Aventura entre dunas, palmeras y un mar de sal
Túnez derrocha encantos para recomponer su primavera turística.
"¿Que vas a Túnez? ¡Estás loca!”. Es probable que escuche esta o una reacción parecida de sus familiares y amigos si ha decidido que este pequeño país del norte de África sea su lugar de vacaciones. Es posible que antes o después de tomar la decisión haya entrado en foros de viajes y en la página de recomendaciones del Ministerio de Exteriores (Exteriores.gob.es) donde “se aconseja, con carácter temporal, evitar viajes no imprescindibles”.
Una sugerencia que los Gobiernos de EE UU y Reino Unido han lanzado también a sus ciudadanos que piensen ir a Francia este verano ante el riesgo de potenciales ataques terroristas durante el Tour o la Eurocopa. España es más comedida y se limita a recordar que desde los atentados del 13 de noviembre “las autoridades francesas decretaron el estado de urgencia, lo que comprende diversas medidas de seguridad pública reforzada”.
Es factible que simpatizara con las manifestaciones populares de la primavera árabe que se iniciaron en este país y que acabaron con la dictadura de Ben Alí recién estrenado 2011 y provocó un efecto dominó en el mundo árabe. Y es casi seguro que fue una de las millones de personas que en solidaridad con este país colgaron en alguna de sus redes sociales el hashtag #TodosSomosTúnez tras los crueles atentados en el Museo del Bardo y en la turística Susa.
Desde entonces, turistas y turoperadores han casi borrado del mapa de viajes a Túnez y su economía está sufriendo las consecuencias. El Gobierno ha aumentado las medidas de seguridad en el país para recuperar viajeros y devolver la confianza a los turistas. Con todas estas reflexiones decidí viajar a Túnez.
En ruta
Amable y hospitalario, es un país fascinante para los amantes de la historia. Fenicios, cartagineses, romanos, bizantinos y árabes dejaron huella. El país magrebí le sorprenderá por sus paisajes llenos de contrastes, desiertos, oasis, gargantas imposibles, fantasmagóricos mares de sal y escenarios de cine. Famosas son también sus bonitas playas de arena dorada mimadas por el Mediterráneo.
Al aterrizar y desplazarse por el país es notoria la presencia militar y policial en sus calles, atenta a cualquier riesgo, pero lo suficientemente discreta para no incomodar al viajero ni interrumpir el normal desarrollo de las actividades cotidianas. La seguridad es absolutamente visible en hoteles, museos, centros y lugares de interés turístico y transportes.
Eclipsada por la vecina Cartago y otras joyas del país, la capital tunecina suele ser un lugar de paso que se visita a la carrera. Bulliciosa, arbolada y un tanto desordenada, Túnez conserva un aire ecléctico fruto de su pasado colonial francés y su alma árabe, en la que conviven sin estridencias lo moderno y lo tradicional. Es quizá el más occidentalizado y tolerante de los países islámicos.
Imprescindible perderse en sus coloridos zocos y en las callejuelas de su antigua y bonita Medina, patrimonio de la humanidad y una de las mejor conservadas. A la espectacular puerta Bab Bhar (la puerta del mar) se accede desde la avenida Habib Bourguiba.
Déjese envolver por la atmósfera de sus calles, tiendas de artesanías y souvenires o por sus cafés y juegue a descubrir cómo era la vida varios siglos atrás. Sin salir de la medina, un sitio privilegiado para una primera cita con la gastronomía tunecina es el coqueto restaurante Dar Bel Haj.
En las afueras de la ciudad está el famoso Museo del Bardo. Antigua residencia de sultanes, atesora la mayor y más grandiosa colección de mosaicos romanos del mundo. En su entrada se rinde homenaje a las víctimas del atentado de 2015. En sus 9.000 metros cuadrados de exposición apenas un grupo de turistas japoneses y otro más pequeño de rusos pasean por sus salas.
Susa y el desierto
En dirección sur y al borde del mar está Susa, la llamada perla del Sahel y gran centro turístico. Fundada por los cartagineses, es una de las ciudades más antiguas del país. Destaca su preciosa y pequeña medina, delimitada por los restos de una muralla. De sus ocho puertas solo se conservan dos: la puerta de Kairuán, al sur, y Bab el Gharbi, al oeste. De la antigua casba (fortaleza) queda en pie la torre de Khalef, de 30 metros, con impresionantes vistas de la ciudad.
