Ahorrar en tiempos deflacionistas
El Banco de España actualizaba esta semana los datos sobre la liquidez que los españoles tienen depositada en cuentas corrientes y molientes en los bancos españoles, y constataba un nuevo récord con cerca de medio billón de euros. Medio billón de euros por los que la banca no remunera y medio millón de euros por los que sus propietarios no reciben compensación alguna; más al contrario, por los que tiene que costear el servicio de custodia, ya que aunque no se le apliquen intereses negativos, la miríada de comisiones bancarias no causales terminan teniendo un coste nada despreciable para los ahorradores. Este nuevo récord de dinero en cuentas corrientes se produce precisamente por la retirada de mucha liquidez de los depósitos a plazo, por la presión que sobre la remuneración hacen los tipos de interés en el 0% del Banco Central Europeo, y que se aloja en cuentas corrientes hasta encontrar alternativas de seguridad y rentabilidad, un binomio cada vez más complicado.
Los tipos muy bajos, los tipos en el 0% como los actuales son malos para los bancos, porque estrechan sus márgenes de intermediación y dañan sus cuentas de resultados, y son malos para los ahorradores tradicionales, porque elimina la remuneración hasta ahora segura. Estos tiempos de amenaza deflacionista y de constatada desinflación, que no parece tener fin por la onda expansiva de la sobreproducción industrial en los países emergentes a precios crecientemente contractivos, requieren mucha imaginación para hacer banca y mucho riesgo para obtener rentabilidad al dinero que antes tenía un retorno, al menos nominal, prácticamente garantizado. La liquidez ha pasado de ser una necesidad imperiosa para los bancos cuando en el verano de 2007 se cerraron los mercados, a cuasi un problema a evitar por el exceso, dado que a los recursos ajenos capturados en los mercados donde operan entre la clientela particular se une la disponibilidad gratuita de dinero de la que las autoridades monetarias proveen a los bancos.
Los ahorradores tradicionales disponen, pese a todo, de unos cuantos productos en los que pueden obtener algo de rentabilidad con relativa seguridad, más allá de los depósitos, que están condicionados a vinculaciones con el banco más allá de lo razonable en muchos casos, y que siempre exijan al menos la contratación de una cuenta corriente en la que el servicio de mantenimiento reduce a la nada los retornos del depósito adherido. Disponen también de fondos monetarios, en los que la rentabilidad es muy limitada, o de planes de ahorro 5, en los que el atractivo está en la exención fiscal de los rendimientos si el rescate se produce a los cinco años, aunque en tales casos la rentabilidad liberada de impuestos no es precisamente, por término general, gran cosa.
En el caso de los fondos monetarios, tienen una rentabilidad en lo que va de año del 0,3%, que es algo, pero que puede ser considerado insuficiente para muchos particulares acostumbrados a obtener mejores retornos. En todo caso, hay que advertir de que en determinados países los bancos empiezan a cobrar a las empresas por la liquidez en ellos depositada, y que aunque por el momento no ha llegado aún el tipo negativo aplicable a los particulares, siempre es una posibilidad.
Un panorama tan complicado para el ahorro conservador como el actual, que puede prolongarse por unos cuantos años, estimula algo que en países como España siempre ha estado bajo mínimos, cual es el conocimiento de los aspectos financieros, la educación financiera, pese a que algunas instituciones han puesto en marcha iniciativas para enmendarlo entre la población más joven. La clave en estas circunstancias es el nivel de riesgo que cada cual está dispuesto a asumir y de cuya mano vendrá la rentabilidad. Cegado el camino de la inversión inmobiliaria, al menos en cuanto a los estímulos fiscales que siempre tuvo se refiere, el dinero debe buscar alternativas en la inversión de carácter empresarial o financiero, que capitalizan una economía muy necesitada de ello y que casi siempre genera rentabilidades más prolongadas en el tiempo siempre que la economía tenga un crecimiento sostenido y equilibrado, que no genere los vicios que en el pasado han provocado las devastadoras crisis que destruyen el valor de la inversión y del ahorro.