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La UE, del revés

Europa da un paso atrás... ¿para coger impulso?

Pase lo que pase durante las elecciones de 2017 en el núcleo duro de la Unión, en Bruselas coinciden en que el club europeo avanza imparable hacia una mutación sin precedentes

Bruselas suele apretar el botón de pausa cuando se aproxima alguna cita delicada con las urnas. Pero el período electoral de los próximos 12 meses es tan trascendental (referéndum en Italia y elecciones en Holanda, Francia y Alemania) y los ánimos de la opinión pública están tan encrespados que esta vez la Unión Europea no solo ha pisado el freno, sino que también está dando un paso atrás para pasar desapercibida. La capital europea ha rebajado el alcance de sus principales iniciativas, desde el proceso de reforma de la zona euro hasta la política de asilo. Y aunque sobre el papel se mantienen los grandes proyectos (unión bancaria, unión energética, unión de defensa), se les ha cubierto con un manto de realismo para no asustar a los electorados. En el resto de asuntos, como apuntó el viernes el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, el organismo comunitario se mostrará “modesto, contenido, tímido (...) porque la Unión no tiene derecho a interferir en todos los asuntos de la vida cotidiana del ciudadano”.

Adiós al federalismo

Europragmatismo es la nueva consigna en la capital europea. Una divisa que pasa, en primer lugar, por enterrar bajo siete llaves los sueños de una Europa federal y supranacional como forma de superación de los Estados. “Debemos dejar de hablar de los Estados Unidos de Europa”, pidió Juncker el viernes en París ante un auditorio tan europeísta como la Fundación Jacques Delors, que celebraba el 20 aniversario de su creación.

“Jamás tendremos unos Estados Unidos de Europa”, añadió el presidente de la Comisión, “porque los pueblos de Europa no lo quieren (..) y no lleva a ninguna parte dar la impresión de que la UE está en vías de estatalización”.

El nuevo mantra euopragmático se repite ya por todas las capitales y será el mensaje balsámico de los próximos meses frente a los partidos euroescépticos que acusan a Bruselas de conspirar para vaciar de competencias a los Gobiernos nacionales. “Los Estados Unidos de Europa es una idea del pasado, de los años 40, de cuando Jean-Monnet estaba vivo...”, tranquilizó la semana pasada en Madrid el ex comisario europeo Joaquín Almunia durante una intervención en la Fundación Rafael del Pino.

Avanzar con cautela

Incluso los países como España, donde todavía no existe una corriente importante de euroescepticismo, prefieren avanzar con cautela y aparcar la retórica federal e integradora a la que eran tan proclives las instituciones europeas. “A la vista de la situación actual es mejor ir poco a poco y dejarse de declaraciones grandilocuentes”, recomienda un veterano diplomático. La primera víctima del nuevo baño de realismo será la llamada “unión de la defensa”, puesta en marcha como respuesta a la pérdida de la potencia militar del Reino Unido cuando se consume el brexit (en el primer semestre de 2019, si se cumple el calendario previsto). El plan quiere desterrar de entrada etiquetas deslumbrantes como la de “un ejército europeo” y centrarse en medidas concretas y poco vistosas como “la coordinación en el aumento de capacidades” o el impulso de la alicaída Agencia Europea de Defensa.

Nadie se fía

Hasta ahora, la UE había aprovechado las crisis para dar zancadas en el proceso de integración. Pero esa tendencia se quebró con el batacazo de la zona euro a partir de 2008. La respuesta a esa crisis ha sido intergubernamental, dirigida desde Berlín y no desde Bruselas. Y las estructuras que se han creado (como el fondo de rescate o el Mecanismo europeo de estabilidad) no funcionan como instituciones europeas, sino como organismos en los que cada accionista (los países) pesa tanto como el dinero que pone. La unión bancaria, que respondía a un espíritu más integrador, se ha quedado coja a falta de un Fondo europeo de garantía de depósitos. Y otras iniciativas largamente demandadas para completar la Unión monetaria, como la creación de un Tesoro europeo o un seguro de paro común se han aparcado de manera indefinida porque los socios europeos no se fían unos de otros y no se atreven a mutualizar gastos o deudas.

¿Bache o fosa?

Nadie pone en Bruselas que la UE atraviesa uno de los momentos más graves de en sus 59 años de historia. Pero las interpretaciones sobre las consecuencias varían. Los más optimistas consideran que el bache será temporal y se retomarán los proyectos con más vigor a partir de 2018, una vez superadas las elecciones en Francia (mayo de 2017), Alemania (septiembre de 2017) y Holanda (aún sin fecha) y el referéndum en Italia (el próximo 4 de diciembre). Los partidarios de esa teoría esperan que el próximo mes de marzo en Roma, con motivo de la celebración del 60 aniversario de la UE, se pacte una ambiciosa declaración sobre el futuro del club. El campo pesimista, en cambio, teme que la UE salga de 2017 aún más debilitada e incapaz de superar la primera escisión de su historia con la salida del Reino Unido. Y en el peor de los escenarios, podría encontrarse con un eje euroescéptico franco alemán muy potente, encabezado en París por Marine Le Pen, líder del Frente Nacional, y en Berlín por Frauke Petry, la figura emergente que lidera Alternative für Deutschland.

Hacia una nueva Unión

Pase lo que pase durante las elecciones de 2017 en el núcleo duro de la Unión, todas las fuentes en Bruselas coinciden en que el club europeo avanza imparable hacia una mutación sin precedentes, “Las cartas se van a volver a repartir en Europa, como ocurrió tras la II Guerra Mundial”, vaticina un alto cargo comunitario. Los equilibrios de poder y los intereses geoestratégicos. Y la Unión deberá resituarse en un planeta en el que a finales de este siglo solo supondrá el 4% de la población mundial mientras que a principios del siglo pasado representaba el 25%. La salida del Reino Unido se perfila como la espoleta que desencadenará la reorganización... o la disolución hacia la irrelevancia. EE UU, que apadrinó el nacimiento de la Unión, ha pedido que no se minusvalore su utilidad. “Es necesario reformar la UE, pero disolverla sería peligroso”, avisó la semana pasada en Bruselas el secretario de Estado de EE UU, John Kerry.

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