A 270 km de la capital y también en dirección sur está el puerto de Sfax, rodeado de espléndidos olivares. Es conocida por sus playas y las islas de Kerkena, frente a su costa. A una hora de camino está Jem, con su despampanante coliseo romano, el tercero más grande del mundo después de los de Roma y Capua. Parte del legado romano se conserva en el espacio del museo local que también alberga una bonita colección de mosaicos.
Si se ha repuesto de la impresión, prepárese para emociones fuertes y para el calor tórrido. Sin dejar el sur, tomaremos dirección oeste para dirigirnos al interior del país. Un trayecto árido y desértico hasta llegar al gran oasis de Tozeur. La puerta de entrada al desierto, considerada la joya de la capital del Jerid y un deleite para los sentidos.
Campos de palmeras, como pintados en el paisaje, transcurren y se suceden hasta que en el horizonte aparece como un espejismo –estamos en el desierto del Sahara– un mar de sal. Es el lago salado de Chott El Jerid, un gran depósito inerte de sal, el más grande de África, y sobre el que podrá pasear hasta un horizonte infinito de terreno blanco que contrasta con el azul del cielo entre un cúmulo de sensaciones únicas.
Desde Tozeur se accede a las cuevas de la ciudad bereber de Matmata. Una suerte de espectaculares construcciones trogloditas excavadas en la roca. No abandonará el lugar sin hacer una excursión para ver la cascada de Tamerza y los oasis de montaña –mejor en 4x4– de Mides y Chebika, muy cerca de la frontera con Argelia.
El primero, popular por sus maravillosas gargantas, sus rosas del desierto y su yermo y seco paisaje. Allí se rodó El paciente inglés. Casi al lado está Chebika y el panorama es totalmente diferente: un auténtico vergel de cine. Palmeras, un lago y riachuelos para darse un chapuzón. Los mitómanos no podrán marcharse sin hacer una excursión a Ong Jemel, al este de Tozeur, escenario de La Guerra de las Galaxias, y nadie debe abandonar el desierto sin una probadita de sus suculentos dátiles, de la variedad deglat nur.
Para el final del viaje, y de vuelta al norte del país, dejamos la visita a la antigua y esplendorosa Cartago, donde contemplar sus restos arqueológicos, y a la bulliciosa y turística Sidi Bou Saïd. Una hermosa atalaya de estrechas y empinadas calles, donde destacan las casas blancas con sus balcones, ventanas y preciosas puertas pintadas de azul añil. Allí podrá realizar las últimas compras, dejar pasar el tiempo en el encantador Café des Nattes o despedirse de la cocina tunecina en el restaurante Au Bon Vieux Temps. Dese un tiempo para contemplar su bonita bahía.
Guía para el viajero
Cómo ir. Tunisair tiene vuelos directos desde Madrid (2 horas) y Barcelona (1 hora y 30 minutos) desde 143 y 196 euros. Servicio atento. Le servirán almuerzo o cena. La línea low cost de Tunisair enlaza las principales ciudades con la capital. Si viaja por libre, el país cuenta con una buena red de transporte. Se puede alquilar coche desde 100 dinares –unos 50 euros– por día. Para el desierto utilice 4x4 con conductor.
Dónde dormir. La oferta hotelera es variada y para todos los bolsillos. Casi todos los hoteles cuentan con arcos de seguridad y otras medidas de control. En la capital, el Sheraton es un clásico. En la costera Susa puede alojarse en Mövenpick Resort & Marinne Spa, con vistas al mar e impresionante arquitectura. A las puertas del desierto está el Palm Beach Hotel de Tozeur, algo anticuado y decadente; algunas habitaciones no tienen aire acondicionado, pero el hotel está muy bien situado para realizar excursiones. Si prefiere un hotel con encanto, reserve el lodge Diar Abou Habibi, con sus coquetas cabañas entre palmeras.
Información. Oficina Nacional de Turismo de Túnez en España (Turismodetunez.com) y Ministerio de Asunto Exteriores.