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Análisis
Tribuna
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El debate a cuatro, como la Eurocopa: pendientes de no cometer errores

Rajoy se defendió bien del ataque, no muy incisivo, de sus tres rivales. Iglesias sorprendió con el tono contrario al de la cal viva y muchos guiños al PSOE

Rajoy y Sánchez se saludan en presencia de Pedro Piqueras antes del inicio del debate a cuatro en la Academia de Televisión.
Rajoy y Sánchez se saludan en presencia de Pedro Piqueras antes del inicio del debate a cuatro en la Academia de Televisión.Mariscal (EFE)
Ricardo de Querol

La Eurocopa ha empezado con partidos con muy pocos goles: los equipos tienen más miedo de cometer un error que les complique la clasificación que afán de echarse encima del contrario. Eso suele pasar en los grupos de cuatro que abren los grandes campeonatos de fútbol. Son torneos traicioneros porque es fácil que un despiste en un córner o una tarjeta roja implique pasar, pongamos, de primero a tercero. Manda lo táctico. La prudencia.

No había precedentes en España de debates electorales entre cuatro candidatos a presidente del Gobierno. Rajoy se escabulló en dos ocasiones en la anterior campaña y prefirió el cara a cara con Sánchez que será recordado por los cruces de “indecente”, “ruin” y “miserable”. Esta vez pensó que enfrentarse a sus tres rivales era ineludible o que le convenía más. Seguramente las dos cosas.

Si el nuevo mapa político que podíamos llamar cuatripartidismo es la consecuencia política de la Gran Crisis, no quedaba otra que empezar el debate con la economía, que es donde nos jugamos el bienestar. En teoría, era el campo en el que cabían menos sorpresas, porque ya se han celebrado varios debates entre portavoces económicos de los cuatro partidos (como el de Cinco Días el pasado día 7). Las propuestas han sido explicadas y rebatidas una y otra vez, aunque se hayan puesto en envoltorios nuevos, como ese catálogo al estilo Ikea.

Como en la Eurocopa, los cuatro contendientes estuvieron reservones. Salieron a no pasar apuros. Mantenían el balón en zonas templadas. Dijeron lo que se esperaba de ellos con más o menos fortuna, pero sin poner nunca al contrario contra las cuerdas.

El formato del debate no ayudó a emocionarnos: las preguntas de los tres periodistas a los cuatro candidatos se respondían en turnos sucesivos sin mucho margen para que los políticos se rebatieran o interrumpieran entre ellos, rigidez que se fue diluyendo según avanzaba el debate. En todo caso, nada parecido a la agresividad que agrió el último cara a cara (y de la que se arrepintió Sánchez después, según dijo en la Cope).

El bloque económico discurrió en el terreno del catenaccio. Mariano Rajoy se defendió bien del ataque, no demasiado incisivo, de sus tres rivales. Sánchez, Rivera e Iglesias le reprocharon la precariedad, la pobreza y la desigualdad, además del agujero de las pensiones. Él se aferró a los números que reflejan una mejora de la economía y estuvo socarrón en alguna réplica, como cuando explicó así la temporalidad del empleo: si ustedes tres tuvieran un contrato fijo y yo encadenara contratos temporales de un mes durante un año, al final habría 12 contratos temporales para tres fijos, pero en realidad habría tres empleados fijos por uno temporal. No le apretaron demasiado con su borrón con el control del déficit, que hace poco creíble su promesa de bajar impuestos.

También hubo zancadillas entre los tres aspirantes. El líder de Ciudadanos no desaprovechó ocasión para atacar al de Podemos, por ejemplo por su plan de subidones de impuestos, y en eso coincidía con Rajoy (se mencionó más veces Grecia que Venezuela). En el otro lado, Iglesias sorprendió al evitar la crítica al PSOE (hasta aplaudió expresamente alguna de sus propuestas), un tono a años luz del exabrupto de la cal viva. Con la lección aprendida y los sondeos a su favor, el líder de Podemos quiso mostrar su cara más amable y moderada (tiene muchas otras). Y tampoco es que Sánchez vapuleara a su gran rival por el espacio de la izquierda, aunque le afeó una y otra vez su voto (con el PP) contra su candidatura y otros asuntos como ese intento de controlar a los espías. “Se equivoca usted de adversario”, le respondió un Iglesias que no paraba de tratarle como un futuro aliado. Hasta dijo que le dolían más las puertas giratorias de altos cargos socialistas que las otras.

Solo en la segunda mitad del debate, al salir el tema de las cajas b del PP, saltaron chispas entre Rajoy y sus rivales, también con Rivera, quien le insistió en que haría bien en quitarse de en medio para la nueva etapa. Había sido acusado (por Iglesias) de "escudero" del presidente, pero Rivera pidió su cabeza. Fueros los momentos más tensos, sin que llegaran a perderse del todo las formas. Bien mirado, esto de la sucesión de propuestas seguramente sea un formato más civilizado de discusión, ahora que no se lleva tanto el “y tú más”. Eso sí, hace decaer el atractivo de la política-espectáculo, esa forma frívola de actuar cara a la galería que se ha impuesto en los últimos años.

Tampoco era cuestión de morder a quien dentro de muy poco pueda ser un compañero de baile.

Sobre la firma

Ricardo de Querol
Es subdirector de EL PAÍS. Ha sido director de 'Cinco Días' y de 'Tribuna de Salamanca'. Licenciado en Ciencias de la Información, ejerce el periodismo desde 1988. Trabajó en 'Ya' y 'Diario 16'. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Sociedad, 'Babelia' y la mesa digital, además de columnista. Autor de ‘La gran fragmentación’ (Arpa).

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