Kabul no es Niza
Más de 80 afganos han muerto en un atentado perpetrado ante una manifestación de la etnia hazara. Probablemente allí no hay ningún occidental. Tampoco ningún europeo, ni norteamericano. Solo afganos, en este caso mayoritariamente de una etnia minoritaria. Sin nombre, sin rostro, sin historia para nosotros. Kabul no es Niza, ni tampoco Bruselas, París, Madrid, Londres o tampoco Múnich, si bien este último atentado nada tiene que ver con el terrorismo islamista.
Estos muertos no nos duelen. No seamos cínicos. No son nuestros. La hipocresía es así. Nos aguijonea y expurga cuando nos sentimos vulnerables, pero no cuando esto sucede a miles de kilómetros y parias de países destruidos, asolados, desolados. Duele esta masacre solo cuando golpea en casa, sea en Francia, sea en Estados Unidos, sea en España. Y duelen porque las muertes a diario que suceden en África, Oriente Medio, en Irak, en Siria, en Libia, en Egipto, simplemente no nos duelen ni hacen reflexionar.
Como tampoco el drama de los miles de refugiados que huyen de ese fanatismo y terror que el odio siembra. Ellos no nos duelen. Pero sí cuando los muertos son occidentales o mueren a nuestro lado. Ese es nuestro doble rasero. El de la inmoralidad y el cinismo. Ignoramos si es el fanatismo religioso o no, si el vínculo y cierta lealtad al ISIS o no, si es un crimen atroz simplemente. Pero la realidad es que más de 80 inocentes han sido asesinados sin culpa alguna. Sin hacer daño a nadie. Inocentes. Ejecutados. Fanatismo, odio, violencia. ¿Qué puede mover a un hombre a la brutalidad? Todo y nada a la vez.
Un país apenas sin Estado, dividido y fragmentado, etnizado y tribalizado en clanes, anteriores al Estado mismo. Sociedades desestructuradas, arcaicas, perdidas en costumbres ancestrales, límites porosos, inexistentes instituciones, faltas de legitimidad y credibilidad; corrupción larvada, depravada y asfixiante.
Pastunes, uzbekos, tayikos, turcomenos, hazaríes, chiíes y otras etnias deambulan por un país en el que el poder solo pendula en los primeros y sus alianzas. Sharia o democracia parece la dualidad, pero todo seguirá igual, la división en clanes y señores, predominio de la etnia pastún. Búsqueda de pactos entre clanes, etnias, reparto de prebendas, impunidades y derechos, también abusos. Democracia, concepto imposible. Islamización progresiva, nadie la detiene, ni siquiera el Gobierno.
En Afganistán se libra una guerra, una guerra perdida, asimétrica, ocultada y silenciada a la comunidad internacional. Estados Unidos y la OTAN, y con ella la Unión Europea la perdieron, se fueron. Cuarenta y dos países componían una fuerza internacional que no vino a hacer la guerra, y ahora la libra sin estrategia definida.
Quince años después, el caos, la miseria, el terror, la corrupción, la talibanización siguen siendo la pauta. No hablemos de las causas de la guerra y la complicidad de todos en el camino hacia la misma. Afganistán es y ha sido el espejo roto de Irak, donde se reprodujeron los mismos errores, las mismas estrategias de laboratorio pero que distan de realismo.
El Gobierno apenas tiene poder, rehúsa tenerlo. Es un mero títere. No hay seguridad en el país. Todo se reduce al perímetro de Kabul. El mismo donde se pierden los miles de millones de dólares que han sido donados para reconstruir el país y ayudar a un pueblo encerrado en sí mismo y una edad feudalizante que jamás pasa.
Los talibanes han recuperado terreno, presencia, fuerza. Los atentados de los últimos días son su carta de presentación y el rechazo a toda estabilidad.
Hoy el ISIS golpea, y lo hace con toda su fuerza. Vuelven a sentirse fuertes. El cobijo de Pakistán, pese a los duros enfrentamientos habidos en el pasado con el Ejército del país vecino, el opio y la corrupción del Gobierno afgano, les da aliento. Como sombra a los mismos, perdidas las identidades, lo que queda de Al Qaeda y su sucedáneo califal sigue golpeando con su brutal terrorismo e inyectado su virus y su odio radical. Todo es incierto en este árido pedregal.
El mañana es aún lejano, el hoy, demasiado intenso como para pensar en un futuro próximo. Este país ha resistido numantinamente a imperios y ejércitos que han tenido que doblegarse. La historia es cíclica, no caprichosa, solo los ignorantes tratan de burlarse de ella, y salen burlados. Las democracias no son exportables a cañonazos, tampoco con ejércitos y dólares.
Hay algo enraizado en la idiosincrasia de este pueblo que les hace indomables. Nada cambiará.
Ochenta muertos el 23 de julio. Nadie llorará por ellos, salvo sus familias. Es la desgracia de los Estados fallidos que Occidente, sea Rusia, sea Estados Unidos, sea Europa, han dejado a su suerte pese a intervenir, a guerrear, a destruir y apenas construir nada.
Ni siquiera una democracia.
Abel Veiga es Profesor de Derecho Mercantil en Icade