”, explica Paniagua, cuya vocación es ser el decorador de cabecera de los clientes, ya que fundamentalmente se dedica al arreglo de hogares y de proyectos comerciales, como el hotel Garden Court, en Palo Alto, en Marraquech o Londres. “Nuestro trabajo y reputación se basa en la honestidad, que está por encima de la estética. Somos gente limpia”. Y aseada es la imagen que refleja en su despacho: un espacio de color blanco en paredes y mobiliario, con pequeños ventanucos, propios de un convento, salpicado con la nota de color de algún cuadro.