Todo por un clavo de herradura
“Richard III" (Ricardo III) dirigida por Richard Loncraine, y con Ian McKellen en el papel protagonista.
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Este es uno de los comienzos literarios (junto con el de “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre…”) más celebrados. Es el comienzo de la obra Ricardo III de W. Shakespeare.
Ricardo III, que aquí en el inicio es todavía un duque, aspira a llegar al trono. Es un personaje sanguinario que no tiene escrúpulos en llegar al asesinato (de quien se interponga en su camino),al engaño, las intrigas, las medias verdades, las medias mentiras, la magia, la superstición, etc.,… todo ello para llegar (o permanecer) al poder. Es una especie de Ortrud (el personaje perverso de Lohengrin que ya vimos hace unas semanas) pero con un factor que lo hace especial: su discapacidad. Su aparente fragilidad. La palanca de "lo injusto de mi situación" como mecanismo perverso. El famoso "buenismo" que ha dado lugar a uno de sus productos más dañinos para todos: la bobocracia.
En este monologo, celebra el final de la guerra civil, la guerra de las dos rosas (llamada así porque esta flor era el símbolo de las dos casa enfrentadas: la de los Lancaster y los York) y la victoria de su casa (York) lo que le deja abierta la posibilidad, si sabe mover bien sus fichas, para llegar al trono. Nos va relatando como planea lograr su cometido, nos va confesando sus miserias y su desvalimiento. Como resalta su discapacidad física que él presenta como razón de ser de todos sus actos. De alguna manera su discapacidad los “limpia” y los hace, a pesar de su enorme vileza, “presentables”.
Freud analizó una parte de este monólogo en su trabajo "los de excepción": señalando que es común que cualquiera de nosotros, por alguna injuria que recibimos en la infancia y de la que nos consideramos inocentes, quisiera presentarse como un caso de excepción, con derecho a reclamar privilegios sobre los demás. En Ricardo III, esta pretensión está ligada a varias discapacidades físicas que lo aquejan ya desde su nacimiento.
Adela Woisinski en su obra “La discapacidad física como desvalimiento. Ricardo III de W. Shakespeare” lo describe este sentimiento de manera muy acertada “El personaje logra despertar en quienes lo escuchamos una comprensión, un sentimiento de comunidad interior con él, en definitiva, una identificación, que paraliza nuestro pensamiento crítico. Y mientras quedamos en ese estado, porque la empatía con su sufrimiento neutraliza nuestra posibilidad de juzgarlo, él nos va cambiando la perspectiva del conjunto generándonos una serie de conflictos a medida que va avanzando en sus confesiones. Así, esta obra va creando una contradicción permanente, una doble visión: una más objetiva, en la que vemos la crueldad sin límites de su personaje principal hacia los demás y otra, en la que a lo largo de diferentes monólogos, nos muestra su vida interior, la cara interna de esa crueldad, con lo que nos cambia el ángulo de visión.. Y al confesarse ante el público, uno, como espectador o lector queda comprometido en su propia subjetividad.”
Los populismos actuales comparten con este monologo parte de su esencia. La solicitud de una excepcionalidad, por las injusticias (reales o ficticias) que se han cometido con ellos. Hay que tener mucho cuidado pues, aceptar esta excepcionalidad haría el problema todavía más grande de resolver para la sociedad. Sus mezquindades, travestidas de debilidades tienen el único propósito de obtener excepcionalidades inadmisibles.
Quizás en parte Ricardo, quiere volver a los tiempos de la guerra (primera parte del monologo) donde el se sentía fuerte y sus debilidades no se notaban. Lo mismo parece ocurrir con los "damnificados" por el cambios estructurales que se esta produciendo. Solo quieren volver al tiempo pasado y disfrazan sus ideas absurdas, con conceptos generalmente aceptados como benévolos, para convertirlas en admisibles.
Por falta de un clavo se perdió una herradura, por falta de una herradura, se perdió un caballo, por falta de un caballo, se perdió una batalla, por falta de una batalla, se perdió un reino, y todo por falta de un clavo de herradura.
Ricardo III comparte con el Yago de Otelo, el máximo escalafón de la maldad en Shakespeare. Hay otros malos celebrados en la producción del autor inglés, como el Aaron de "Tito Andrónico" o el Edward (igualmente "débil", ya que es bastardo, lo que parece "unirnos" a él) de "El Rey Lear", pero éstos personajes son algo "secundarios" y sobretodo no son el motor de la acción. Yago y Ricardo III son manipuladores y motores de la acción lo que los convierte en más diabólicos si cabe. El Macbeth (o más bien la Lady Macbeth) protagonista de la obra homónima, siempre he pensado que no son malos solo alteraron el tiempo y sufrieron sus consecuencias. La locura de Lady Macbeth al final de la obra nos da una pista de que detrás de ese supuesta maldad podría haber un corazón débil (o no lo suficientemente fuerte, o egoísta, para ser "malo").
Ni Yago ni Ricardo III se arrepienten (tampoco el Aaron y el Edward, pero como ya dijimos, son personajes "secundarios"). Este último acaba con su derrota en la batalla de Bosworth “¡Un caballo, un caballo! ¡Mi reino por un caballo!”. Fiel ejemplo de que incluso pequeños acontecimientos, sin importancia aparente, pueden dar al traste con los planes de cualquiera.
En la mañana de la batalla el rey Ricardo se preparaba para la batalla que decidiría quién gobernaría Inglaterra. Deseaba que su caballo favorito estuviera perfectamente preparado y para ello envió a su palafrenero a hablar con el herrero. este le advirtió que "En estos días he herrado a todo el ejército del rey, y ahora debo conseguir más hierro." "No puedo esperar -gritó el palafrenero con impaciencia-. Los enemigos del rey avanzan, y debemos enfrentarlos en el campo. Arréglate con lo que tengas."
Con una barra de hierro el herrero hizo cuatro herraduras. Las martilló, las moldeó y las adaptó a los cascos del caballo. Luego empezó a clavarlas. Poco después de clavar tres herraduras, descubrió que no tenía suficientes clavos para la cuarta. "Necesito un par de clavos más -dijo el herrero-, y me llevará un tiempo sacarlos de otro lado." "Te he dicho que no podía esperar respondió el palafrenero "¿No puedes apañarte con lo que tienes?" "Puedo poner la herradura, pero no quedará tan firme como las otras. No puedo asegurar que aguanten". Pues clávala -exclamó el palafrenero-. Y deprisa, o el rey Ricardo se enfadará con los dos.
En medio de la batalla mientras veía Ricardo que algunos de sus hombres retrocedían (si otros se daban cuenta de ello, también se retirarían), Ricardo espoleó su caballo y ordenó a sus soldados que regresaran a la batalla. En medio de la refriega el caballo perdió una herradura (la que estaba mal sujeta) haciéndolo caer por los suelos y, con él, a Ricardo. Antes que el rey pudiera tomar las riendas, el caballo, asustado, se aleja de la batalla también. Ricardo desesperado miró en derredor y vio como sus soldados daban media vuelta y huían, y las tropas de Enrique lo rodeaban. ¡Un caballo! -gritó-. ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo! Pero no había ningún caballo para él. Su ejército se había desbandado, y sus tropas sólo pensaban en salvarse. Poco después los soldados de Enrique se abalanzaron sobre él, y la batalla terminó. ¿Por falta de un clavo se perdió una herradura?
Los populismos a lo largo de todo el mundo (Trump, Sanders, Podemos, “Britain First”, “Alternative für Deutschland”(AfD)”, “Amanecer Dorado” “Frente Nacional”, “Coalición de la Izquierda Radical (SYRIZA),… la lista es interminable) son tanto un síntoma de que las élites no han logrado gestionar bien el cambio (la discapacidad de Ricardo III) como de que los afectados tampoco han aceptado el nuevo entorno. Ambos habrán de pagar un alto precio por una adaptación
"El padre del tirador, Mir Saddique, dijo a la cadena NBC que no cree que el ataque protagonizado por su hijo se deba a motivos religiosos sino a motivaciones homófobas. “No tiene nada que ver con la religión”, dijo Saddique, que aseguró que su hijo se indignó hace dos meses cuando, durante una visita a Miami, vio a dos hombres besándose."
Me parece estar viendo a Ricardo III detrás de esta palabras. ¿Es licito cualquier “instrumento” para responder a un desagravio, por muy injusto (en la mente del receptor) que este haya sido?. Ver a dos hombres besándose (apelando así a un relativa aceptación latente de la homofobia en algunos sectores de la sociedad) justifica entrar en un recinto y matar a 50 personas? Suena fatal pero todos los días me enfrento (nos enfrentamos) a argumentos como estos.